El pasado 7 de julio se anunció la continuación de los diálogos entre el chavismo y la oposición venezolana mediante los auspicios del gobierno del Reino de Noruega. Los encuentros entre los sectores políticos venezolanos tienen lugar en Barbados y significan para la República Bolivariana la posibilidad de una distención política a la crisis inducida con énfasis durante este año.
La mediación de Noruega continúa en aras de que se establezca un acuerdo entre los actores políticos venezolanos, en medio de las grandes incongruencias y desafíos que han surgido a partir de las acciones que la Administración Trump ha ejecutado contra la nación petrolera.
Algunos antecedentes esenciales a reseñar
Para Venezuela, esta nueva etapa de diálogo concurre a destiempo, luego de que las posibilidades de una distención prolongada se perdieran en República Dominicana en diciembre de 2017 y enero de 2018. En aquella oportunidad, el antichavismo asistió sin el respaldo del partido Voluntad Popular, liderado por Leopoldo López y ahora representado por Juan Guaidó.
Sin embargo, la mayoría de las fuerzas políticas de la oposición estuvieron en República Dominicana y establecieron un pre-acuerdo que luego no firmaron.
Como se aclaró en su momento, diversos mediadores, entre ellos el ex jefe del gobierno español Rodríguez Zapatero, dieron fe de la coincidencia de la oposición venezolana con el chavismo en la realización de elecciones presidenciales y en la generación de garantías electorales. Pero al final de la jornada, la oposición decidió no firmar el acuerdo, para decepción incluso de los mediadores que participaron en la cita por invitación de la oposición.
Según autoridades venezolanas, el diálogo en República Dominicana fue implosionado por acción específica y órdenes del hoy ex secretario de Estado norteamericano, Rex Tillerson, dirigidas a Julio Borges, todo ello con la intención de agudizar y prolongar el desarrollo de una crisis integral en Venezuela.
El gobierno venezolano cumplió los acuerdos de República Dominicana, liberó personas que habían participado en el ciclo de violencia de 2014 y 2017 y generó garantías para las elecciones presidenciales. Estas tuvieron lugar en mayo de 2018 con una parte de la oposición participando bajo el mando de Henri Falcón, quien había solicitado personalmente, junto al chavismo, la observación de la Unión Europea y las Naciones Unidas. Tal llamado no fue atendido.
Como es sabido, el cuestionamiento a la legitimidad del reelecto presidente Nicolás Maduro atizó la embestida que Estados Unidos decidió acelerar este año incrementando el bloqueo económico contra Venezuela y alzando la figura de Juan Guaidó como «presidente» paralelo de Venezuela, creando un punto crítico de alta desestabilización en la nación caribeña.
A finales de abril pasado se fraguó otro «Día D» de la oposición y por medio de la «Operación Libertad» cometieron actos de golpe de Estado que fracasaron mediante un frustrado alzamiento militar. El golpe fue desmantelado antes de que tuviera lugar, y la recordada y solitaria estampa de Juan Guaidó y Leopoldo López en un puente al este de Caracas, delineó la crónica de la derrota y declive de la agenda violenta.
Al día de hoy, los diálogos en Oslo, y ahora en Barbados, tienen prácticamente solo a Voluntad Popular frente al gobierno venezolano, como resultado del agotamiento momentáneo de la acelerada agenda destituyente que Estados Unidos patrocinó en Venezuela.
Acompasado a la amenaza bélica, la extrema asfixia económica y los llamamientos a alzamiento militar, Estados Unidos interpuso el adefesio de la «presidencia paralela» de Guaidó como un elemento instrumental para legitimar el desmantelamiento de las instituciones venezolanas. La estrategia estaba diseñada para generar resultados en semanas, pero desde enero al presente los resultados han sido negativos tanto para Estados Unidos como para sus gestores locales.
Guaidó, como abanderado creado para la oposición en Venezuela, ha lidiado durante meses con los resultados de su deriva política. Sin poder que ejercer en Venezuela y con un menguado apoyo popular, está lidiando con el ostracismo al que está siendo relegado por fuerzas de la oposición que siempre se opusieron a su autoproclamación, pero que permanecieron silentes en enero por mandato estadounidense.
Además, Guaidó ha sido severamente criticado por otros factores del antichavismo por el diálogo. Dirigentes como María Corina Machado y Antonio Ledezma dieron al traste con cualquier posibilidad de mediación, enfilando duras críticas contra la dirigencia del golpe.
Guaidó ha constituido su figura como un actor en evidente pre-campaña política, por medio de giras que ha hecho por el país con todos los elementos de un candidato, lo cual ha sido criticado por los sectores de la oposición que buscan el desmantelamiento del chavismo por vías violentas, limitando el papel de Guaidó a un gestor de la intervención únicamente.
La nueva amenaza de implosión del diálogo
Ha sido evidente que Estados Unidos ha teledirigido a Guaidó, por tanto, es indispensable asumir que la presencia de sus delegados en Noruega y ahora en Barbados, parten del cálculo de que por la vía de esta mediación se pueda desmantelar al chavismo, cuestión que no se ha logrado mediante otras presiones.
Pero también es probable la posibilidad de que Estados Unidos esté interesado en el agotamiento de este espacio de mediación, nuevamente, para engrosar su argumentario de injerencia en la política venezolana.
Desde inicios de este diálogo entre venezolanos, Washington ha tenido una vocería que afirma con insistencia que el objeto de la mediación debe ser sólo para que Maduro renuncie. Una opción impensable.
El nudo crítico de toda posibilidad de acuerdo yace en la convocatoria de algún tipo de elecciones (parlamentarias o presidenciales), con la trampa a cuestas del denominado «cese de la usurpación», que supondría una entrega del poder a Guaidó, para que mediante una institucionalidad creada instantáneamente reforme los poderes en Venezuela a gusto del Norte y llame a elecciones, que según diversos antichavistas, deberían ser sin el chavismo. Lo que ellos llaman «elecciones libres». Otro supuesto impensable.
Este 10 de julio, el canciller venezolano Jorge Arreaza denunció la intención del gobierno estadounidense de «destruir» el diálogo entre venezolanos. «La administración de Trump pretende destruir el proceso de diálogo político entre el gobierno y la oposición, tratando de imponer su agenda de guerra»; esto tendría lugar, dijo el Canciller vía Twitter, dado «el estrepitoso fracaso» de todas sus modalidades de agresión contra Venezuela.
Por su parte, el embajador de Venezuela ante la ONU Samuel Moncada alertó que «Trump prepara el uso de la fuerza en Venezuela y por eso viola abiertamente el derecho internacional imponiendo condiciones previas a los diálogos entre venezolanos». La alusión es directa a la condición de Washington de que la renuncia del presidente Nicolás Maduro sería el punto de partida para unas nuevas elecciones.