Por José Ramón Cabañas
Acaba de concluir la vigésima edición de la serie de diálogos sobre Cuba en la política exterior de los Estados Unidos, un ejercicio que organiza el Centro de Investigaciones de Política Internacional (CIPI) en la sede del Instituto Superior de Relaciones Internacionales “Raúl Roa”, desde los albores del siglo XXI. En esta oportunidad participaron de nuevo algunos de sus iniciadores, a ellos y a los que ya no están debemos agradecer la voluntad, la constancia, el interés y hasta los desacuerdos.
En esta ocasión, por primera vez, todos los paneles fueron transmitidos en tiempo real por el canal de You Tube del CIPI, donde permanecen disponibles los videos de las presentaciones. Un primer dato interesante, en los tres días que sesionó el evento (14, 15 y 16 de diciembre) se conectaron a las sesiones 1273 personas, total que crecerá en los días subsiguientes.
No obstante, lo curioso es que más de la mitad de estas conexiones (662) tuvieron lugar en el justo momento en que se producía una intervención inaugural especial de un funcionario de alto rango de la cancillería cubana. Las cifras indican que es de interés escuchar la voz oficial de Cuba, que lo que se plantea por ella es inmediatamente consumido y trasciende en el plano político.
Desde la misma mañana del miércoles 14 de diciembre, se han sucedido comentarios en prensa y en redes sociales, sobre todo por parte de aquellos que aprecian que cualquier probable paso de retorno a una comunicación oficial estable entre ambos países podría significar el fin de la industria del odio. Es una buena señal.
Pero esta reunión fue de nuevo un espacio académico para escuchar diferentes propuestas sobre temas comunes, con la participación también por primera vez de expertos de terceros países, en momentos en que los que se oponen a una relación bilateral de cooperación en ciertos temas, tratan de negar la evidencia científica y le construyen currículos a supuestos intelectuales, que nunca lo fueron, para tratar de enfrentar en universidades y centros de investigaciones foráneos a profesores y autores reconocidos.
En temas como la política del actual gobierno de Joe Biden hacia Cuba y sus perspectivas para el 2023-2024 se escucharon voces divergentes, contrapuestas, pero se intentó construir una visión única, a partir de lo que cada cual pudo aportar. Quizás los puntos comunes fueron básicamente tres:
- No responde al interés nacional de los Estados Unidos la regresión en la relación bilateral dispuesta por el gobierno de Donald Trump y respetada por Biden, en sus dos primeros años de mandato.
- Lo discutido y negociado entre el 2015 hasta el 2017, incluso en algunos momentos del 2018, constituyen fundamentos sólidos para cualquier tipo de relación sostenible en el futuro entre ambos países.
- Ha sido un error para el gobierno de Biden haber aceptado la lectura de que la situación interna en Cuba, como resultado de la coexistencia del bloqueo extremo y la pandemia, terminaría en una implosión social en la Isla.
Tres paneles fueron dedicados a temas en los que ha existido, o existe, algún tipo de cooperación bilateral. Las divisiones se establecieron entre el plano oficial y el no oficial y, dentro del primero, un espacio independiente para las ocho esferas que comprenden la aplicación y cumplimiento de la ley, o law enforcement en inglés.
Seis expertos de alto nivel de ambos países presentaron sus experiencias y visiones solo en el tema de Medio Ambiente y todo el entramado de nuevos conceptos como mitigación, resiliencia, desarrollo con bajo carbón, tecnologías sustentables, cambio climático antropogénico y energías renovables. Y aquí de nuevo puntos comunes:
- A pesar de todas sus limitaciones materiales, las barreras coralinas, los humedales y otras áreas de interés medioambiental están mucho mejor protegidas en Cuba que en EE UU.
- La labor que realiza Cuba en este campo, siguiendo prioridades del interés nacional, tiene un saldo favorable para el Sur de los Estados Unidos, en particular en Luisiana, Alabama, Florida y Georgia.
- Los actores no gubernamentales en ambas naciones tienen un papel de primer orden en cuanto a tender puentes y en educar a ciudadanos, empresarios y decisores en el sentido de que casi cualquier nueva iniciativa económica que nos propongamos tendrá un impacto en nuestro entorno.
Al hablarse de otras áreas de intercambio, sin lugar a dudas, las universidades respectivas, los institutos de investigación en general y los asociados a la salud en particular ofrecen el terreno más fértil. No se puede poner cotos a la ciencia, ni con la polarización, ni con el odio, ni con la mentira. En momentos en que se quiso causar una asfixia total, Cuba respiró a través de su Ciencia y sus logros. Aún hoy cuando han sido conocidos y debatidos en todas las latitudes, siguen causando asombro. Esto sucede por igual en Los Angeles, Minneapolis, Chicago o Detroit.
Cuando se congeló casi todo en el intercambio bilateral entre Estados Unidos y Cuba, los científicos siguieron hablando, complementándose, advirtiendo peligros y salvando vidas de forma conjunta desde sus correos electrónicos, las publicaciones especializadas, o sencillamente por WhatsApp. El espectro es mucho más amplio y abarca desde la Agricultura hasta el combate a los vertidos de petróleo en el mar Caribe.
En este punto, cuando ya el volumen de información parecía imposible de procesar, los visitantes extranjeros tuvieron la posibilidad de conocer la experiencia singular de la Fundación de la Universidad de La Habana, el Parque Tecnológico de La Habana y la empresa CETA SA de interfase del ISPJAE, los cuales en 2 años han acumulado significativos resultados en la aplicación de la ciencia, la tecnología y la innovación. Sorprendidos estuvimos incluso los cubanos que convivimos con ellos.
Una mención particular merece las consideraciones compartidas en cuanto a la cooperación judicial, la lucha contra la emigración ilegal y el tráfico de personas, el terrorismo, los ciberdelitos, el combate al tráfico de drogas, la relación Guardacostas-Guardafronteras. No por conocidas dejan de llamar a la reflexión la cantidad de comunicaciones de la parte cubana, que han permanecido sin respuesta por parte de las autoridades estadounidenses a partir del 2018, a pesar de que se trataba de la investigación de hechos que, en última instancia, pueden afectar y afectan la seguridad nacional de Estados Unidos.
Baste sólo un ejemplo: las agencias especializadas cubanas han emitido alertas en estos años contra 57 ciudadanos de origen cubano residentes en Estados Unidos, por delitos asociados al tráfico de drogas. Cinco de ellas son alertas rojas, reservadas para las comisores más peligrosos. No consta ni siquiera el acuse de recibo de esas comunicaciones del lado estadounidense.
A pesar de que los organizadores del evento intentamos una y otra vez confirmar la asistencia de expertos estadounidenses en estas materias, fue imposible contar con su presencia. No obstante, pudimos compartir y citar ante los presentes importantes textos publicados por algunos de ellos en el pasado reciente, sobre el significado del carácter constructivo de esta cooperación bilateral.
La intervención del experto colombiano que accedió a formar parte de este panel fue tan diáfana como transparente para concluir que: no sirve ni al interés de Estados Unidos, ni al de América toda, incluir a Cuba en la lista de países que supuestamente auspician el terrorismo. Esa práctica debe ser desestimada de inmediato y se debe revertir la acción oportunista y trasnochada del anterior Secretario de Estado de Estados Unidos.
Una mención aparte en los anales de estos eventos, y en la celebración de esta edición en particular, merece el panel propuesto y organizado por la Coalición Nacional de Profesionales Legales Preocupados (National Coalition of Concerned Legal Professionals). De conjunto portaron una visión de primera mano y basada en su propia experiencia sobre los efectos sociales de la COVID 19 sobre la población estadounidense, pero no desde el punto de vista médico, o de sanidad, que ha sido de por sí desastrosa. Ellos se refirieron al impacto sobre la disponibilidad de viviendas, la imposibilidad del pago de rentas, el alto nivel de fallecidos entre la población carcelaria, la profundización de las diferencias sociales.
Estos profesionales, que trabajan en las comunidades de menores ingresos de Estados Unidos, tuvieron la oportunidad de visitar el proyecto Quisicuaba en Centro Habana. Después de escuchar la explicación de sus talentosos líderes, hicieron infinidad de preguntas que fueron respondidas con amplitud. Uno de ellos pidió la palabra para narrar la dura realidad del trabajo social en Estados Unidos y cómo después de mucho esfuerzo en la labor con una familia, o un individuo, después de protegerlos ante una acción legal indebida, un despido injustificado, o una multa innecesaria, aquellos son vencidos por una sobredosis, o por la violencia en las calles. Este hombre curtido por sus propias experiencias no pudo terminar su intervención a causa de una sobrecogedora emoción.
Otro momento del evento fue dedicado a analizar de conjunto el significado de las elecciones de medio término en Estados Unidos y sus posibles efectos en la región latinoamericana y caribeña. Más allá de estadísticas, ganadores, perdedores y candidatos futuros, quedó en evidencia la multiplicidad de nuevos factores que actúan en la realidad política estadounidense, la complejidad creciente en cuanto a hacer pronósticos para un sistema de actores tan complejo, con manifestaciones caóticas muchas veces. Ante este panorama, estará siempre la opción de tratar de articular una relación con aquellos actores y en aquellas materias, en los que haya comprensión cabal de la utilidad del vínculo, así como conocer la singularidad y las capacidades diferenciadas de las autoridades federales, estaduales y locales.
El último panel, que bien bastaba para cubrir el tiempo de todo el evento, fue dedicado a los cubanos residentes en Estados Unidos, sus puntos de vista respecto al país de origen y su capacidad real, o no, de incidir en la relación bilateral, en uno u otro sentido. Aquí se partió nuevamente de datos científicos, no de percepciones, ni de esquemas pre establecidos. Con independencia de las distintas visiones de país, de diferentes ideas sobre qué materias pueden estar, o no, en el centro de una relación constructiva futura entre Cuba y Estados Unidos, llegamos a una reflexión más o menos consensuada: a pesar de la polarización política de los últimos años en Estados Unidos, a pesar de todo el financiamiento que se ha invertido en redes sociales y en campañas negativas, existe allí un por ciento significativo de cubanos que defiende la llamada agenda familiar y que está dispuesto a apoyar un regreso a la lógica que primó en la relación bilateral oficial entre el 2015 y el 2016, si existiera voluntad política para ello al más alto nivel en Washington.
Este resumen puede ser quizás el hilo conductor del evento y no la síntesis de lo dicho en el mismo, que se puede ponderar sin premura en cada una de las intervenciones disponibles en la mencionada plataforma. Cada cual salió del evento con sus propias opiniones, sus conclusiones preliminares, sus planes inmediatos. La mayoría coincidimos en que no hay que esperar a diciembre del 2023 para un próximo intercambio académico, para lograr avances.
Una conclusión se dibujó en el ambiente del intercambio. Los que están a favor o en contra de una relación lo más racional posible entre Estados Unidos y Cuba, se dividen por consideraciones políticas, ideológicas, de conveniencia o interés personal, éticas y muchas otras. Pero a estas habrá que agregar las diferencias entre el conocimiento y la ignorancia, pues cada vez es menos posible que un ser racional pueda explicar de forma coherente que la actual política estadounidense respecto a Cuba tiene sentido, cumple los objetivos para los que fue diseñada, o hace alguna contribución al mejoramiento humano.