El mundo multipolar y el fin de la hegemonía estadounidense

 

Raúl Antonio Capote | Granma

* Al triunfo inicial del imperio, logrado en naciones divididas, con liderazgos debilitados por un número de razones históricas, sociales y políticas, le siguieron rotundos fracasos en países con gobiernos auténticamente populares como Nicaragua, Venezuela y Cuba.

La República Popular China y la Federación de Rusia encabezan un grupo de países que plantea otra manera de construir la convivencia de las naciones, a través de la colaboración, el respeto, la multipolaridad y la paz.

Con la caída de la URSS y la desaparición del campo socialista en Europa del Este, las grandes potencias capitalistas vieron ante sí la oportunidad de adueñarse, sin oposición, de los mercados y las riquezas del planeta.

Estados Unidos quedaba como el gran hegemón de un mundo unipolar, basado en reglas impuestas por ellos, el pueblo elegido por Dios, protector y defensor de la legalidad, la libertad y la democracia.

Por aquellos años, Francis Fukuyama proclamaba en su libro El fin de la historia y el último hombre, la victoria del capitalismo, mientras los tanques pensantes del imperio creaban nuevas estrategias de guerra para vencer a sus adversarios en todos los «oscuros rincones del mundo».

Teorizaron y llevaron a la práctica dos maneras de hacerlo: mediante el uso del poder abrumador de la tecnología y la fuerza, causando «conmoción y pavor», o mediante las guerras asimétricas.

Institutos como el Albert Einstein, organización «fundada» por Gene Sharp en 1983, o el Centre for Applied Nonviolent Action and Strategies (CANVAS), dedicados al estudio y la promoción de la «acción no violenta» para «democratizar» el mundo, se convirtieron en parte esencial del nuevo credo.

En tanto, el Proyecto para un Nuevo Siglo Americano, documento insignia de los neoconservadores para extender el imperio estadounidense, basó sus principios en el uso de «la guerra preventiva con carácter global y permanente».

Para lograrlo, era necesario entrar en nuevos escenarios de guerra con una superioridad tecnológica abrumadora, frente a países débiles, pero sumamente valiosos desde el punto de vista estratégico para Estados Unidos.

De suma importancia sigue siendo la doctrina creada por Paul Wolfowitz, quien fuera subsecretario del Departamento de Defensa de EE UU, quien trazó, en buena medida, el rumbo de los acontecimientos actuales en el planeta. La tesis del político yanqui planteaba, en esencia, que Washington debía mantener su estatus como la única superpotencia mundial, tras la desintegración de la Unión Soviética.

Cualquier oposición al logro de ese objetivo sería considerada una amenaza nacional. La Doctrina Wolfowitz recomendaba acercar a la OTAN a las fronteras de Rusia, extendiendo sus ejércitos al Este.

Sin embargo, no contaron, en su arrogancia, con el resto de la humanidad. La República Popular China y la Federación de Rusia encabezan un grupo de países que plantea otra manera de construir la convivencia de las naciones, a través de la colaboración, el respeto, la multipolaridad y la paz.

Por otro lado, la práctica ha demostrado que los ejércitos imperiales, concebidos para masacrar aldeanos, destruir ciudades y tomar por asalto pueblos inermes, son incapaces de vencer en los nuevos escenarios de guerra.

Tampoco tuvieron el éxito esperado las llamadas guerras no convencionales. Al triunfo inicial logrado en naciones divididas, con liderazgos debilitados por un número de razones históricas, sociales y políticas, le siguieron rotundos fracasos en países con gobiernos auténticamente populares, como Nicaragua, Venezuela y Cuba.

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