El algoritmo del odio

 

Miguel Ernesto Salazar

“Este día, que se celebra en todo el mundo como el Día de la Victoria, es sagrado para nosotros. Cada año que pasa, crece el significado de su memoria y la celebración de esta fiesta: el recuerdo, el sentimiento de gratitud y una insalvable deuda han de ir unidos a la tarea práctica de impedir que renazca la ideología del fascismo en Europa y en el mundo en general.

“Durante muchos años, en el continente europeo, se ha cerrado los ojos a medida que esta ideología iba ganando adeptos, pero sus guías han ido reclutando nuevos seguidores y organizando marchas en honor de los antiguos miembros de las SS que fueron reconocidos como criminales en los Juicios de Núremberg. Lo que está sucediendo en nuestros días, no se limita a una marcha con consignas de glorificación a los criminales nazis, sino que es la manifestación del fascismo tal cual.”

Discurso del ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov, con ocasión del 69º aniversario de la Victoria en la Gran Guerra patria, Moscú, 7 de mayo de 2014.

¿Quién no conoce el cuento de la Caperucita Roja? Caperucita va a visitar a su abuelita y al llegar se encuentra con el lobo feroz, que ya ha masticado a la abuelita y se ha puesto su ropa, con la intención de engañar y comerse a la niña de la capa roja. El cuento ha sido escrito en todos los idiomas, en todas las lenguas. Sus personajes pueden variar de acuerdo a la cultura de cada país; en Irán, por ejemplo, el protagonista es un niño; una niña jamás vagaría por el bosque sola; en África, en lugar del lobo, la fiera es una hiena.

Muchos le atribuyen la autoría del cuento al francés Charles Perrault en el siglo XVII; otros ubican el relato mucho más atrás en el tiempo. Ese pasaje del cuento del diálogo entre la Caperucita Roja y el Lobo Feroz, esconde la vía de la ultraderecha global en su camino por revivir los días de Musolini y Hitler, pero en una versión camuflajeada y remozada:

«Caperucita Roja – ¡Abuela, qué orejas más grandes tienes! / Lobo Feroz – Son para oírte mejor. / Caperucita Roja – ¡Abuela, qué ojos más grandes tienes! / Lobo Feroz – Son para verte mejor. / Caperucita Roja – ¡Abuela, qué dientes más grandes tienes! / Lobo Feroz – ¡Son para comerte mejor!».

El Lobo Feroz se adapta, muta, busca nuevos camuflajes, para alcanzar su objetivo principal, engullir a la víctima. En Alemania, hace poco, la ultraderecha global, a través del Partido Alternativa para Alemania (ADF), logró en Turingia y Sajonia alcanzar la mayoría en las elecciones regionales. En Turingia, obtuvieron el 32,8 por ciento de los votos, casi diez puntos por delante de la conservadora Unión Cristianodemócrata (CDU) y en Sajonia, la AfD obtuvo el 30,6 por ciento.

Martin Reichardt, uno de los dirigentes del ADF, señalaba que los jóvenes de entre 18 y 24 años «han tomado una decisión para su futuro». En su página web, se puede leer una consigna: «Coraje para Alemania. Ciudadanos libres, no súbditos». Más adelante señalan que su propósito es llevar una «alternativa» política real; su Programa para Alemania establece la premisa de la defensa de «la democracia directa, la separación de poderes, la economía social de mercado, la subsidiariedad, el federalismo, la familia y la tradición viva de la cultura alemana. Porque la democracia y la libertad se basan en los valores culturales y memorias históricas compartidas».

Alternativa, futuro, libertad y democracia, son conceptos que colocan en el lenguaje y en el camuflaje para captar en la masa trabajadora y en los jóvenes a sus nuevos adeptos. Un viejo lema nazi, «Alles für Deutschland» («Todo para Alemania») o el «Alemania primero», acompañan el «preservar permanentemente la dignidad humana, las familias con niños, nuestra cultura cristiana occidental, nuestra lengua y nuestras tradiciones en un Estado nacional pacifico, democrático y soberano del pueblo alemán», un discurso que disuade al «alma perdida», «¡Son para comerte mejor!».

El amigo antropólogo, José Gregorio Medina Bastidas, desde Mérida, plantea una idea central para entender también el avance de la ultraderecha global a lo largo del mundo:

«Las comunidades y sus organizaciones, cuando sienten la discriminación social, se distancian de lo político y empiezan a consumir los contenidos banales que el imperio introduce, es allí cuando sus aspiraciones se tornan en necesidades y sus convicciones en meros discursos mediocres y frugales petitorios de atención que alimentan el clientelismo político. Y a eso nos enfrentamos; el enemigo se está camuflando en discusiones y discursos banales, mientras va tomando forma y preparándose para atacar, está en una versión 5.0 de Goebbles».

Pensar que 5.326.104 de venezolanos y venezolanas han votado por la opción más cercana al fascismo, no implica que haya 5 millones de fascistas en Venezuela. Pero en esta pesca en río revuelto, cualquier incauto desesperanzado es susceptible de ser captado, aunque el incauto sea la primera víctima de este fascismo del siglo XXI.

Cometeríamos un error al quedarnos con la imagen del fascismo en los tiempos de Musolini y de Franco o del nazismo de Hitler. No son las camisas pardas, las juventudes hitlerianas o las camisas negras en Italia y España, marchando por las calles de Berlín, Roma o Madrid, son las Alice Weidel o las Maria Corina Machado o los Abascal, los “homo nazi” como Milei o los Bolsonaros que construyen en común un nuevo relato que esconde al Lobo Feroz.

Son revistas como «Kompakt» («Pacto») de la AdF, centros de pensamiento como los «think tanks», Atlas Network o Hayek-Gesellschaft; son tan solo dos iniciativas que apuntan a modelar la conciencia en procura de frenar las alternativas surgidas desde la lucha cotidiana de los pueblos del mundo. Es el fascismo convertido en algoritmo, el fascismo mainstream:

“Un fascismo mainstream aupado en la red social preferida por los jóvenes de menos de treinta años y también, no lo negarán, por un buen número de bots o cuentas falsas compradas para parecer lo que no eran y han acabado convirtiéndose: voces con derecho a ser escuchadas por la supuesta representación de las masas. Pero, evidentemente, no es Instagram una excepción”.

«Si alguien se considera un pueblo aparte, tiene derecho a hacerlo. Pero no sobre la base del nazismo, de la ideología nazi», expresa el presidente Putin en aquella entrevista ante el periodista estadounidense Tucker Carlson. El mandatario ruso tiene razón: no se puede permitir el avance del fascismo o el nazismo, o sus derivados.

No basta que en la Ley contra el odio la intolerancia y por la convivencia pacífica se declaren «las condiciones necesarias para promover y garantizar el reconocimiento de la diversidad, la tolerancia y el respeto recíproco, así como para prevenir y erradicar toda forma de violencia política, odios e intolerancias, a los fines de asegurar la efectiva vigencia de los derechos humanos, favorecer el desarrollo social, preservar la paz y la tranquilidad pública y proteger a la Nación».

Esto hay que concretarlo en la calle, en llevar a cada rincón del país la buena política, aquella que implica el arte de convencer desde la idea para demoler al fascismo y quitarle su camuflaje de piel de cordero.

El próximo Congreso Mundial Contra el Fascismo y Expresiones Similares, a celebrarse en Venezuela, debe tener la suficiente claridad para en el lenguaje más sencillo saber transmitir la amenaza real que se cierne sobre el país, que nos lleve a convertir a la Revolución Bolivariana en «caja de resonancia muy fuerte a nivel internacional» que haga frente a esta corriente de la ultraderecha global, entendiendo que «El fascismo es la mayor amenaza de la paz y la prosperidad universal».