Fabrizio Casari
Si no hubieran sido suficientes las palabras del secretario de Defensa, Hegseth, quien, en la reunión organizada por Londres del Grupo de Contacto sobre Ucrania celebrada en Bruselas, donde explicó que el objetivo de EEUU. es la firma de un acuerdo de paz sobre Ucrania, excluyendo cualquier posibilidad de la entrada de Kiev en la OTAN y dejando claro que esta no tendrá ningún papel en el proceso de paz ni en la formación de una franja de seguridad entre los dos países, en la posterior conferencia de seguridad celebrada en Múnich, intervino el vicepresidente de EEUU, Vance, para lanzar un ataque político contra la Unión Europea, sin precedentes desde su fundación hasta hoy.
Es, sin duda, la señal de una ruptura de la línea política entre las dos orillas del Atlántico, que, si bien por el momento no afecta al diseño común del Pacto Atlántico, ciertamente modifica algunas líneas y, de alguna manera, incluso la dirección estratégica. Detrás de las presiones estadounidenses para que Europa asuma por sí sola los costos de su defensa, o al menos la mayor parte de ellos, no está solo – y ni siquiera principalmente – la intención de Trump de reducir el gasto militar de un dispositivo gigantesco que ha demostrado ser, en realidad, frágil, sino también la diferencia de intereses respecto a EE. UU., que tiene como prioridad para sus intereses dominantes la reducción del peso económico, político y militar de China y el control total de la región del Indopacífico, no considerando a Rusia una amenaza directa.
Siguiendo las posiciones de la Doctrina Kissinger, la Casa Blanca considera el «divide y vencerás» el método fundamental para impedir el definitivo fortalecimiento de la alianza estratégica entre Moscú y Pekín. Y si Nixon creó una relación especial con la China de Mao con la intención de ampliar su distancia con la Moscú soviética, hoy Trump piensa que debe seguirse el mismo camino, pero en dirección inversa.
Esto desconcierta definitivamente a la Unión Europea, que había basado sus políticas generales comerciales y militares en la idea de la expansión hacia el Este y en la derrota estratégica de Rusia, y que ahora se encuentra, tras haber perdido toda la ventaja estratégica que recibía en su relación comercial con Moscú, perdiendo también la ventaja política con Washington.
Proponen ahora una reunión en París, pero tanto Macron como Sholtz están por abandonar el escenario político, será más rápida su ida que cualquier plan a elaborarse. Provocan una mezcla de hilaridad y pena las palabras de Kaja Kallas, que anuncian la oposición europea a las negociaciones de paz sin la UE. En parte porque demuestran que, como en Afganistán, cuando Washington entiende que no puede ganar, elige salir de las guerras y negociar (con razón) con el enemigo, pero lo hace sin avisar a los amigos, que tal vez quisieran sabotear la idea.
Por otro lado, confirma la absoluta irrelevancia de Bruselas ante un escenario que prevé el retorno de parte de los miles de millones gastados en la guerra y la asignación exclusiva a Europa de 500 mil millones de euros para la paz. Que Kallas, representante de un país de 1.300.000 habitantes, esté al frente de la política exterior europea que involucra a 540 millones de personas, es francamente absurdo, su única característica es su conocida, enfermiza rusofobia.
Por otra parte, tanto ella como su colega de Defensa, Kubilius, hacen del odio ciego contra Rusia su seña distintiva y fueron elegidos precisamente para tener una UE fuertemente orientada en su política exterior y de defensa por el odio hacia Moscú.
Amenazando con continuar el apoyo militar a Ucrania, la UE miente sabiendo de mentir: no dispone ni remotamente de los recursos necesarios. Además, dado que los desertores ucranianos ya suman 150 mil, y los que huyeron de la guerra son 4,2 millones, sería difícil pedir a la población europea que entre en una guerra que ni siquiera los ucranianos quieren combatir.
En realidad, los países europeos intentan reducir el suicidio económico y político de una política insensata y contradictoria con el papel de paz que Europa debería desempeñar; producen ruido más que conceptos. Es dolorosamente evidente la derrota política, económica, diplomática y militar de una Unión Europea que, por obediencia a EE. UU. y por ambiciones de poder, ha intentado derrotar a Rusia.
Ha perdido en todos los aspectos, dejando en el terreno su fuerza económica, su credibilidad política e incluso cualquier plan de ampliación de su esfera de influencia, ya que esta política estúpida, antes que errada, ha llevado al suicidio económico y ha golpeado la unidad europea, visto el número cada vez mayor de países que se han desmarcado y que se oponen con fuerza al diseño neoimperial de la UE. Al mismo tiempo, ha endurecido la represión interna contra cualquier forma de disidencia, en particular contra quienes en estos años han intentado analizar responsabilidades, razones y consecuencias del conflicto en Ucrania o denunciar el genocidio palestino llevado a cabo con la complicidad europea.
Periodistas, comentaristas y analistas internacionales que no se alineaban con el discurso belicista de apoyo al régimen neonazi de Kiev, eran identificados como «putinianos», publicando sus nombres y rostros en los periódicos y excluyéndolos de cualquier espacio de discusión. La misma suerte corría para quienes apoyaban la justa causa palestina, a quienes se les prohibía hablar y se les etiquetaba como «pro-Hamas». Estos maestros del liberalismo y de la democracia no toleran opiniones diferentes a las suyas.
Se ha producido, en suma, una auténtica distopía entre Europa y la Unión Europea, que no tardará en manifestarse afectando a la institución continental con la diferenciación que surgirán entre países fundadores y miembros adquiridos, lo que probablemente marcará la crisis definitiva del proyecto comunitario. En los tiempos de locura belicista, se habla abiertamente de una guerra contra Rusia en los próximos 5 años. Es una parte fundamental del Plan Draghi, donde se aboga por una deuda europea destinada a la industria bélica, sin rastro alguno de compromiso diplomático.
De hecho, la reputación de la UE como protagonista diplomática en los procesos de paz, quedó irremediablemente dañada con la admisión directa de Alemania y Francia de haber simulado respetar los acuerdos de Minsk 1 y 2, que admitieron firmaron solo para ganar tiempo y organizar militarmente al ejército ucraniano, poniéndolo en condiciones de provocar militarmente a Rusia y gestionar luego su inevitable reacción.
Mucho antes, por tanto, del inicio de la Operación Militar Especial rusa, la Unión Europea había invertido recursos políticos, militares y financieros en un conflicto abierto que, con el apoyo directo de Estados Unidos, debería doblegar a Moscú y permitir un cambio de régimen acorde con los intereses occidentales, es decir, un gobierno ruso al servicio de Occidente, dispuesto a romper la alianza estratégica con China. El objetivo era la descomposición de Rusia y de su Federación, la conquista de ese inmenso territorio, sus importantes recursos y su arsenal atómico.
Con este plan, la UE intervino directamente en el intento de golpe de Estado en Bielorrusia, en las elecciones en Rumanía, donde el candidato que proponía el fin de la guerra había ganado de manera aplastante, y manipuló las elecciones en Moldavia. El objetivo era conquistar todos los países vecinos de Rusia para intentar cercar a Moscú, limitando así sus posibilidades de importación y exportación, y amenazándola militarmente con dispositivos convencionales y nucleares difíciles de interceptar debido a la extrema cercanía entre la zona de lanzamiento y el objetivo.
Esta idea de Europa, ultraliberal, represiva e intervencionista, además de subordinada a los intereses de Estados Unidos, contradice en su esencia la idea comunitaria contenida en los principios fundacionales enunciados por sus ideadores en el Manifiesto de Ventotene. La idea de democracia, de un modelo socioeconómico y de valores distintos que prevaleció en la posguerra, ha sido completamente revertida, lo que ha generado una distancia insalvable entre gobernantes y gobernados.
Es la crisis de un modelo de representación que arrastra consigo el fin de una idea de comunidad que debía sustentarse en la armonía entre diferentes, sintetizando sus peculiaridades e intereses en un diseño de conjunto de prosperidad y autonomía, que habría convertido a Europa en un actor político de gran peso económico y moral, y de gran autoridad en la escena internacional.
Y ahora el espectáculo es penoso. El suicidio europeo en favor de los objetivos estratégicos de Estados Unidos tiene incluso un carácter paradigmático en términos de soberanía: al entrar en una guerra que debería haber evitado para complacer a Estados Unidos, ahora se ve obligada a salir derrotada para complacer a los nuevos Estados Unidos.