El declive occidental y la nueva guerra que ya comenzó

Manuel Espinoza

Durante el diplomado sobre «Metodologías para análisis estratégico con énfasis a la elaboración del pronóstico», realizado en Cancillería desde el mes de abril hasta este mes que culmina, se logró concluir –sobre la base de la construcción de escenarios– que además del Orden Multipolar que se estructura a pasos agigantados y la continuidad del modelo mundo capitalista en las relaciones económicas y socio-políticas internacionales; el declive occidental, la Gran Euro-Asia y la nueva guerra que ya comenzó, son tres axiomas de la coyuntura Internacional que por ende determinan en cierto grado nuestras acciones de política exterior.

Si bien es cierto la discusión académica sobre el declive de EEUU y Occidente en general no es nueva, en el campo político-ideológico esta suele ser más confusa y calurosa para adversarios y defensores del modelo capitalista y la conducta de las potencias principales occidentales, encabezada por Estados Unidos de Norteamérica. Mucho más confusa se torna cuando por simples deseos queremos que esa caída se convierta lo más pronto posible en una realidad, sin ver más allá del horizonte.

En relación con la medida actual del dominio occidental en el planeta, los académicos de las relaciones internacionales, que por deber –con permanencia y profundidad– tratan de entender al Sistema de Relaciones Internacionales (SRI) a través de su estructura, los fenómenos y procesos parecieran seguir la primera recomendación de Félix Edmundovich Dzerzhinsky (fundador de la CHeKá) de «mente fría».

A pesar que es más que evidente «el fin de la era del dominio occidental», dicho en las palabras del presidente francés Emmanuel Macrón, es mejor entender el crudo realismo histórico y político en cómo las élites de poder occidental quieren salir de esa curva de declive. El debate entre ellos mismos está abierto y en boga.

En el caso de las acciones a futuro para la recuperación hegemónica estadounidense en el planeta, es más fácil de entenderla a través de Robert Kagan (conocido por su libro «Una Lucha Crepuscular: El Poder Estadounidense y Nicaragua, 1977-1990», publicado en 1996).

Este estudioso norteamericano de corte ultraconservador, desde 2018 viene expresando con crudeza personal, propio de la mentalidad imperial, que «el orden mundial creado por Estados Unidos a raíz de la Segunda Guerra Mundial está siendo invadido por un caos selvático» y que «el verdadero realismo se basa en el entendimiento de que la norma histórica siempre ha sido hacia el caos, que la jungla volverá a crecer, si la dejamos». Cabe preguntarse cómo impedirán que la jungla vuelva a crecer.

El infierno que lidera EEUU

Basta con analizar cuidadosamente la contradicción de métodos y enfoques sobre la crisis de la hegemonía global EEUU al compararla con otras obras como la de Stephen M. Walt, otro especialista de política exterior norteamericana, y sus valoraciones expuestas en su obra «El infierno de las Buenas Intenciones: la élite de la política exterior de Estados Unidos y el declive de la primacía estadounidense» (2018).

Más que diseccionar las fallas y las debilidades de la política exterior estadounidense en décadas recientes, explicando por qué ha estado plagado de desastres como las guerras en Iraq y Afganistán, describe «lo que puede hacerse para arreglarlo».

«En 1992, Estados Unidos se situó en el pináculo del poder mundial y los estadounidenses confiaban en que se avecinaba una nueva era de paz y prosperidad. Veinticinco años después, esas esperanzas se han desvanecido. Las relaciones con Rusia y China se han deteriorado, la Unión Europea se tambalea, el nacionalismo y el populismo están en aumento, y Estados Unidos está atrapado en guerras costosas e inútiles que han derrochado billones de dólares y han socavado su influencia en todo el mundo».

«Donald Trump ganó la presidencia prometiendo poner fin a las políticas equivocadas de la política exterior y seguir un enfoque más sabio. Pero su estilo de gobierno errático e impulsivo, combinado con una comprensión profundamente defectuosa de la política mundial, empeora la situación. Este cambio tan esperado requerirá abandonar la inútil búsqueda de la hegemonía liberal y construir un establecimiento de política exterior con una visión más realista del poder estadounidense».

¿Sera posible que EEUU realmente llegue a renunciar a la búsqueda de la hegemonía global? Más bien el título de ese libro parece recordarnos que de «buenas intenciones está empedrado el camino al infierno».

Al final sabemos que la receta siempre será realista para sus intereses nacionales y globales y que la única forma con la que EEUU ha surgido es a través de la promoción de la guerra entre otros y en territorios alejados al propio. Y Occidente como tal ha encontrado en las dos guerras mundiales del siglo pasado, la oportunidad de su fortalecimiento y expansión hegemónica.

Rusia y China en nuestra América

De tal manera que se debe fríamente entender que la respuesta occidental a su declive pasará por «la guerra de nuevo tipo» en los años venideros. No se trata tan solo de alegrarnos por el declive, sino de estar alerta y accionar en política exterior de la manera correcta. Porque además aquí no termina el horizonte. ¿Y qué pasaría si después de la guerra que vendrá contra cada uno de sus adversarios aún el accionar del modelo capitalista global, así como su continuidad le permite salir de esa guerra con igual o mayor capacidad?

Si bien es cierto el concepto de Euro-Asia por sí solo depara el grado de influencia de esa zona geopolítica conocida como Heartland, la construcción de «La Gran Euro-Asia» (básicamente China, India y Rusia), un proyecto estratégico aun mayor, que realiza la política exterior rusa tiene entusiasmados a los vecinos cercanos y lejanos. Sus proyecciones de capacidad económica-financiera y político militar generan un grado de atracción de muchos Estados y que hacen que tanto el multipolarismo como la confrontación a futuro, sea mucho más complejo que los procesos que llevaron a las dos guerras mundiales.

La gran Euro-Asia se encuentra en un proceso de gestación a pasos agigantados. Con acuerdos estratégicos cada vez más tangibles, que trascienden a su zona de procedencia. Nunca como hoy –desde los tiempos de Gengis Kan y la expansión soviética en Europa Oriental y Central en la Segunda Guerra Mundial– se ha hecho sentir en todo el planeta.

Y no solo en términos económicos, como los cinco países agrupados en el BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) o la cooperación de China en toda África. Hablamos en términos político–militares, como son los casos de Siria e Irán en el Medio Oriente y ya ni se diga en su estrategia hacia Corea del Norte o en el Mar del Sur de China en el Lejano Oriente y en Asia insular.

De nuevo la gran Euro-Asia está en el Caribe y en América Latina, y en algunos países ha llegado para quedarse como son Cuba y Venezuela. En Cuba, Rusia se está anclando sin la necesidad de una crisis de los misiles como en octubre de 1962, pues Trump le dio la oportunidad en las manos. Además, las lecciones elementales en geopolítica que tanto Gorbachov como Boris Yeltzin despreciaron, Putin las está reivindicando a tal grado de proponer un intercambio comercial donde la divisa no sea el denominador imperante.

El rol de Venezuela

Es un proyecto costoso, pero Rusia ahora cuenta con un realismo político mayor, entiende el tiempo difícil que viene, lo importante de estar en las costillas de sus adversarios principales a 90 millas de cercanía y la proyección política al resto del continente que representa Cuba.

Sobre Venezuela, China y Rusia han decidido convertirla en la potencia económica por excelencia en el hemisferio occidental. Un proyecto altamente costoso y de alto riesgo y sin duda a largo plazo. Pero la estructura del sistema internacional dentro de los próximos 10 años tendrá un subsistema de balance de poder, donde Venezuela por su riqueza en recursos estratégicos modificará las relaciones económicas internacionales en varios países de la región.

En los centros de estudio norteamericanos ven en la futura Venezuela algo equivalente para EEUU en Medio Oriente: un territorio Israel. Solo que a EEUU el estado de Israel le cuesta un ojo de la cara, que debe financiar de su presupuesto. En cambio, Venezuela favorecerá a sus aliados regionales sin depender de la ayuda económica de terceros, pues con estos las relaciones político-militares y comerciales tienen asegurado el carácter estratégico del país.

El tercer axioma es la guerra que cada vez se vislumbra a partir de conflictos de carácter tradicional (léase conflictos locales) como Irán o Venezuela; de alta intensidad con Corea del Norte y en el Mar del Sur de China, y la guerra cibernética entre las potencias principales, sin obviar la guerra comercial que ya inició.

El espectro de la guerra próxima se perfila cada vez más como real. Los indicadores, las tendencias y megatendencias claves respaldan la tesis en sí. El tiempo juega contra reloj para todos los jugadores principales.

El nivel de armamento y su disparidad, los tejidos de alianza estratégica, las diferencias cada vez mayores y tangibles entre los protagonistas, así como la crisis de la economía mundial que produce más emigrantes que antes de la Segunda Guerra Mundial y problemas estructurales en cada nación que Estados y Gobiernos no pueden solucionar, suelen superar a la cantidad de sellos y jinetes que se mencionan en el apocalipsis.

Cuándo será solo lo sabe Juan, pero por si acaso en el diplomado realizado en Cancillería, los participantes han elaborado trabajos finales de corte prospectivo hasta 2030. Con la recomendación de «mente fría», nuestra nación deberá contemplar tener «el corazón ardiente» y «el puño de acero» como recomendó también Dzerzhinsky.

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