Doctrina Monroe y su actual vigencia imperialista

Oscar Rotundo │ Pueblo en armas

Podemos decir que el nacimiento de los Estados Unidos del norte, de lo que se conoce hoy como América, tiene su origen en el asentamiento de las comunidades puritanas (conocidas como los peregrinos) que en 1620 llegaron en un barco llamado Mayflower desde la Gran Bretaña para establecerse en Plymouth, Massachusetts.

Para 1630, una colonia puritana mucho más grande se establecería en el área de Boston y desde 1637 hasta 1733, las trece colonias inglesas irían ocupando gran parte de la costa este de la región: Virginia, Massachussets, Maryland, Rhode Island, New York, New Jersey, Connecticut, New Hampshire, Delawre, Carolina del Norte, Carolina del Sur, Pensilvania y Georgia.

En dicha región los habitantes profesaban el credo protestante, a excepción de Maryland, donde había libertad de culto, ellas albergaban una población total de dos millones de habitantes entre los que también había franceses, irlandeses, escoceses y alemanes. Aquí se fueron construyendo las bases que darían forma a la idea de nación que contenía la Génesis de la Reforma del siglo XVI que se concretó en el calvinismo político.

En estas colonias predominaba gente culta de credo protestante que, gracias a las inmensas riquezas del territorio y de la fuerza laboral, consiguieron en poco tiempo darle vigor a un capitalismo comercial del que se beneficiaba la Corona.

Como colonia se mantenían con una política autónoma de la monarquía, cada colonia elegía a sus propias autoridades para resolver los problemas domésticos, pero tenían un gobernador que respondía a la monarquía y cobraba excesivos impuestos.

Anhelaban poder desarrollarse y practicar libremente sus creencias políticas y religiosas, precisamente abandonaron Inglaterra al implantarse allí la persecución religiosa y el despotismo real y no tardarían en rebelarse en esta nueva oportunidad. La primera asamblea legislativa en América se reunió en una iglesia comenzando con una oración, la relación entre la política y la fe religiosa en la construcción institucional marcaban las relaciones sociales y culturales.

Los emigrantes que escaparon de la intransigencia y persecución político religiosa, antes de salir a navegar con el Mayflower hicieron un pacto, que fue básicamente la primera Constitución americana, en él se reflejaban sus convicciones esenciales de que el pueblo debía ser libre y que ese pueblo libre debía gobernarse por los principios bíblicos. Fue en esa cosmovisión judeo-cristiana, que el gobierno, las leyes y la cultura estadounidenses fueron establecidas.

Para el escritor e historiador César Vidal, «La Constitución de los Estados Unidos es un documento de unas características realmente excepcionales. De entrada, es el primer texto que consagra un sistema de gobierno de carácter democrático en una época en que tal empeño era interpretado por la aplastante mayoría de habitantes del orbe como una peligrosa manifestación de desvarío mental». Tengamos en cuenta que en esa democracia no eran admitidos los esclavos y los bárbaros indígenas que desafiaban sus designios.

Según Vidal, la constitución de Estados Unidos es el resultado del proceso histórico que deviniera en la Reforma del siglo XVI cuya expresión fuera el calvinismo político, que en síntesis expresa cuatro puntos esenciales: 1. La voluntad popular era una fuente legítima de poder de los gobernantes; 2. Ese poder podía ser delegado en representantes mediante un sistema electivo; 3. En el sistema eclesial clérigos y laicos debían disfrutar de una autoridad igual, aunque coordinada. Entre la iglesia y el estado no debía existir ni alianza ni mutua dependencia.

Estos colonos ingleses no perdieron de vista la concepción imperial británica y no solo combatieron a la corona para lograr su independencia administrativa, también se empeñaron en disputarle su hegemonía en el resto del continente. Bien vale recordar que la ocupación y expansión británica se da cien años después que España desplegara una red de colonias desde La Florida hacia el sur, y Francia tomara el norte.

Los ingleses vieron en la iniciativa conquistadora de las otras fuerzas europeas una aspiración hegemónica a lo largo de la costa atlántica que no permitirían, y teniendo la flota marítima más poderosa del mundo, procedieron a la ocupación de tierras en distintas direcciones para poder controlar, tanto la navegación de otras fuerzas navales, como el comercio por esa vía.

Nuevamente las disputas del viejo continente se harían presentes en los confines más apartados del planeta. Para 1760, Inglaterra ya era dueña de una buena parte de América del Norte, habiendo derrotado a franceses, españoles y neerlandeses, pero ese esfuerzo devastador le generó a la Corona un quebranto económico que rápidamente descargó sobre las colonias bajo su dominio, imponiendo tres gravámenes económicos a las mismas, a saber:

1.-Dispuso que las propias colonias pagaran los gastos que ocasionara el ejército inglés destacado en ellas. 2.-Creó el papel timbrado (papel sellado) para el uso en los contratos y 3.- Estableció el impuesto del té. Este fue el detonante que precipitó la ruptura de las trece colonias con “la Madre Patria”.

En 1774 se desarrolló el primer congreso de Filadelfia, en el que participaron en condición de delegados, patriotas destacados y respetados como Jorge Washington y John Adams, que avanzaron en la solicitud de abolición de todas aquellas leyes que imponían contribuciones a las colonias sin el consentimiento previo de estas, como lo establecía la tradición inglesa.

Además, proclamaba “que no existe impuesto sin la aprobación de los que deben pagarlos”, a lo que la monarquía respondió con medidas represivas y con el envío al continente de más efectivos militares, originando enfrentamientos militares que propiciaron el llamado al Segundo Congreso Continental.

Este congreso contó con la participación de todas las colonias y otros destacados patriotas proclives a la independencia como Thomas jefferson, Benjamín Franklin, Roberto Morris, que decidieron formar un ejército de milicias para combatir a Inglaterra, suscribiendo ese 4 de Julio de 1776 el acta de proclamación de la independencia de las Trece Colonias.

Luego de múltiples batallas en las que los independentistas contarían con la participación de España y Francia, esta última en aquel entonces enfrentada con Inglaterra por el arrebato de Canadá y la India, se llegó al tratado de Versalles, suscrito en 1783, por el cual Inglaterra reconocía finalmente la independencia de los Estados Unidos.

Desde ese momento en que las trece colonias entablan su lucha por la autodeterminación y consolidación, hasta la compra de Alaska a Rusia en 1867 y la anexión de la República de Hawái en 1898, Estados Unidos no se ha detenido en su afán de abarcar con su dominio mesiánico la mayor cantidad de territorio al que considera como “destinado por la providencia” para ser su “Tierra prometida”.

Para 1812, el ministro de España en Washington, Luis de Onís, en una carta dirigida al virrey de México, informaba premonitoriamente sobre las pretensiones de Estados Unidos.

“Cada día se desarrollan más y más las ideas ambiciosas de esta República… Este gobierno se ha propuesto nada menos que fijar sus límites en la embocadura del río Norte o Bravo, siguiendo su curso hasta el grado 30, y de allí, tirando una línea recta hasta el Pacífico, tomando por consiguiente las provincias de Texas, Nuevo Santander, Coahuila, Nuevo México y parte de las provincias de Nueva Vizcaya y de la Sonora.

Parecerá este proyecto un delirio a toda persona sensata: pero no es menos seguro que el proyecto existe, que se ha levantado expresamente un plano de dichas provincias por orden del gobierno, incluyendo también en dichos límites la Isla de Cuba como una parte natural de la República”.

El propio Monroe, elegido presidente, justificó aún más la expansión por el oeste como una necesidad estadounidense para convertirse en gran potencia:

“Debe quedar claro para todos que cuanto más avance la expansión, mayor será la libertad de acción, más perfecta su seguridad y, en todos los otros aspectos, mejor será su efecto sobre todo el pueblo norteamericano. La extensión del territorio, sea grande o pequeño, da a una nación muchas de sus características. Indica el grado de sus recursos, de su población, de su fuerza física. En suma, marca la diferencia entre una potencia grande y otra pequeña”

En su séptimo mensaje anual al Congreso el 2 de diciembre de 1823, Monroe deja sentada ante Europa una clara visión del concepto de apropiación imperialista que desplegarían durante los próximos 200 años.

«…En las discusiones a que ha dado lugar este interés y en los acuerdos con que pueden terminar, se ha juzgado la ocasión propicia para afirmar, como un principio que afecta a los derechos e intereses de los Estados Unidos, que los continentes americanos, por la condición de libres e independientes que han adquirido y mantienen, no deben en lo adelante ser considerados como objetos de una colonización futura por ninguna potencia europea…”

Los dirigentes estadounidenses tomaron desde un principio los lineamientos expresados en el acta constitutiva como una máxima moral, sintiéndose depositarios de la razón y de la libertad, para aplicar al resto del territorio sus fundamentos en aras de preservar sus intereses y proteger la seguridad que les conferían los dos grandes océanos como una señal, un “obsequio de la Divina Providencia”.

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