El Che Guevara y su ejemplo viviente

 

Alejandra García | Resumen Latinoamericano

“Dispara, cobarde, que vas a matar a un hombre”, fueron las últimas palabras que Ernesto Che Guevara le dijo a su verdugo, Mario Terán, aquel 9 de octubre de 1967, en La Higuera, Bolivia. Aquellas palabras pronunciadas en la humilde escuela del pueblo, con techo de paja, atormentaron al sargento boliviano durante el resto de su vida, por el coraje de aquel hombre que miró serenamente a la muerte.

Terán recibió la orden de dispararle de la cintura para abajo al líder revolucionario, para que el mundo pensara que había muerto por heridas de combate, decisión previamente consultada con la embajada norteamericana en el país. Un día antes, el 8 de octubre, el Che había sido hecho prisionero con una herida de bala en el muslo.

Fue despojado de sus pocas pertenencias: su diario de campaña, libros de historia y geografía boliviana, mapas de la zona actualizados por él, su documentación personal, un altímetro colgado del cuello, una pistola alemana calibre 9 mm, un puñal “Solingen”, dos pipas (una de fabricación casera), una billetera con algo de dinero.

Los sargentos y soldados bolivianos que custodiaban la escuelita desfilaron para observar al mítico guerrillero que yacía en el suelo exhausto, sucio, deprimido, asfixiado. Uno de ellos comentó en tono burlón: “debe estar pensando en la inmortalidad del burro”, a lo que Guevara respondió, rápidamente: “no señor, no estoy pensando en eso. Estoy pensando en la inmortalidad de la revolución, que tanto temen aquellos a quienes usted sirve”.

En las horas previas a su asesinato, el prisionero también habló de la miseria en que vivía el pueblo latinoamericano y de la necesidad de una revolución para lograr un cambio. También habló del trato respetuoso que los guerrilleros daban a sus prisioneros, tan diferente del que recibían los capturados por el ejército boliviano.

La foto del líder guerrillero tomada un día después de los disparos fatales de Terán conmocionó al mundo. Su rostro conservaba la belleza de un hombre más grande que su tiempo, que recorrió América Latina junto a su mejor amigo en una motocicleta, conociendo las necesidades más urgentes del pueblo.

En una nota al margen de la referencia del Che a cómo sus ideas revolucionarias seguirían vivas, cuarenta años después, Mario Terán fue operado de cataratas por médicos cubanos y pudo volver a ver. Fue el beneficiario directo de la Operación Milagro, un proyecto conjunto de Cuba y Venezuela que devolvió la vista a millones de pobres latinoamericanos; exactamente el tipo de esfuerzo conjunto por el que el Che luchó y murió.

Para Cuba, la noticia fue especialmente dolorosa. Fidel Castro, durante casi una hora, explicó cada detalle de lo que se conocía hasta ese momento. Días después, en una velada solemne, pronunció un inolvidable discurso en su homenaje.

“Recuerdo la disposición inmediata, instantánea del Che a ofrecerse para cumplir la misión más peligrosa. Y esa conducta, naturalmente, despertó admiración por aquel compañero que luchaba junto a nosotros, que no había nacido en esta tierra, que era un hombre de ideas profundas, que era un hombre en cuya mente bullían sueños de lucha…”.

Cuba también fue un lugar entrañable para el Che Guevara, el lugar donde su familia decidió quedarse y echar raíces. Un lugar seguro, hermoso, al amparo de una revolución que él ayudó a construir. Este martes, su hija Aleida Guevara apareció en la televisión nacional para hablar de su padre y su ejemplo.

“En los tiempos que vivimos hoy es muy importante volver al Che. Sus ideas y su pensamiento deben acompañar siempre a la juventud, deben crear, como él dijo un día, y ser ejemplo y vanguardia”, aseguró Aleida.

Frescura, dinamismo, osadía, audacia, son rasgos de su ejemplo que las balas no pudieron sofocar, mientras que su asesino y captores fueron condenados a llevar una vida oculta de vergüenza y miedo. Sin pena ni gloria.

“Se equivocan quienes cantan victoria –dijo Fidel en octubre de 1967– y creen que su muerte es la derrota de sus ideas, de sus tácticas, de sus concepciones guerrilleras, o la derrota de sus tesis. Porque ese hombre que cayó como hombre mortal, como hombre que se expuso muchas veces a las balas, como militar, como dirigente, es mil veces más capaz que quienes lo mataron con un golpe de suerte”.