Una de las figuras más controversiales de la política exterior norteamericana reapareció como elegido por Estados Unidos para intervenir en la situación de Venezuela. El secretario de Estado, Mike Pompeo, encargó a Elliott Abrams el rol de emisario para “restaurar la democracia” en la nación caribeña.
Al hacer el anuncio, Pompeo dijo que «hay muchas dimensiones sobre cómo podemos asistir a los venezolanos para lograr la democracia y vamos a ser responsables de liderar ese esfuerzo». Abrams definió la situación suscitada en Venezuela como «profunda, compleja y peligrosa».
Pompeo señaló que Abrams lo acompañará a Nueva York a la reunión de urgencia del Consejo de Seguridad de la ONU que solicitó Estados Unidos para discutir la crisis venezolana y tratar que el organismo reconozca como presidente a Juan Guaidó. “Después de eso, no podría decirles adónde (su misión) lo llevará. No me sorprendería que terminara viajando por la región», agregó el jefe de la diplomacia norteamericana.
Abrams fue vicesecretario de Estado para Derechos humanos y Asuntos Humanitarios de Ronald Reagan en 1981. Llegó a ese puesto luego que la primera opción de Reagan, el halcón Ernest Lefever, no superara el filtro del Senado. Era el cargo que había ostentado Patricia Derian en tiempos de Jimmy Carter, y con Abrams las dictaduras del Cono Sur volvieron a tener una buena relación con Washington. Chocó con organismos de derechos humanos, que lo acusaron de encubrir las atrocidades en Guatemala, El Salvador y Nicaragua, país en el que Estados Unidos fogueó a la contra antisandinista.
En 1986, cuando ya era Secretario de Asuntos Interamericanos, quedó involucrado en el escándalo Irán-Contras: la venta ilegal de armas a Teherán para financiar a la guerrilla de los contras, que desestabilizaba a los sandinistas en Nicaragua. En 1991 fue condenado por delitos menores en relación a la retención ilegal de información al Congreso mientras se investigaba el financiamiento secreto a los contras. Fue condenado a labores de trabajo comunitario y libertad condicional por dos años, pero gozó de la gracia del indulto presidencial en 1992.
Reapareció en 2001 cuando George W. Bush lo nombró Ayudante Especial del Presidente y Director para Democracia, Derechos humanos, y Operaciones Internacionales en el Consejo de Seguridad Nacional. Ese nombramiento generó críticas por sus antecedentes, pero no impidió que asesorara sobre Medio Oriente. Ahora vuelve a escena en un escenario caliente.
¿Consecuencias y objetivos de las políticas apoyadas por Abrahams?
Uno de los elementos centrales de la estrategia de esta camarilla fue desarrollar importantes operaciones de relaciones públicas para manipular la opinión pública estadounidense a favor de la Contra nicaragüense, las guerras sucias contra las guerrillas en El Salvador y Guatemala, y, por último, la invasión a Panamá para capturar al dictador Manuel Noriega, antes aliado de Washington.
Otro de los puntos de esta estrategia fue la financiación y apoyo a grupos paramilitares y de exterminio en los países intervenidos, principalmente en Guatemala, El Salvador y Nicaragua, para que realizaran encubiertamente las tareas que antes comprendían a fuerzas armadas regulares del Pentágono. Así se explican importantes masacres de indígenas, políticos de oposición, y habitantes de áreas controladas por las guerrillas salvadoreña y guatemalteca.
Se estima que las consecuencias solo en las guerras en El Salvador y Guatemala es de más de 300 mil muertos. Un ejemplo demostrativo del comportamiento, apoyado por esta camarilla integrada por Abrahams, es la masacre de El Mozote, donde miembros del ejército de El Salvador ingresaron a un pueblo, ubicado en el estado de Morazán, y asesinaron a la mayoría de sus habitantes, con especial saña contra mujeres y niños, para infundir terror al resto de poblados de esa zona controlada por el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) durante los años 80.
Miembro también del influyente Consejo de Relaciones Exteriores, fundado por David Rockefeller, Abrahams como integrante de esta camarilla acompañó las guerras en Irak y Afganistán como asesor de seguridad nacional durante la Administración de George Bush hijo, junto al elenco de John Bolton, John Negroponte, y Roger Noriega, entre otros.
Hoy de nuevo en la Casa Blanca es más que evidente que pretenden recuperar el “espíritu guerrerista” en Estados Unidos con una “acción muscular” en su patio trasero, América Latina. Este cálculo, sin embargo, difiere en mucho con el contexto geopolítico de los años 80 cuando Estados Unidos estaba cerca de ganar la Guerra Fría contra la Unión Soviética, dado que actualmente China y Rusia están en una fase de ascenso en el mundo, mientras que Washington se encuentra en una etapa de declive de su hegemonía global.
Quizás la declaración que más define a la camarilla que pertenece Abrahams proviene de un alto funcionario de la Administración de George Bush hijo, consultado por el periodista Ron Suskind, en las que afirma en 2004: «Ahora somos un imperio, y cuando actuamos, creamos nuestra propia realidad.
Y mientras ustedes están estudiando esa realidad -juiciosamente, como seguro lo harán- nosotros actuaremos de nuevo, creando otras realidades nuevas, que también pueden estudiar, y así es como se irán resolviendo las cosas. Nosotros somos actores de la historia y ustedes, todos ustedes, se quedarán solamente con lo que hacemos nosotros».
Según Greg Grandin, profesor de historia en la Universidad de Nueva York y autor de El Taller del Imperio: Latinoamérica, Estados Unidos y el nuevo imperialismo, estas «creaciones de la realidad» , por lo general, se experimentan en América Latina antes de ser utilizadas en otros escenarios de conflicto global. En ese sentido, desde hace un tiempo es evidente y burdo como en Venezuela, Estados Unidos prueba un nuevo formato de intervención, donde se piensa determinar un «modelo venezolano».