Estados Unidos es una idea más perfecta que su concreta realización. Un país excepcional como no ha habido otro en la historia; una “reluciente ciudad sobre la colina”; un “faro de esperanza” para los oprimidos; un baluarte de la libertad, la paz y los derechos humanos.
Dicho de distintas formas por sus presidentes a lo largo de las décadas, ese ideal norteamericano que se repite constantemente como una buena campaña publicitaria, impregnó el funeral de John McCain en Washington, el senador y héroe de guerra que, con todas sus imperfecciones, encarnaba para muchos estadounidenses la nostalgia de una América más noble, cívica y altruista. La antítesis de la mezquindad que ojos de parte del país se apoderado de las instituciones. De ahí que el adiós del senador por Arizona se convirtiese también en un repudio frontal de Donald Trump y todo lo que representa.
A McCain se le escapó la Casa Blanca en dos ocasiones, pero ha sido despedido con un funeral de Estado más propio de un presidente, un Papa o un rey. Más solemne, per no muy distinto al que recibió la víspera en Detriot, Aretha Franklin, otro icono de los más altos ideales estadounidenses. En la Catedral Nacional le acompañaron los grandes amigos de sus casi cuatro décadas en el Congreso, los expresidentes Obama y Bush, los exsecretarios de Estado Henry Kissinger y Hillary Clinton, el actor Warren Beatty o un disidente ruso que sirvió para simbolizar su infatigable oposición al autoritarismo de Vladimir Putin. Hubo demócratas y republicanos, en consonancia con el talante de un dirigente que, en palabras de los asistentes, siempre puso los intereses del país por encima de los intereses partidistas.
El gran ausente de la ceremonia, por deseo expreso de McCain, que falleció la semana pasada de un tumor cerebral a los 81 años, fue Trump, que pasó el día jugando al golf en su club de Virginia. Pero por alusiones estuvo constantemente presente en los panegíricos, particularmente en el que pronunció la hija del senador, Meghan McCain. “Nos hemos reunido aquí para llorar la muerte de la grandeza americana, la verdadera grandeza y no la retórica barata de aquellos que nunca se acercarán al sacrificio que él prestó tan voluntariamente”. La hija definió a su padre como “fuego que ardía con brillantez”, un fuego que “otros resintieron” por “las verdades que revelaba sobre su carácter”. Trump llegó a decir que McCain, quien pasó cinco años de tormentos en las cárceles norvietnamitas, solo fue un héroe porque fue capturado.
También Barack Obama, que definió a su rival en las presidenciales del 2008 como “un guerrero, un estadista y un patriota”, dijo que McCain encarnaba la antítesis del clima político actual, definido por “bravuconadas e insultos, controversias falsas y furia manufacturada”. “Es una política que pretende ser valiente, pero en realidad nace del miedo”. Antes que Obama, George Bush apeó a McCain de sus sueños presidenciales en unas primarias, las del 2000, que dejaron la camaradería entre ambos seriamente tocada. Pero este viernes contó como ambos superaron las heridas de la campaña y sus diferencias políticas. “Al final pude disfrutar uno de los grandes regalos de mi vida, la amistad con John McCain”, al que describió como “un defensor de los oprimidos y de la paz”.
En gran medida esta última es una idea distorsionada porque McCain, como Bush, fue un eterno campeón del intervencionismo militar, de aventuras terriblemente desafortunadas que arruinaron la vida de millones de personas, pero en los panegíricos no hubo apenas cabida para las sombras del McCain, el espejo de esa América que ha dejado de reconocerse en el presente y se aferra a los contornos más honorables de su viejo ideal. El senador será enterrado el domingo en la Academia Naval de Annapolis.