Frei Betto
¿Cómo será «el día después» de esta pandemia? ¿Qué cambiará en nuestros países y en nuestras vidas? Aún es temprano para hacer predicciones, pero algunas señales ya indican que, al contrario de lo que dice la canción, no viviremos como nuestros padres.
¿Por qué China logró detener la epidemia en un tiempo relativamente breve, si consideramos que es una población que supera los mil millones de habitantes?
Nuestras frágiles instituciones democráticas están amenazadas. China logró contener el coronavirus porque mantuvo a todos los ciudadanos bajo vigilancia por medio de sus teléfonos celulares. El mundo tiende ahora a transformarse en una gigantesca casa del Big Brother, en la que todos saben lo que hacen todos.
La exigencia de quedarse en casa demuestra que es posible mantener la sociedad en funcionamiento, sin obligar a millares de personas a desplazarse diariamente de su hogar hasta su centro de trabajo. Eso le traería muchas ventajas al capitalismo: no necesitaría mantener tantos edificios para albergar oficinas y otros espacios de trabajo, ni empleados encargados de la limpieza, las comidas, el mantenimiento, la energía, el mobiliario, etc.
Los monopolios encontrarán una oportunidad en el hecho de la reclusión ahora necesaria, porque desde su visión explotadora todos dormirán en el trabajo, sin hora de entrada y salida, obligados a comprar sus alimentos, sin derecho al descanso de fin de semana y obligados a hacer del espacio doméstico un local de trabajo, lo que seguramente afectará las relaciones familiares. Todos seremos prestadores de servicios, uberizados por la atomización de las relaciones laborales.
La pandemia desmoralizó el discurso neoliberal sobre la eficiencia del libre mercado. Como en crisis anteriores, se recurrió al papel interventor del Estado. Los países que han privatizado el sistema de salud, como Estados Unidos, enfrentan más dificultades para contener el virus que los que disponen de un sistema público de atención a los enfermos. Tal vez eso inste a la prudencia frente a las propuestas de privatización, e incluso incentive las reestatizaciones.
Un factor positivo en medio de la crisis es que se estrechan los lazos de solidaridad, se comparten bienes y, sobre todo, se descubre que podemos ser felices disfrutando del ámbito familiar sin muchas actividades fuera de la casa.
La palabra crisis se deriva del verbo acrisolar, que significa perfeccionar, porque la crisis nos enseña muchas lecciones. Si en pocos días ha sido posible transformar estadios, como el Pacaembu de Sao Paulo, y locales como el Riocentro de Río, en hospitales dotados con instalaciones de primer nivel, ¿por qué no es posible adoptar medidas semejantes para reducir el déficit habitacional en Brasil?
Sin embargo, hay quienes no aprenden nada con la crisis, como los que, a contrapelo de la ética y de los más universales principios religiosos, consideran que es más importante salvar las ganancias de los bancos y las empresas que las vidas. Padecen de una miopía que les impide ver que el coronavirus no hace distinciones de clase.
Por tanto, se equivocan al suponer que la epidemia solo matará a ancianos (lo que aliviaría los gastos de la seguridad social), a portadores de otras enfermedades (lo que disminuiría las filas de los servicios de urgencia sanitaria), a personas en situación de calle (lo que higienizaría las ciudades) y a habitantes de las favelas (lo que reduciría los gastos del área social). Esa perversa ideología sí es un caso grave de salud política, que exige medidas urgentes de profilaxis.