Día D, historia enfangada

 

Fabrizio Cassari

El octogésimo aniversario del desembarco de Normandía fue un triunfo de la ficción y la hipocresía, un huracán de retórica belicosa que hizo pasar por verdad histórica el relato atlantista sobre la Segunda Guerra Mundial. Fue una manifestación atlantista y antirrusa y no la celebración de un acontecimiento histórico. Palabras y música de un bloque imperial que, no satisfecho con las dos primeras, intenta ahora llevar a Europa a la tercera y última guerra mundial.

Invirtiendo papeles y méritos, ignorando hechos históricos, asistimos a un espectáculo propagandístico carente de toda decencia historiográfica y política. Sin ningún pudor, se excluyó a Rusia, que derrotó al horror nazi-fascista pagando un precio enorme: 22 millones de muertos y no los 170.000 estadounidenses, que valieron entonces 80 años de dominación sucesiva de Estados Unidos sobre Europa.

Fue una celebración puramente ideológica, en la que la manipulación de la verdad y de la memoria fueron el texto rector de la ficción. Se exaltó más allá de toda verdad la contribución de EEUU a la victoria contra Hitler, se borró el papel decisivo y único de la URSS, porque el acontecimiento, lejos de ser un recuerdo, sólo sirvió a un anuncio antirruso. Se evitó cuidadosamente mencionar cómo la intervención estadounidense se produjo en junio de 1944, cuando Alemania – ya expulsada de Rusia y de gran parte de Europa del Este – se encontraba en grandes dificultades militares.

El ejército nazi, que había dejado 250 divisiones, o sea el 90% de su fuerza total, en Stalingrado, replegaba hacia Berlín. Cuando comenzó el desembarco estadounidense, los soldados del Ejército Rojo soviético ya habían liberado Rusia, Estonia, la mayor parte de Letonia, Bielorrusia, Crimea, Rumanía, Bulgaria y Finlandia, y unos meses más tarde liberaron Hungría y el oeste de Noruega.

Aunque la presencia alemana de ocupación en Europa occidental seguía siendo fuerte, el proyecto imperial alemán ya había naufragado. Además, la historia enseña cómo fueron las divisiones de Stalin, a petición desesperada de Churchill y Eisenhower, las que abrieron una nueva ofensiva en Europa del Este para permitir a los angloamericanos, atrapados en las Ardenas, desembarazarse de miles de soldados alemanes desplazados para frenar el avance soviético.

El desembarco de Normandía es definido por gran parte de la historiografía militar como una operación de escasa perspicacia bélica, y su función principalmente política, calibrada más para la posguerra que para la guerra. Por lo tanto, como han señalado varios historiadores, la contribución estadounidense fue importante y valiosa, decisiva para acelerar la liberación de Europa Occidental, pero no fundamental para el destino de la guerra, ya marcado primero por la resistencia de Stalingrado y luego por la victoriosa contraofensiva soviética. En cambio, la intervención estadounidense resultó decisiva para impedir que el avance ruso alcanzara la liberación de Europa Occidental.

La guinda del pastel del ridículo la puso la presencia de Ucrania, que hace 80 años acogió a la Wermacht como libertadores y vio a sus nacionalistas entregados a los campos de exterminio nazi. En este 80º aniversario, estaba representada por su corrupto dictador de hoy, Vladimir Zelensky, cuyas tropas y gobierno se inspiraron en el colaborador de las SS Stephan Bandera. Lo que dio lugar a un espectáculo nauseabundo, ya que los ucranianos de Bandera, junto con lituanos, letones, estonios y los croatas de Ante Pavelic, cometieron horrores que ni siquiera los alemanes tuvieron estómago para cometer.

Los europeos excitados por la guerra

Una celebración densa de siniestros déjà-vu, agravados por las palabras del ministro alemán de Defensa, Pistorius, que precisamente ochenta años después anuncia la urgencia de preparar la guerra contra Rusia para 2029, sin que estas palabras sean en absoluto rechazadas por el sistema político y mediático, que por el contrario las exalta.

Ninguna repulsa, ninguna postura que recuerde a Alemania que las palabras de su ministro son graves y cuando menos inapropiadas, dado que la historia nos habla de la invasión alemana a Rusia y no al revés. Ninguna postura que recuerde a Pistorius que dos guerras mundiales se libraron precisamente para frenar los impulsos imperiales de Berlín y que la propia Unión Europea tiene en sus fundamentos la necesidad de contener el expansionismo imperial alemán, una amenaza real histórica y reiterada para el Viejo Continente.

En la competición por asumir el protagonismo de la nueva belicosidad europea, Francia -convencida de que puede hacerse con el liderazgo militar del continente gracias a su Force de Frappe – se ha relanzado de inmediato. El anuncio de Macron del envío de cazas Mirage y de una brigada de instructores a Ucrania amplía y completa lo que él y el resto de los funcionarios europeos del imperio estadounidense llevan repitiendo desde hace muchos días: hay una guerra que librar contra Rusia y hay que empezar inmediatamente.

Y como las fuerzas y los recursos en esta coyuntura no son los necesarios para la victoria, se necesitan inversiones estratosféricas para apoyar el rearme europeo, que tras la fingida emergencia bélica oculta que es el pivote del mayor reseteo industrial occidental, para contener el crecimiento de los países emergentes y de los bloques multipolares alternativos al imperio unipolar.

Por eso el tambor de la propaganda atlantista retumba con el regreso de los ejércitos de reclutas: para aumentar desproporcionadamente los beneficios de la industria bélica estadounidense y europea y extender la amenaza a los cuatro puntos cardinales del planeta; para reafirmar la dominación absoluta del Occidente anglosajón sobre el mundo entero, hay que ampliar enormemente la cantidad de militares y su rayo de acción. El objetivo estratégico es la conversión de la industria occidental en militar.

Obviamente nunca se menciona el hecho de que el presupuesto de la OTAN ya es enormemente mayor que el de Rusia y China juntos, y cuando se hace, se alega que sin un mando unificado el despilfarro es enorme. Pero el mando unificado ya existe y es la OTAN la que sigue el esquema de los tres círculos: Occidente manda al mundo, la OTAN manda a Occidente y EEUU manda a la OTAN.

Absolutamente falsa es la defensa de Ucrania, de la que nunca se ha preocupado Occidente, que la ha estado preparando desde 2013-2014 para que se convirtiera en lo que se había convertido: una plataforma militar contra Moscú, una amenaza constante a su integridad territorial y mientras Ucrania tenía como objetivo el Donbass, los intentos de golpe de Estado en Bielorrusia y Kazajistán trataban de completar el cerco a Rusia.

El objetivo, en definitiva, nunca ha sido ni es la defensa de Ucrania, sino el ataque a Rusia, que ahora se considera ineludible para la acumulación de fuerza militar, solidez económico-financiera, influencia política y expansión de las relaciones internacionales de Moscú. El papel político y militar también tiene repercusiones en los BRICS, donde Rusia desempeña un papel decisivo en la gestión del proceso de acumulación de fuerzas y, junto con China, tiene la capacidad de dirigir y acelerar el ritmo de la desdolarización.

Fue precisamente la creciente influencia de Rusia en varios continentes y la soldadura de sus intereses nacionales con los del Sur global, lo que la convirtió en la amenaza más importante para un imperio en declive. Sin embargo, la necesidad de precipitarse directamente en una guerra generalizada contra Rusia, a la que se había definido como «enemigo» ya muchos años antes, se vino abajo ante la decisión de Moscú de no quedarse de brazos cruzados viendo cómo la OTAN se acumulaba por toda Europa del Este e incluso en las fronteras rusas.

El plan de cerco saltó por los aires: las condiciones sobre el terreno planteadas por la operación militar especial rusa provocaron la interrupción sustancial de los planes de ampliación de la OTAN. En los cuales Rusia iba a ser desmembrada políticamente en una serie de pequeñas repúblicas mutuamente independientes e irrelevantes, mientras que su potencial bélico iba a quedar reducido a cero, útil en el mejor de los casos para fines puramente defensivos. Esto no fue ni será así.

Ucrania, que debía ser el trampolín del cerco, ha resultado ser el lugar de la derrota política. Sanciones comerciales y financieras como si llovieran, interminables presiones militares y diplomáticas sin miedo al ridículo, presentan al día de hoy una factura que ve a Moscú victoriosa y a la OTAN incapaz de detenerla.

Por eso, ver la obscena exhibición del mendigo ucraniano con símbolos nazis tatuados en la piel y utilizar el aniversario del desembarco de Normandía para ofrecer un púlpito de amenazas a los liberadores rusos no invitados, representa una de las páginas más estúpidas a la par que innobles de esta versión atlantista del horror pasado, vendida en formato depurado y actualizado.

Ernest Hemingway dijo que «todo ser humano amante de la libertad debe más gracias al Ejército Rojo de las que podría pronunciar en toda su vida». Y nació en Illinois, no a orillas del Don.

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