Stella Calloni
Estas son las luces y sombras de un momento de suma fragilidad que vive el mundo y en el cual es evidente que la solidaridad es el mayor antídoto, pero también la certeza de que no podemos dejar que se continúe jugando a la guerra, que sabemos que significa el fin de la humanidad.
El coronavirus, nueva cepa del ya existente, cuya mutación está siendo investigada, puso al mundo entre las dignidades solidarias y la miserabilidad de un sistema que agoniza, capaz de utilizar los efectos de una pandemia para imponer un estado de terror a nivel global y justificar una crisis de las bolsas tanto en Estados Unidos, Japón, Europa y otros, mientras contradictoriamente concentran 37 000 soldados para desarrollar una maniobra en territorio europeo, violentando cuarentenas y toda medida de control de la pandemia reconocida por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Además de las severas acusaciones sobre la posibilidad de que este virus se haya producido en laboratorios y diseminado en el centro preciso de China –para irradiar hacia todo el país–, en Irán o Italia, por estas horas están llegando a varios países europeos 20 000 soldados estadounidenses, que se unirán a los 10 000 ya estacionados en las bases militares de Estados Unidos en Europa y a otros 7 000 militares que aporta esa región para una gran maniobra destinada a «mostrar músculos» ante Rusia y China.
Esta llegada de tropas estadounidenses para las maniobras «Defender Europa 20» pone en duda la efectividad de la cuarentena mundial y sorprende que, en las actuales circunstancias, no se hayan cancelado estos ejercicios, que suponen el traslado de soldados hacia el frente europeo.
A esto se añade una campaña mediática tan aterrorizante como la que se desarrolló en los días posteriores a los atentados contra las Torres Gemelas (2001), sobre los que subsisten serias dudas tanto con respecto a los presuntos responsables del hecho como sobre el efecto implosión que desplomó tan rápidamente las poderosas construcciones con bases de acero.
Desde un punto de vista de la utilización de la guerra biológica, a la que Estados Unidos ha recurrido varias veces –no olvidar el dengue hemorrágico, la fiebre porcina y otros utilizados contra Cuba – y que apoya su socio israelí, esto podría ser el perfecto ensayo de cómo reaccionaría el gigante chino que obsesiona al poder imperial y de cómo actuaría el mundo frente a esta situación, que se caracteriza por un virus «incontrolable» pero menos letal que las comunes epidemias de gripes y neumonías.
Por lo pronto, los poderosos acusan a la pandemia de sus males económicos, pero «la economía ya estaba enferma. El coronavirus es una prueba más de que sólo se mantiene a base de un dopaje continuo», sostiene Eric Toussaint, cientista político, profesor de las universidades de Lieja y de París, quien está al frente del Comité para la Abolición de la Deuda Ilegítima (CADTM).
Toussaint analizó detalladamente todo lo sucedido en las caídas de las bolsas de esos grandes países, especialmente desde la última semana de febrero de 2020, la peor desde la crisis de octubre de 2008:
«Todos los factores para una nueva crisis financiera estaban y están presentes y juntos desde hace varios años, al menos desde 2017-2018. Cuando la atmósfera está saturada de materias inflamables, en cualquier momento, una chispa puede provocar una explosión financiera. Es difícil prever dónde puede producirse la chispa. La chispa es como si fuera un detonador, pero no es la causa profunda de la crisis. Todavía no sabemos si la fuerte caída bursátil de fines de febrero de 2020 va a “degenerar” en una enorme crisis financiera. Pero es una posibilidad real.»
Eric Toussaint advierte asimismo que «es importante ver de dónde proviene realmente la crisis y no dejarse engañar por las explicaciones que constituyen una cortina de humo ante las causas reales».
En tanto, lo que se está viendo en Europa es nada más y nada menos que el desenmascaramiento de la destrucción del sistema de bienestar que, con sus bajas y sus altas, se había logrado instalar en esos países. Había una certidumbre –que no existió nunca en nuestra región [Latinoamérica]– de que ese sistema de bienestar había sido adquirido para siempre.
Nadie comenta el enorme desfalco que significaron para cada uno de los países europeos los gastos en las guerras coloniales de este siglo. Desde un principio, Estados Unidos fue claro con sus socios en la Organización del Atlántico Norte (OTAN): «Nosotros tenemos el armamento necesario, pero ustedes tienen que pagarlo.»
¿Cuánto sacrificó Europa para hacerse cargo de una guerra con invasiones y ocupación de países con los que habría podido negociar y obtener bienes, como el petróleo, pagados en euros, de manera conveniente para unos y otros y en paz?
Las guerras de ocupación colonial contra Afganistán, Irak, Libia, Siria, Yemen (ambas aún en curso), y otras en preparación, no sólo han destruido países con la pérdida de millones de vidas, desastres humanitarios, destruyendo además sitios, ciudades que eran patrimonios de la humanidad, cunas de la civilización, violando todos los derechos de las naciones víctimas y las leyes internacionales, todo bajo una escandalosa impunidad.
Estas guerras coloniales declaradas unilateralmente han significado una tragedia para los pueblos de Europa, víctimas además de las imposiciones neoliberales. Para pagar las armas y equipos sofisticados de última tecnología es posible que hayan utilizado, los gobiernos europeos, los casi 290 000 millones de euros que robaron al Estado libio como chacales, ya que estaban depositados en bancos europeos ante el bloqueo de Estados Unidos.
Los mayores «beneficiados» en estas guerras coloniales de alta criminalidad son los fabricantes de armas y equipamiento militar en Estados Unidos e Israel.
Incluso economistas estadounidenses habían advertido que estas guerras, cuyas estrategias fueron trazadas en los salones del Pentágono, estaban también destinadas a acabar con el bloque capitalista competitivo que podía ser la Unión Europea.
Además de significar también una «guerra contra el euro», defendido a capa y espada por la canciller alemana Angela Merkel, la gobernante capitalista más política de Europa.
Al final del desastre humanitario que significaron las invasiones y ocupaciones, estas guerras llevaron hasta las puertas de Europa millones de inmigrantes, desesperados, hambrientos sin hogar, sin país, sin patria.
Sólo basta con mirar las cifras de organismos internacionales anteriores a estas invasiones brutales para entender que en Libia o en Siria la población tenía un nivel de vida a veces más alto que el de un ciudadano europeo común.
Huyendo de la guerra, desamparados por los organismos internacionales, miles de desesperados fueron tragados por el mar o se ven ahora destinados a vivir como mendigos maltratados en las fronteras del horror.
¿Qué ganó Europa en todo esto? ¿Quién lidera la ocupación de esos países? ¿Quién se apropió del petróleo y de otras riquezas existentes en esos territorios?