Por Sergio Rodríguez Gelfenstein
Los que se creen el cuentico de la democracia representativa y el “mundo libre” habrán tenido tiempo de recapacitar tras los últimos sucesos en Perú y Brasil, que han mostrado en todo su esplendor la falsedad de tales conceptos. Finalmente, se sigue imponiendo la fuerza como instrumento de los poderosos para hacer valer los criterios que le permiten dominar el mundo.
Durante muchos años –en tono de sorna- se hacía la pregunta de por qué en Estados Unidos no había golpes de Estado. La invariable respuesta era: “… lo que pasa es que en Washington no hay embajada de Estados Unidos”. Esta historia ya no podrá seguir siendo contada. En enero de 2021, en el mayor centro imperial del mundo, también hubo un intento de golpe de Estado.
Ahora, la historia se ha repetido en Brasil con asombrosas similitudes, incluso casi coincide en el día y la fecha, tal vez la única diferencia es que en Estados Unidos Trump no había entregado la administración y en el caso más reciente, Bolsonaro ya era parte de la historia.
En los últimos años ha estado causando gran consternación el resurgimiento de posiciones y organizaciones de ultra derecha fascista que finalmente es la derecha pura y dura. Ese afán de algunos de distanciarse de ciertas posiciones cuando la coyuntura lo amerita, ha hecho surgir la centro derecha, la derecha, la ultra derecha, la extrema derecha y en Israel hasta la “derecha ortodoxa”. De la misma manera al otro lado ha emergido la izquierda democrática, la centro izquierda, la izquierda radical, la ultra izquierda, la social democracia y otras denominaciones que sólo sirven para ocultar las verdaderas posiciones y engañar a los electores.
En realidad, la línea divisoria pasa por hacer política a favor del pueblo o en su contra. Y para ello, tal como estipula la Constitución Política de Venezuela, la democracia también debe ser participativa y la mejor manera de hacer efectiva la participación es darle al pueblo las armas para su defensa. No hay mejor expresión de la democracia que un pueblo fuertemente imbricado con sus fuerzas armadas para garantizar la soberanía nacional.
En el colmo de la desfachatez, ahora Estados Unidos ha agregado a su arsenal teórico un nuevo concepto para el engaño: los golpes de Estado tienen validez solo cuando son promovidos, organizados y financiados por Washington. A este respecto y en relación con la intentona fascista de Brasil, el secretario de Estado Anthony Blinken soltó esta perlita: “Usar la violencia para atacar las instituciones democráticas es siempre inaceptable”. Será que se le olvidó Chile 1973, Bolivia 1979, Perú 1991, Venezuela 2002, Haití 2004, Honduras 2009, Ecuador 2010, Paraguay 2012, Nicaragua 2018, Bolivia 2019 y Perú 2022 por mencionar algunos donde la mano de Estados Unidos estuvo presente para “atacar las instituciones democráticas a través de la violencia”.
Por no mencionar las “revoluciones de colores”, eufemismo para referirse a golpes de Estado que en el caso de Ucrania en 2014 inició una guerra de exterminio del pueblo ruso y de otras minorías que habitan ese país. En este caso, la propia subsecretaria de Estado Victoria Nuland estuvo en el terreno organizando con total desparpajo la violencia necesaria que condujera a derrocar al gobierno.
Sólo se asustan cuando los procesos se les van de la mano y sectores fascistas toman motor propio para actuar al margen de las instituciones del poder, “desordenando” el control que han establecido para sustentar la explotación y el dominio. La muestra es que el pinochetismo en Chile ahora se llama UDI, los seguidores de Videla y Massera se denominan PRO en Argentina y los fujimoristas, Fuerza Popular en Perú y los banzeristas Comité Cívico de Santa Cruz. Son los mismos fascistas disfrazados, que incluso pretenden dar clases de democracia amparados en un sistema que se lo permite porque al final, sirve a los intereses de la misma clase.
Finalmente hay que recordar que tanto Hitler como Mussolini, al igual que Trump y Bolsonaro llegaron al poder por vía electoral. Tampoco hay que olvidar que así como Trump tuvo su 6 de enero y Bolsonaro su 8 de enero, Hitler un 27 de febrero de 1933 ordenó incendiar el Reichstag (parlamento alemán) para echarle la culpa a los comunistas, acusando sin pruebas a un joven obrero holandés de 24 años por lo cual fue sentenciado a muerte unos meses después. El hecho le permitió a Hitler justificar el establecimiento del Tercer Reich, todo de forma “legal”. Hoy ni siquiera eso pudieron orquestar en Ucrania. Por eso el golpe de Estado de 2014.
Los tiempos han cambiado pero el ropaje es el mismo porque las intenciones no varían y mientras la izquierda no entienda que su principal alianza es con el pueblo, no con los empresarios o la derecha, ésta seguirá acechando, gobernando sola como en Estados Unidos, en alianza con los “liberales” cuando les convenga como el caso de Chile, Alemania o España y cuando nada de eso funciona, el expediente del golpe de Estado siempre estará abierto, eso si, debe contar con la venia de Washington.