Raúl García Sánchez | PIA
Hay misterios que, como el de la santísima Trinidad, desbordan el entendimiento y reclaman la voluntad de la fe. El caso de Venezuela compite con el más enredado de esos enigmas. En estos meses en que hemos viajado en varias ocasiones del Reino de España a la República bolivariana de Venezuela, hemos podido palpar ese misterio de dimensiones paranormales.
Tras varias idas y vueltas, está confirmado, Venezuela se despliega en dos realidades antagónicas. La realidad de Venezuela adentro de Venezuela, y la realidad de Venezuela afuera de Venezuela. Hasta este minuto no conocemos ningún país cuya realidad se defina por lo que se piensa de ella afuera de sus fronteras y no por lo que acontece adentro. El caso de Venezuela podría ser el primero. Al menos eso pretenden los esmerados creadores de ficciones ajenas.
Cansados de crear gobiernos paralelos fracasados, se ven en la imperiosa necesidad de atajar por la vía rápida: cortando por lo sano y creando una realidad paralela a la realidad real. Debe ser por eso por lo que en el Congreso de los Diputados del Reino de España se votó y aprobó el reconocimiento de un presidente derrotado en las urnas de su propio país. Este debe ser también el primer caso en que pretende elegirse al presidente de un país en el parlamento de otro. Una realidad nacional pretendiendo suplantar con su irrealidad artificial otra realidad nacional situada a casi 7 mil kilómetros de distancia.
Pareciera que la realidad externa definiera lo que pasa adentro, algo así como una meta-realidad que, al menos afuera, es más real que la realidad real, la de adentro. De hecho, es como si desde fuera de Venezuela existiese dentro de Venezuela otra Venezuela muy distinta a la Venezuela de adentro. Ya avisamos que la cosa no iba a ser fácil. ¿Acaso padece Venezuela desdoble de personalidad?
No pretendemos banalizar, pero si se tratara de un partido de fútbol, es como si dentro de Venezuela el chavismo ganara por goleada y en cambio fuera de Venezuela, el mundo entero percibiera a la oposición adelante en el marcador.
¿Se imaginan un partido de fútbol con dos equipos enfrentados en el cual el resultado no se correspondiera con lo que pasa realmente en la cancha sino con lo que dicen que pasa algunos autorizados parlantes desde fuera del campo, y que ambas cosas, la real y la narrada, no coincidieran lo más mínimo?
Algo así ocurre con Venezuela, salvo que la cosa es mucho más compleja y mucho más fea que la belleza del buen fútbol, dado que hablamos de los sueños y sufrimientos de un pueblo, y salvo que tiene poco que ver con un mero juego y con dos equipos enfrentados.
Sí existen, sin embargo, dos fuerzas fundamentales enfrentadas en Venezuela, factores que mueven otros factores y que en ellos habitan a su vez fuerzas enfrentadas que, frente a las otras fuerzas, son antagónicas. Es justo en ese factor donde cobra vida la histórica lucha de clases, de los oprimidos contra los opresores.
Es justo ese el factor que nos interesa y por el cual las fuerzas populares de Venezuela dan la batalla en defensa de la soberanía y del gobierno bolivariano. Porque han comprendido que defender ambos, la soberanía y el gobierno soberano, son la ruta que hoy existe en Venezuela para trazar un camino hacia el socialismo.
También desde la meta-realidad del exterior, algunas fuerzas tratamos de dar la batalla por la verdad de verdad, la real. Lamentablemente, las fuerzas populares del exterior no estamos a la altura de las fuerzas populares del interior de Venezuela. Y cuando eso ocurre, la realidad postiza suplanta a la real. Justo esa es la realidad, o la irrealidad en el Reino de España.
Si en Venezuela siguen venciendo los poderes creadores del pueblo, aquí los poderes destructores de sueños llevan la avanzada desde el desenlace de ese gran conflicto del siglo XX que definió fuerzas al interior y exterior de nuestras fronteras. La victoria franquista de 1939 sigue viva y coleando como lo siguen las alianzas y sumisiones geopolíticas que articuló el franquismo tras la derrota del fascismo europeo.
Al imperio norteamericano y sus aliados, Gran Bretaña y Francia, no se le indigestó el fascismo a la española y tras cuatro décadas de harakiri contrainsurgente, España estaba preparada para abrirse al mundo de las democracias occidentales. La socialdemocracia liberal del PSOE hizo el resto acudiendo al llamado del Norte y de aquellos desechos, estos basurales. Detritus antidemocrático que se refleja en nuestras instituciones.
Y se desborda hoy en tiempos de crisis y destape del fascismo del siglo XXI. Y emergen así nuestras esencias y fantasmas. Y reflota como nunca la nostalgia de lo que fuimos, el orgullo de la herencia imperial. Generadores de despojo y miseria ajena con sello de OTAN y marca España.
En la Europa del capital, más de lo mismo. Tomando el relevo de España, el Parlamento Europeo reconocía con mayoría de votos a Edmundo González como presidente legítimo de Venezuela, incluidos los votos a favor de 58 eurodiputados socialistas. Ya nos decía en una entrevista el intelectual venezolano Luis Britto que «Europa es un continente ocupado». Y nosotros en este continente, periferia ocupada con aires de grandeza.
El Reino de España se indigna estos días por la ofensa de lo que otrora fuera su colonia ultramarina y el gobierno «progresista» muestra su lealtad a la Corona, negándose a participar en la toma de posesión de la presidenta Claudia Sheinbaum al no haber extendido México la invitación al rey borbón, como consecuencia del conocido episodio de orgullo realista-imperial.
Gobierno de España cuyo presidente recibe en La Moncloa a un títere golpista como Edmundo González, tildándolo de héroe. Como expone en un artículo Marcos Roitman, el caso Edmundo tiene revuelta a la Corte española. Corte que más allá de diferencias de estilo, martillea por todos los flancos: políticos, diplomáticos y por supuesto mediáticos; analógicos y digitales, inventados y por inventar, sobre la ilegitimidad de la realidad real de Venezuela.
El campo hegemónico dirigido por la derecha política y social de todos los colores se esfuerza en obviar la realidad real de adentro de Venezuela y suplantarla por la realidad diseñada desde fuera a su imagen y semejanza. «Nuestra historia no se entiende sin América. Mientras no comprendamos que España y Venezuela somos uno, estaremos perdiéndonos a nosotros mismos», decía Díaz Ayuso en la Puerta del Sol de Madrid, liderando una de las concentraciones de la extrema derecha tras las elecciones presidenciales de Venezuela.
Tal cual el misterio de la Santísima Trinidad, España y Venezuela son para la ideología españolista dominante, como Padre, Hijo y Espíritu Santo, un solo cuerpo indivisible, «grande y libre». La mentalidad colonial genera misterios de difícil entendimiento. La fe, sin embargo, mueve montañas. Por eso seguiremos creyendo en los poderes creadores de Venezuela.