Daysi Francis Mexidor | Prensa Latina
La última década del siglo XIX dio al sistema internacional una dinámica marcada por la hegemonía de Estados Unidos, cuya fase de ascenso ocurrió desde los últimos años de esa centuria hasta la Primera Guerra Mundial (1914-1918).
Justo en ese periodo y hasta 1944, Estados Unidos desplegó su poderío, consolidó su predominio y al término de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, mostraba un apogeo que utilizó para la definición de la nueva gobernanza a nivel global. Con la formación de organizaciones internacionales, Washington encontró otro de los métodos políticos para intentar perpetuar un control hegemónico sobre muchas naciones.
Numerosos países sumidos en el atraso económico, industrial y de infraestructura -a lo que se sumaron otros factores como conflictos internos y externos, y crisis-, encontraron en los préstamos, asesoría o reconocimiento de organismos promovidos por Estados Unidos el aparente balón de oxígeno.
Fue así como nacieron la Organización de las Naciones Unidas (ONU/1945), la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN/1949), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), en 1944, por solo citar algunos de los más importantes.
Sin embargo, hacia el último cuarto del siglo XX, el señorío estadounidense comenzó a dar signos de agotamiento y en ese sentido los atentados terroristas al World Trade Center, en Nueva York, el 11 de septiembre de 2001, dieron un vuelco a las prioridades del recién iniciado gobierno de George W. Bush (2001-2009).
A partir de ese momento desplegarían la guerra contra el terrorismo, tema que capitalizó su política interna y externa. La National Security Strategy de 2002 fue la maniobra rectora de Washington. Sus planteamientos repercutieron no solo en la creación del Departamento de Seguridad Nacional, sino también en la definición de una política exterior caracterizada por la búsqueda del reposicionamiento del país.
Un fuerte unilateralismo, un mínimo de cooperación y la dominación en ciertos asuntos internacionales, caracterizaron esa política que a la postre, en los inicios del siglo XXI, fue insostenible. Para el embajador cubano Raúl Roa Kourí “el declive de Estados Unidos como potencia mundial comenzó hace muchos años, sus derrotas en Vietnam y Afganistán, así como sus fracasos en Iraq, Libia y Siria lo atestiguan”.
La única superpotencia tras la desintegración de la Unión Soviética y de los llamados países socialistas de Europa vio su poderío erosionarse ininterrumpidamente en las últimas décadas, apuntó el también escritor en diálogo exclusivo con Prensa Latina.
El sistema global neoliberal engendrado en época del presidente Ronald Reagan (1981-1989) y la entonces primera ministra británica Margaret Thatcher (1979-1990) -dijo- se desploma inexorablemente al igual que la hegemonía del dólar como moneda de cambio internacional.
“El mundo no tiene ya un país hegemónico, aunque los gobernantes yanquis se esfuercen por mantener su posición de líder del sistema capitalista mundial”, destacó.
Roa Kourí recordó que como advirtiera el general Dwight Eisenhower al término de su mandato como presidente de Estados Unidos (1953-1961): «Debemos cuidarnos de la adquisición de influencia injustificada, tanto solicitada como no solicitada, del complejo militar industrial».
Precisamente ese complejo, “al que añado el congresional, su cómplice indispensable, que con las grandes corporaciones y el capital monopolista ha dirigido la política norteamericana, sobre todo en los finales de la Segunda Guerra Mundial”, añadió.
Ello no solo condujo a Estados Unidos a diversas conflagraciones en todo el planeta convirtiéndose en motor de la economía, sino que pervirtió la llamada democracia americana tornándola en una farsa delirante al margen y en contra de los intereses del pueblo trabajador, subrayó. Consideró que el uno por ciento de los más ricos controla el grueso de la economía; la clase media se redujo considerablemente, mientras la obrera malvive en una situación cada vez peor.
Políticas incoherentes
“El desempleo, la inflación, los problemas migratorios, la violencia de género, policial y racista golpean a la administración del presidente Joseph Biden, quien no solo no ha podido cumplir sus promesas electorales, sino que no ha logrado definir una política nacional e internacional coherentes”, enfatizó quien fuera durante 14 años embajador cubano ante la ONU.
Argumentó el diplomático que, de este modo, las elecciones que tendrán lugar a mediados del mandato de Biden parecen asegurar el triunfo del Partido Republicano y, por tanto, el fin de la mayoría demócrata en el Congreso. Esa situación -puntualizó- hará más difícil aún la gestión del presidente, y no augura tampoco nada bueno al candidato de esa fuerza política en las próximas elecciones presidenciales, en 2024.
A juicio de Roa Kourí, el escenario creado en Estados Unidos alrededor de los pasados comicios de 2020, incluida la toma de forma violenta del Capitolio por partidarios del entonces presidente Donald Trump, revela una escisión política de la ciudadanía que no se había vuelto a producir desde la guerra civil y contribuye a su declive nacional e internacional, especificó el presidente de la Cátedra Honorífica “Raúl Roa García”.
Estados Unidos quizás sea la nación desarrollada donde la extrema derecha o “fascismo contemporáneo”, es decir, la combinación de racismo, etnonacionalismo, autoritarismo político y ultraliberalismo económico tuvo más impacto, y de hecho encarnó el gobierno de Donald Trump (2017-2021). Hoy, según algunas fuentes -argumentó el embajador Roa- existen más de 500 organizaciones de extrema derecha armadas en el país del norte.
Las tendencias fascistoides se hicieron más evidentes y poderosas justamente desde el gobierno de Trump, quien sigue manteniendo el apoyo de una parte significativa del electorado y por ende del Partido Republicano, planteó.
Precisó el embajador Roa Kourí que obviamente el imperio no puede mantenerse sin saquear y explotar a los países menos desarrollados de África, Asia y América Latina, cuya mano de obra barata y dependencia de materias primas les resultan esenciales para tratar de perpetuar su estatus de superpotencia.
Nuevos roles
La presidencia de Trump dejó un saldo negativo en la política exterior de la Casa Blanca. Varias potencias mundiales -hasta ahora socios estratégicos de Estados Unidos en el G7, la Unión Europea y la OTAN- se vieron afectados por la falta de liderazgo y compromiso del republicano.
Vale recordar que Trump decidió abandonar de forma unilateral acuerdos internacionales como el Nuclear, firmado con Irán en 2015, y el de París, rubricado en 2016, el mayor intento hasta ese momento en la lucha contra el cambio climático.
Esa postura de Estados Unidos en los cuatro años de Trump creó –según analistas- vacíos de poder en la estructura internacional que pasaron a ocupar potencias emergentes desde los primeros años del siglo XXI: China, India y Rusia.
Por eso cuando Joe Biden asumió el cargo como presidente número 46, afirmó que su agenda exterior “situaría a Estados Unidos de nuevo en cabeza de la mesa, en una posición para trabajar con sus aliados a fin de movilizar la acción colectiva en cuanto a las amenazas globales”. Después de un cuatrienio caótico, con el errático Trump sacudiendo las tradicionales mesas de negociación, Biden llamó a juntar de nuevo las piezas.
Necesario mundo multipolar
Hijo del Canciller de la Dignidad, Raúl Roa García, el diplomático insistió que “la solución a este problema no puede ser de ninguna manera continuar las aventuras bélicas”. Afirmó que las rivalidades de Estados Unidos con Rusia y China no deben resolverse mediante la violencia, acotó al señalar que las negociaciones son imprescindibles, porque solo a través de estas se logrará un mundo multipolar, pacífico y cooperativo.
Ese escenario global al que se quiere llegar es el que estará “en condiciones de enfrentar los tremendos retos económicos, políticos, sociales y medio ambientales de la actualidad, que ponen en peligro la supervivencia misma de la humanidad”.
Dejó claro que la política exterior de cualquier país responde a su contrapartida interna. “Un país capitalista como Estados Unidos que aspira a mantener su hegemonía mundial refleja las necesidades de expansión del capital monopolista”, concluyó.
Colaboraron en este trabajo: Amelia Roque, Adriana V. Robreño y Laura Esquivel.