El fantasma de Pinochet recorre Chile

Paul Walder*

En menos de seis meses, la atmósfera política chilena ha mutado como una tormenta en un día soleado. El proceso político que parió en 2019 la revuelta popular estaba en plena marcha, la Convención Constitucional avanzaba pese a las no pocas trampas, pero las expectativas en el corto plazo se mantenían en alto. Hasta que revienta la tormenta del 21 de noviembre, con un resultado electoral que invirtió de forma pasmosa las anteriores percepciones.

El proceso de cambios, impulsado por la revuelta de octubre del 2019 y encausado en la Convención, se ha estrellado contra un muro de contención que ni los convencionales ni los partidos y organizaciones detrás de esas transformaciones fueron capaces de ver. Hoy, tras los resultados de las elecciones hay ciertos cabos sueltos que comienzan a formar una sucia madeja.

El triunfo de José Kast en la primera vuelta electoral no ha sido un hecho fortuito. Una campaña para frenar los procesos de cambios que los medios hegemónicos habían preparado y levantado desde inicios de año para generar una percepción de crisis política terminal.

Desorden, barricadas, terrorismo, narcotráfico, delincuencia desatada más un diseñado desprestigio de la Convención. Junto a la prensa corporativa hay que sumar a todo el establishment financiero, desde el Banco Central en adelante, para desacreditar a un Congreso que votaba a favor de los retiros de los fondos de pensiones. El auge de Kast en las encuestas es el efecto de esta panoplia de articulados desastres. Su campaña solo amplifica un miedo previamente instalado.

El resultado de las elecciones es la confrontación. La reinstalación del Chile del SI o el NO a Pinochet, la polarización extrema. Tras el triunfo de Kast la derecha tradicional en todo su espectro se suma a su campaña sin grandes dudas.

Asume un discurso propio de la guerra fría, con una altisonante advertencia al comunismo, a la pérdida de libertades, a políticas contra la propiedad privada, al adoctrinamiento, la persecución. Una estrategia vieja pero en tiempos confusos tremendamente efectiva. Es propaganda, es mentira, pero sirve para ganar elecciones.

La mentira es la realidad mediatizada. Las fake news se difunden como la mejor propaganda política desde los medios para circular y reproducirse como un virus por las redes sociales. El elector, muchas veces ingenuo, políticamente ignorante y temeroso de su vida recibe esa información en su insoportable distorsión. La mentira, en estos casos, se lee como verdad. Es una atmósfera de ruidos ensordecedores que nublan los contenidos y anulan el sentido de la política.

La derecha toda, salvo muy escasas y honrosas excepciones, ha apoyado sin titubeos a José Kast. Se ha quitado una máscara de tolerancia que le resultaba incómoda. Ha cerrado filas no solo por un candidato más rentable políticamente que el malogrado exministro de Piñera, Sebastián Sichel, sino que ha abrazado desde antes del 21 de noviembre una propuesta regresiva y negacionista.

De la noche a la mañana la derecha chilena borra todos los difíciles avances en el respeto de los derechos humanos durante los últimos treinta años. Si en el discurso recoge el hoy artificioso discurso anticomunista de la guerra fría, en los contenidos, en el sentido de la política, demuestra comodidad y carencia de vergüenza al arropar a un líder y un programa de abiertos rasgos de intolerancia fascista que reniega las violaciones a los derechos humanos, los derechos de las mujeres y de los pueblos originarios, es abiertamente homofóbico, rechaza los consensos científicos del cambio climático y mira con desconfianza a la ONU.

Aquella línea que dividía a la derecha de la ultraderecha no es más que una línea móvil, una expresión retórica. Esta derecha no es nueva. Es una vieja conocida, es el verdadero gen de la oligarquía chilena, que cruza toda la historia y la riega de sangre con su intolerancia, la discriminación, el supremacismo de clase y la defensa de sus privilegios a cualquier precio.

Este mismo gen se reproduce hoy, también, como bien observamos, no sólo en los votos por el Rechazo, sino, y principalmente, desde los movimientos de capital en los centros financieros, en la línea editorial descarada de sus medios de prensa, en todo el espectro de inversionistas y sus operadores políticos. La derecha se desnuda para exhibir su verdadero poder, que no es otro que la violencia. Los elogios y cariños de Kast a las fuerzas armadas y carabineros responden a esta clásica estrategia.

En esta escena, el único voto posible es contra Kast y contra el modelo de país instalado por Pinochet y consolidado en la Constitución que tanto defiende. No solo en contra de su insistencia en reforzar el régimen neoliberal sino por, y especialmente, en su reivindicación de la dictadura cívico militar y el discurso que niega o relativiza las violaciones a los derechos humanos. Votar contra Kast es defender a los pueblos originarios y los alcances hacia su autodeterminación y los avances democráticos, aunque sean escasos, de los últimos treinta años. Es dar curso y prioridad a los cambios canalizados a través de la Convención Constitucional.

El triunfo de Kast sobre Boric, que no son más que dos puntos porcentuales, ha remecido a la opinión pública chilena y ha generado un clima de cohesión entre todos los sectores de izquierda y progresistas. Desde el mismo lunes 22 de noviembre pasado, la campaña de Boric solo suma nombres, figuras, partidos y organizaciones de diversas actividades. Un espectro que va desde la democracia cristiana hasta el Partido Comunista, que es parte fundante de la coalición Apruebo Dignidad, la que ha levantado desde su origen la candidatura de Boric.

El proceso electoral está en plena marcha y parece exitoso. Hay sin duda un clima de optimismo, pero también están los sondeos. Este lunes la encuesta Cadem, que vaticinó el triunfo de Kast, le da a Gabriel Boric unos diez puntos sobre el ultraderechista José Kast.

*Periodista y escritor chileno.

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