Alastair Crooke
* El excepcionalismo cultural de Occidente, junto con la perspectiva de una clara «victoria» sobre Rusia, se están desvaneciendo rápidamente.
Para ser francos, tanto EEUU como Europa se han metido descaradamente en trampas de su propia cosecha. Atrapados en las mentiras y engaños tejidos en torno a una supuesta herencia de ADN cultural superior (que garantiza, según dicen, una victoria casi segura), Occidente se está despertando ante un desastre que se aproxima rápidamente y para el que no hay soluciones fáciles. El excepcionalismo cultural, junto con la perspectiva de una clara «victoria» sobre Rusia, se están desvaneciendo rápidamente, pero la salida del engaño es tan lenta como humillante.
La devastación que se avecina no se centra únicamente en la fallida ofensiva ucraniana y la débil actuación de la OTAN. Comprende múltiples vectores que se han ido construyendo a lo largo de los años, pero que están alcanzando su culminación de forma sincronizada.
En EEUU, está en marcha el periodo previo a unas elecciones trascendentales. Los demócratas están en un aprieto: Hace tiempo que el partido dio la espalda a su antiguo electorado obrero, comprometiéndose en su lugar con una «clase creativa» urbana en un exaltado proyecto de «ingeniería social» mundial de reparación moral, en alianza con Silicon Valley y la Nomenklatura Permanente. Pero ese experimento se ha desviado hacia la maleza, volviéndose cada vez más extremo y absurdo. El rechazo está creciendo.
Como era de esperar, la campaña demócrata no está ganando tracción. El Equipo Biden tiene unos índices de aprobación muy bajos. Pero la presión de la familia Biden insiste en que Biden debe perseverar con su candidatura, y no ceder ante otra. En cualquier caso, Biden se quede o se vaya, no hay una solución lista para el enigma del Partido de una plataforma que no funciona.
El panorama electoral es un caos. La artillería pesada de la «guerra legal» pretende romper las defensas de Trump y expulsarlo del campo, mientras que el desgaste y la implosión de la burbuja de Biden se deben a una serie de revelaciones sobre las fechorías de la familia Biden. El establishment demócrata también está asustado por la maniobra de flanqueo de la candidatura de R. F. Kennedy, que se está convirtiendo rápidamente en una bola de nieve.
En pocas palabras, la ideología ‘woke’ (progresista) demócrata de la reparación histórica está separando a EEUU en dos naciones que viven en una sola tierra. Divididas no tanto por «rojos o azules», o clases, sino definidas por «formas de ser» irreconciliables. Las viejas categorías: Izquierda, Derecha, Demócrata o GOP (Grand Old Party así también se le conoce al partido Republicano de EEUU) están siendo disueltas por una Guerra Cultural que no respeta categorías, traspasando las fronteras de clase y afiliación partidista. De hecho, incluso las minorías étnicas se han visto alienadas por los fanáticos que quieren sexualizar a los niños a la edad de 5 años, y por la imposición de la agenda trans a los escolares.
Ucrania ha servido como disolvente del viejo orden y se ha convertido en el albatros que cuelga del cuello de la Administración Biden: Cómo hacer girar la inminente debacle ucraniana como una especie de «misión cumplida». ¿Puede hacerse? Porque la vía de escape de un alto el fuego y una línea de contacto congelada es inaceptable para Moscú. En resumen, la «guerra de Biden» no puede continuar como está, pero tampoco puede hacer «otra cosa» sin enfrentarse a la humillación. El mito del poder estadounidense, la competencia de la OTAN y la reputación del armamento estadounidense penden de un hilo.
La narrativa económica («todo va bien») está a punto, por razones un tanto inconexas, de agriarse también. La deuda, por fin, se está convirtiendo en la espada suspendida sobre el cuello de la economía. El crédito se aprieta con fuerza. Y el mes que viene, el bloque BRICS-SCO dará los primeros pasos estratégicos para desvincular hasta 40 países del dólar. ¿Quién comprará entonces los 1,1 billones de dólares del Tesoro, ahora y en el futuro, que necesita Yellen para financiar el gasto público estadounidense?
Estos acontecimientos están aparentemente desconectados, pero en realidad forman un bucle que se refuerza a sí mismo. Uno que conduce a una “corrida contra el banco político”, es decir, contra la propia credibilidad de EEUU.
Frente a muchas preguntas -y ninguna solución-, el estado de ánimo entre sectores del electorado está impulsando un ánimo radical y cada vez más iconoclasta. Un espíritu contrarrevolucionario, quizás. Es demasiado pronto para saber si arrasará en la mayoría, pero puede que sí, pues el radicalismo procede de las dos alas: Las bases del GOP y el «bando» de Kennedy.
Una corriente de votantes del GOP separa a los líderes conservadores en dos bandos: los que «saben qué hora es» y los que no. Ése es el eslogan de la Derecha que se ha vuelto cada vez más importante para un ala significativa del Partido, que ve un país debilitado y corrompido por la ideología; que sostiene que ya casi no queda nada que «conservar». Anular el orden postamericano existente y restablecer en la práctica los antiguos principios de EEUU se defiende como una especie de contrarrevolución, y como el único camino hacia adelante.
Ese aforismo para «saber qué hora del día es» se refiere a un emergente sentido de urgencia y apetito de acción arrolladora, no a debates académicos lentos y aburridos entre los conservadores de mentalidad más populista. “La premisa es que la lucha contra el poder cultural wok es existencial, y que las tácticas extremas que escandalizarían a una generación más antigua de conservadores deben ser la norma”.
De hecho, si un líder no es chocante en su conducta y sus propuestas, probablemente “no sabe qué hora es”.
La segunda característica clave de esta mentalidad de nosotros contra ellos, es que cualquier consenso político, ipso facto, desencadena sospechas y se convierte en un foco de ataque.
Cuando te das cuenta de esto, lo que al principio parece una mezcolanza de ideas diferentes parece más unificado. La política sanitaria del Covid, el disgusto por el 6 de enero, el presupuesto del Pentágono, la inmigración, el apoyo a Ucrania, el fomento de la diversidad racial, los derechos de los trans: todos estos son temas que gozan de cierto consenso bipartidista de élite. Pero para el ala de Tucker Carlson, los republicanos que abrazan estas cosas simplemente no saben qué hora es, explica Politico.
Lo que destaca en esta formulación es que, al igual que el apoyo sin reservas a las prácticas reguladoras del Covid, era un «marcador» de «pensamiento correcto» en la época de la pandemia, el apoyo a Ucrania se define como «un marcador» de pensamiento liberal correcto (y de estar en el Equipo) en la era post-pandémica.
Esto sugiere que, ya y a medida que se acercan las elecciones, Ucrania ya no será bipartidista en términos de apoyo, sino que más bien se convertirá en una espada utilizada contra el odiado establishment unipartidista, y cualquier indicio de cagada importante se convertirá en la pieza central de esta guerra contrarrevolucionaria.
El GOP tiene la sensación de que la cultura estadounidense se ha descarrilado: A principios de este mes, la legislación se paralizó en el Congreso, cuando la anteriormente sacrosanta Ley de Defensa del Pentágono se convirtió en el objetivo de las enmiendas de la guerra cultural sobre el aborto, la diversidad y el género, que podrían echar por tierra su aprobación. El portavoz McCarthy se vio obligado a aceptar la rebelión de la extrema derecha contra el proyecto de presupuesto de Defensa y a sacarlo adelante, sin el habitual apoyo bipartidista generalizado.
Las medidas eliminaban la financiación de iniciativas de diversidad en el ejército y añadían restricciones al aborto y a la atención a transexuales en el servicio. Los legisladores republicanos dijeron que actuaron porque la ideología liberal estaba debilitando al ejército. Pero las enmiendas ponen en peligro el camino de la ley en el Senado, controlado por los demócratas.
Los sentimientos exacerbados en ambos bandos se reflejan en una encuesta, según la cual cerca del 80% de los republicanos cree que la agenda demócrata «si no se detiene, destruirá América tal como la conocemos». Aproximadamente la misma proporción de demócratas tenía el mismo temor a la agenda republicana, diciendo que destruiría el país, según una encuesta de NBC News realizada el pasado otoño.
El presidente de la Fundación Heritage, Kevin Roberts, subraya el papel de Tucker Carlson a la hora de “decir la verdad al público estadounidense”. Carlson comprende las «fisuras del consenso económico, las fisuras de la política exterior, y lo más importante para mí, como les gusta decir a algunos conservadores: [sabe] ‘qué hora es’».
Carlson arremete contra un Partido Republicano favorable a las empresas por complacer a las corporaciones que subcontrataron puestos de trabajo en el sector manufacturero. Hizo de la crítica conservadora a las cirugías de transición de género para menores la corriente dominante. En política social y fiscal, Carlson llegó donde los conservadores más tradicionales no lo harían. Y su influencia fue incuestionable. “La clave”, dijo Roberts, «es que Tucker se considera con una obligación moral en nombre del conservador medio».
Sin embargo, los demócratas y otras personas del campo liberal afirman que la guerra cultural del Partido Republicano es una mera reacción contra una mayor aceptación de la creciente diversidad de la nación, que, según ellos, hace tiempo que debería haberse producido en EEUU.
“La Contrarrevolución ha convertido la próxima carrera por la Casa Blanca en un momento existencial. Muy poca gente habla de la reforma fiscal, y todo el mundo habla de las cuestiones culturales”, dijo un dirigente republicano; “ven la política casi como una situación de vida o muerte”.
El candidato presidencial del Partido Republicano, Ramaswamy, advirtió a principios de mes que el patriotismo, el trabajo duro y otros valores se habían disipado: “Es entonces cuando el veneno empieza a llenar el vacío: wokeismo, transgenerismo, climatismo, covidismo, depresión, ansiedad, consumo de drogas, suicidio”.
Así pues, se avecinan “fuegos artificiales” para EEUU. En Europa, sin embargo, pocos “saben qué hora es”. La Guerra de las Culturas ha debilitado, como se pretendía, el sentimiento de pertenencia colectiva a las distintas culturas europeas. Y la reacción es muda. Europa sigue siendo, en general, torpe y perezosa (la clase dominante cuenta con esto último para su supervivencia).
Sin embargo, mientras los fuegos artificiales estadounidenses iluminan el cielo político, la resonancia en Europa es casi segura. Los europeos comparten la desconfianza hacia sus élites y la tecnocracia de Bruselas del mismo modo que los electores de Carlson-Kennedy.
Las euroélites desprecian al pueblo. Los europeos de a pie saben que sus gobernantes les desprecian, y saben que sus élites también lo saben.
El fuego que fundirá el hierro europeo es la economía: Un conjunto de malas decisiones ha hipotecado el futuro económico de Europa para los próximos años. Se avecina la austeridad. Y la inflación está devastando el nivel de vida de la gente, incluso su capacidad para vivir.
Se avecinan fuegos artificiales para Europa, pero lentamente. Ya han comenzado (los gobiernos están cayendo); pero EEUU es la vanguardia del cambio radical a medida que Occidente pierde el control de la metanarrativa de que su «visión» es únicamente el paradigma a través del cual debe configurarse también la «visión» del mundo. Un cambio que lo cambia todo.
Strategic Culture Foundation / observatoriodetrabajadores.wordpress.com