El flagrante anacronismo

 

Sara Rosenberg

* “Pasan cosas curiosas, me siento al lado de un señor supuestamente de izquierdas en una conferencia sobre Brecht y comento que el conferencista se olvida de decir que si nombramos al fascismo y no al capitalismo estamos tergiversando a Brecht, y añado: qué suerte que todo este sistema por fin se hunda. Y él, horrorizado, me contesta: pero vamos a perder muchas cosas, será un desastre. ¿Me callo o me río?”

El presidente Putin, en la conferencia de Valdai dijo refiriéndose a la OTAN y a su riñón putrefacto – la Unión Europea- que ambos son un flagrante anacronismo. Me quedé con la frase y me puse a pensar y a darle vueltas, sobre todo porque me toca la difícil tarea de tratar de explicarles a mis queridos vecinos, amigos y conocidos por qué es un anacronismo si ellos sienten que viven en una “civilización” dizque desarrollada, y en esa supuesta paz de una burbuja que peta por todas partes.

Traté de explicar que esta “civilización”, en el sentido fuerte, es un modo de vivir detenidos en el margen más siniestro de la historia, que avanza como un río en otra dirección. En medio del naufragio se aferran al elemento del crimen imperialista, contado con bonitos colores en alta definición pero que solo produce muerte y más muerte. La que se cuela y se tapa por todas las puertas y ventanas de esta Europa en decadencia.

La misma que se coló como desbordamiento anunciado en Valencia y segó más de doscientas vidas. Eso es exactamente el anacronismo que sólo produce más miseria e infelicidad. Eso es el núcleo no humano del capitalismo y más aún del bestial capitalismo en decadencia, donde ya no hay un solo espacio que no haya sido mercantilizado a costa de la vida de la gente.

Se necesita mucha luz en las tinieblas de este tiempo. Y valentía o al menos honestidad para vivir el fin de un sistema con cierta alegría a pesar de tanta muerte cotidiana. Tal como sucede en el cuadro de Brueghel “El triunfo de la muerte”, hay que mirar en el ángulo pequeño al hombre que canta a su amada y tal vez anuncia lo nuevo necesario.

Aprendimos de los pájaros a volar con dos alas y a desafiar la altura. Pero no aprendimos de los árboles a hundir las raíces profundamente en la tierra, es decir, en la historia humana. Nuestras raíces son raquíticas y no soportan las tormentas ni los inmensos cambios que se están produciendo. Hay por eso una especie de movimiento débil hacia cualquier lado, una especie de conciencia –o inconciencia- que mecánicamente supone que es posible parchar o mejorar o reformar temporalmente un cuerpo que está siendo devorado por las bestias nacidas de un sistema basado en el robo y la destrucción, necesarias para mantener la propiedad privada de los medios de producción.

Un cuerpo que produce instituciones coercitivas inmensas que se abaten sobre los despojados y sobre todo tienen la capacidad de disfrazar el crimen original. Y este es el anacronismo esencial. El que perpetúa la deshumanización y la condena a ser parte de ese cuerpo que es su verdugo. Ellos -mis conocidos y amigos con los que uso este ambiguo “nosotros”-nos sentimos muy “civilizados” y “adelantados”, pero existimos y sobrevivimos en un absoluto anacronismo.

Sin embargo, una vez más hay que explicarlo. Usaré el ambiguo “nosotros” porque compartimos un espacio, pero no un tiempo. No estamos en el mismo presente ni nos reconocemos en el mismo pasado y por lo tanto deseamos un futuro también distinto. O quizás ellos no lo desean mientras nosotros –el nosotros profundo, el de la clase oprimida – lo deseamos de manera perentoria.

No quieren verlo, pero las arterias están podridas, anquilosadas, a punto de un ictus. Eso es la Europa de hoy. Un apéndice isquémico en franca decadencia. Y no crean mis amigos que no me parece triste que lo nieguen o no vean el gran salto histórico que significa el fin del colonialismo y la agonía del imperialismo. Cuando lo digo, cuando los invito a entrar en el tiempo de esta humanidad histórica, aparece el gran miedo, el terror al cambio, e incluso el pánico a observar sus mutaciones.

Pasan cosas curiosas, me siento al lado de un señor supuestamente de izquierdas en una conferencia sobre Brecht y comento que el conferencista se olvida de decir que si nombramos al fascismo y no al capitalismo estamos tergiversando a Brecht y añado qué suerte que todo este sistema por fin se hunda. Y él, horrorizado, me contesta, pero vamos a perder muchas cosas, será un desastre. ¿Me callo o me río?

Es sorprendente que el europeo medio (y no olvido que la clase media es y fue el combustible del fascismo y el nazismo) a pesar de la crisis de valores y de su vida concreta, a pesar de indignarse con todo lo que sucede –progres o fachas- cree que algo le ha sido o será birlado de manera poco clara. Fascistas y progres, todos indignados discuten detalles inocuos, jamás las causas del anacronismo. Jamás el crimen imperialista y su guerra total y constante.

Todos creen que están en las antípodas, pero todos tiran del mismo carro para conservar lo que ya ni siquiera se pueden llamar privilegios. Son mendrugos. Todos –más o menos- tratando de salvar un sistema que se hunde. Todos chupando una teta muerta y vacía porque el mundo ya ha cambiado. Se indignan contra los detalles de un sistema perverso, los progres temen y condenan algunos aspectos morales del fascismo, pero sostienen y defienden lo que lo causa: el capitalismo. Los fascistas roban las consignas de una progresía inútil y se preparan para matar por mantener el sistema capitalista.

En ambos casos, el sistema capitalista-imperialista está reasegurado, diversas tonalidades de la indignación defienden el mal menor y condenan a los pueblos que luchan de verdad porque son una amenaza oscura a la teta seca. En ese teatro de sombras, se está produciendo la inevitable decadencia y muerte del globalismo en Occidente.

Mis queridos amigos del barrio y de la vida me dirán una vez más que “Rusia, la mala, invadió a Ucrania, la buena” y yo, ya cansada después de tantos años de explicaciones, tendré que alejarme o vomitar. Son temperaturas de este pobre país llamado España, monárquico y destruido por las elites aliadas a la OTAN y la UE que se arrodillan y no defienden ni defenderán jamás la soberanía nacional ni el derecho a tener una vida digna en un sistema socialista.

Las catástrofes evitables se borran pronto, el ruido tapa la verdad, los detalles estúpidos ocultan el origen y las causas del desastre y en medio de esa parafernalia el miedo inoculado día tras día evita imaginar un futuro completamente distinto al que ofrecen los señores de la muerte. Es necesario despertar la imaginación y la esperanza cargada de posibilidades. Figurarse algo más allá de esta derrota tan gastada por el tiempo y sus variantes reformistas e impotentes.

Los barcos cargados de armas para el sionismo criminal siguen llegando a los puertos españoles para apoyar el genocidio, los grandes negocios bancarios crecen con la guerra en Ucrania, el blanqueo de capitales del narco, ayuda a la “economía” y a la “democracia”, que según dicen, no existe en Venezuela ni en Nicaragua ni en Cuba, mientras se niegan a condenar al nazismo en la ONU (ese escenario de payasos) y una al fin se pregunta sencillamente: ¿hasta cuándo permaneceremos tan cobardes y civilizados dentro de este atroz anacronismo?