Desigualdad tatuada en la piel

Unos mil millones de personas padecen una o más enfermedades tropicales desatendidas. Benín, donde la úlcera de Buruli es endémica, lucha como puede contra ella.

 

La piel ‘misteriosa’ de África

Como la piel de una serpiente. Así se queda, como a rombos, cuando en África te hacen injertos. Eso si hay suerte y cuentan con una maquinita expansora que agujerea la tira de piel cortada para que luego se extienda como si fuera una malla sobre la lesión, una de esas que usaban antes las madres para ir a la compra. Puede ser peor si tienen que cortar rebanadas de piel sana para cubrir la enferma y regenerar tejidos, pero no disponen de la máquina mágica… El resultado de la intervención tiene entonces el aspecto de un código de barras hecho a mano por todo el muslo.

Sea como sea, el resultado es demoledor. «Estás marcado, estigmatizado, porque pareces un reptil o un bocadillo abierto de lonchas de beicon. Te señalan con el dedo y saben que has tenido un problema en la piel y que tuviste que llegar a un estadio avanzado de la enfermedad para que te quitaran piel sana y te la pusieran sobre las heridas. A veces te afecta a la movilidad y tampoco te desenvuelves bien. Yo soy cocinero y necesito mover bien los brazos, así que he venido a operarme». De esta manera describe Boris, nigeriano de 28 años, las consecuencias de la úlcera de Burulila enfermedad misteriosa de la cual se desconoce el origen. Le acaban de intervenir quirúrgicamente y tendrá que estar en el centro de salud de Couffo, en Benín, por lo menos un mes más para seguir con las curas y la rehabilitación. Curiosamente hay mucho nigeriano de la frontera que prefiere ser atendido en Benín, porque parece que aquí los medicamentos no se adulteran para bajar el precio.

Su caso no es ese. Pero tiene ocho años y, aquí está, con el cuerpo lleno de vendajes. Se llama Freud Lokossou. Lleva siete meses en el hospital Gbemontin,en Benín y le quedan otros tantos. En Nochevieja estaba disfrazado de hombre de paja y otro niño le prendió fuego. Nadie quiso ayudarle porque pensaban que esa hoguera en movimiento era cosa del demonio. El niño terminó tirándose al suelo y rebozándose con la tierra. Se quemó el 60 % del cuerpo.

Ningún hospital quería atenderlo alegando que era un caso perdido, que si sobrevivía serían muchos meses de curas y mucho dinero que la familia de Freud no tenía. Pero las Hermanas Franciscanas de la Divina Pastora, que atienden este hospital en el distrito rural de Zagnanado, se hicieron cargo de él, porque se hacen cargo de todos los que llegan, «aunque no puedan pagar». Lo dice la hermana Julia Aguiar, responsable de este hospital que lleva cuarenta años trabajando en la región. Las 200 camas que tiene Gbemontin las ocupan pacientes con tuberculosis, sida, desnutrición… Pero, sobre todo, personas con enfermedades dermatológicas.

Más fe en el curandero que en el dermatólogo

En Benín, cuna del vudú, existe una fuerte tradición de acudir a curanderos tradicionales y a brujos cuando se detecta cualquier enfermedad. Sin embargo, el hospital de Gbemontin ve su cifra multiplicada de visitantes, año tras año, y está desbordado de pacientes que ven en la hermana Julia una especie de gurú mística de la piel. El año pasado, el dispensario —según dice el registro beninés sobre esta instalación— atendió a más de 5.000 personas y se realizaron más de 40.000 consultas médicas, un número razonablemente alto en un país de 10 millones de habitantes.

Esta misionera gallega de ojos claros y cansados, que prefiere no decir su edad, trabaja a destajo los siete días de la semana y el martes pasado —los martes son los días de cirugía— operó a 52 personas. «Necesitamos relevo, más personal cualificado, médicos, fisioterapeutas, un gestor para el nuevo pabellón de niños con problemas de psicomotricidad… El gobierno no nos apoya económicamente y dependemos de voluntades privadas y ONG que nos ayuden».

Sorprendentemente, a pesar de todas las dificultades económicas y de la falta de personal, la hermana Julia ha convertido este pequeño hospital rural de Benín en un centro pionero a escala mundial en el tratamiento de la úlcera de Buruli.

La úlcera de Buruli fue bautizada así en los años sesenta debido al elevado número de infecciosos con los mismos síntomas en el condado con tal nombre, en Uganda. Una enfermedad misteriosa de la que todavía se desconoce el origen, solo se sabe que es causada por la bacteria Mycobacterium ulcerans, es familia de la lepra y se transmite a través del agua principalmente. Benín es uno de los países donde es endémica, junto con Costa de Marfil, Ghana, Camerún y Togo.

Clasificada como enfermedad tropical desatendida, su infección destruye la piel y los tejidos blandos causando grandes úlceras, generalmente en brazos y piernas. Si no se trata adecuadamente con un cóctel de antibióticos, la úlcera se encarniza devorando tendones, incluso huesos, desfigurando el cuerpo e incapacitando el uso de esos miembros a quienes la padecen, llegando en algunos casos a la amputación. El riesgo de mortalidad es bajo, aunque las infecciones secundarias pueden ser letales. Como es indolora (y tampoco manifiesta fiebre), en África se diagnostica demasiado tarde.

Prevención y reinserción

La buena noticia es que muchas de estas enfermedades pueden prevenirse, e incluso ser erradicadas, si se garantizan el acceso y la puesta en práctica de las distintas estrategias de prevención y tratamiento.

Empezó a propagarse de manera alarmante y la OMS decidió intervenir adoptando una resolución en 2004 orientada a aumentar la vigilancia de la úlcera de Buruli y promover su investigación. Sin embargo, continuó la expansión geográfica de la enfermedad —hoy se contabilizan afectados en más de 30 países de África, Asia y Pacífico Occidental— y la OMS volvió a hacer una llamada de atención en 2013. Se aprobó otra resolución que empuja a los Estados miembros a intensificar e integrar medidas e inversiones para mejorar la salud y el bienestar de los afectados por estas enfermedades tropicales desatendidas. Además de aplicar efectivas medidas de prevención, el tratamiento consiste en reemplazar la cura con inyecciones de antibióticos de bencilpenicilina y benzatina que se usaba desde los años cincuenta, por la administración oral de rifampicina y claritromicina.

Vodounnou Alice, de 20 años, desviste despacio a su hija, Delphine, de tres, con una parsimonia propia de los que no tienen prisa. También es propia de una madre preocupada por no rozar la ropita en la herida del brazo de la niña. La enfermera de Sedje Denou, un centro de salud en mitad de la nada, le confirma que es úlcera de Buruli. Cura a la niña, la venda y después emplea casi media hora en describirle todo lo que pasa en un póster. Alice mira muy seria esas fotos gore del póster, de úlceras enormes en toda su crudeza, y escucha atentamente mientras viste de nuevo a su hija. Así es como se lleva a cabo la sensibilización en África.

Y tras la sensibilización, prevención, tratamiento –con o sin cirugía– y la rehabilitación, al final de la cadena de la enfermedad está la reinserción. Aniwanou Gabin tiene ocho años y ya ha regresado a casa, a Monzoungoudo, un pequeño poblado a pocos kilómetros de Gbemontin. Desde el hospital se hace seguimiento a los pacientes ya curados para supervisar su evolución y asegurar que no hay nuevos focos de infección. Tuvo que ser intervenido con la rudimentaria cirugía plástica hasta tres veces. Estuvo casi un año viviendo en el hospital, perdió el año escolar pero al menos podía asistir un rato cada mañana a una pequeña sala que hace las veces de escuela donde niños de cualquier edad hacen ejercicios de matemáticas y lengua.

Lucha contra la enfermedad

Didier Agossadou, responsable de un plan gubernamental creado específicamente con este objetivo, el Programa nacional de Lucha contra la úlcera de Buruli, relata como el 80 % de los casos detectados en el estadio inicial (categoría 1) se pueden curar: «El diagnóstico precoz y el tratamiento con antibióticos han sido verdaderamente efectivos, reduciéndose incluso el índice neto de morbilidad asociado a la enfermedad en los últimos años. Si se diagnostica en un estadio avanzado (categoría 3) o se empieza a tratar demasiado tarde, además de traducirse en largas estancias en el hospital, costosas para el paciente y para el gobierno, el riesgo de secuelas permanentes —acortamiento de miembros que derivan en movilidad reducida— es del 25 %. Por eso es tan importante la detección temprana, para evitar que se produzcan estas lesiones irreversibles en la persona».

«Para controlar esta enfermedad es fundamental la sensibilización en las comunidades y la formación de los profesionales sanitarios para así conseguir la prevención eficaz, garantizar el diagnóstico precoz y tratar la enfermedad adecuadamente», explica el doctor Yves Barogui, único médico operativo para más de 100.000 habitantes y que dirige el Centro de Salud de la Comuna de Lalo, en Couffo, especifico para la úlcera de Buruli.

Barogui agradece que ONGs como Anesvad trabajen conjuntamente con el Ministerio de Salud de Benín y equipen centros de salud como el suyo. De otra manera, él no tendría acceso a anestésicos, instrumental de quirófano, camillas o camas para postoperatorio. «No podría operar y, por tanto, no se podría curar a los enfermos», resume.

La ONG española tiene como eje principal de trabajo la erradicación de las enfermedades tropicales desatendidas, en particular la úlcera de Buruli y en especial en África, donde la precariedad sanitaria y la desinformación desencadenan que incida con más fuerza. Desembarcó en el continente africano hace más de veinte años y tras muchas vicisitudes, internas y externas, esta organización sigue luchando contra estas enfermedades. Su meta es la eliminación de la lepra y controlar la úlcera de Buruli para el 2020, trabajando en la línea de los objetivos de la OMS y de los Objetivos de Desarrollo Sostenible que plantean «poner fin a las enfermedades tropicales desatendidas» en 2030.

Sensibilización por radio

En este ambicioso proyecto, la sensibilización es fundamental para la prevención y, atendiendo a una visión holística e integral de la salud, una de las estrategias que Anesvad ha puesto en marcha es financiar programas de radio sobre salud.

En Radio Plateau FM todas las tardes se habla de salud. Daniel Zanou, editor jefe, y los redactores Okowade, Bonou y Assaba —los cuatro forman la plantilla completa de la emisora— se emplean a fondo para atender las llamadas de los oyentes y solucionar sus dudas sanitarias con la ayuda de algún médico o enfermero que normalmente está al teléfono. El traslado de los invitados a plató es poco frecuente. El transporte es demasiado caro y requiere horas de desplazamiento que el personal sanitario no puede permitirse porque no puede desatender su puesto de trabajo. En un país que solo cuenta con seis médicos por cada cien mil habitantes hay una gran saturación de enfermos en todos los centros de salud.

Los lunes se habla sobre malaria, los miércoles se trata la salud comunitaria, los jueves abordan la úlcera de Buruli y cada dos semanas, de tuberculosis. Estas ondas llegan a ciento veinte mil personas —de Benín y también de la vecina Nigeria— en francés y en fon, el idioma local mayoritario. Daniel, su redactor jefe, comenta apesadumbrado que le gustaría que sus redactores pudieran tener más información y que recibieran algo de formación de médicos especialistas sobre estas enfermedades que inundan el país, para poder hablar con más rigor y ser de más ayuda a los oyentes. Conoce de primera mano la capacidad educativa que tiene una radio, siente la responsabilidad de cuidar la buena salud de su comunidad y, con pocos recursos y algo de apoyo, consigue grandes cosas como ayudar a erradicar esas enfermedades tropicales desatendidas.

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