La República Dominicana va camino de la continuidad. El actual presidente, Danilo Medina, de 64 años, encabeza el escrutinio en las elecciones y, con el 28% escrutado, obtiene el 62% de voto, diez puntos por encima de lo necesario para vencer en la primera vuelta.
La clave del previsible éxito de Medina, un economista que goza de gran predicamento en la isla, radica en la fragmentación de la oposición. Una dispar constelación de candidatos, donde el antiguo núcleo rival, el Partido Revolucionario Dominicano (PRD), ha sufrido furibundas luchas internas que han acabado por partirlo en dos. Una parte, con siglas incluidas, se ha sumado al Bloque Progresista que encabeza el presidente. Y la otra, se ha hecho fuerte en torno al Partido Revolucionario Moderno (PRM) y a su líder, el empresario Luis Abinader, el único aspirante que ha aguantado la carrera y que con el 28% escrutado obtiene el 35% del voto.
Si Medina logra finalmente la victoria, supondría un respaldo a una política que ha tenido en el crecimiento económico (7%) y el control de la inflación (2,5%) su principal bandera. “El esfuerzo de su gobierno en diversas áreas sensibles, tales como salud y educación, han generado una sensación de progreso entre muchos dominicanos. No obstante, problemas como la inseguridad, la delicuencia y la pobreza persisten todavía como retos”, indica Leticia Ruiz Rodríguez, profesora de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense.
La República Dominicana, con un PIB per cápita de 6.500 dólares al año (cuatro veces menor que el español), se volcó tras la elecciones de 2012 en una profunda e impopular reforma tributaria. La reducción del déficit fiscal y el aumento de la recaudación fueron sabiamente explotados.
Medina, un hombre que ha hecho de la llaneza su imagen de marca, pisó el acelerador de la asistencia pública. Subsidios en gas, electricidad y alimentos. 4% del PIB a la educación. Apertura de 2.500 escuelas. Denuncia del contrato explotación de minas de oro en manos canadienses. “Todo eso, combinado con sus constantes visitas al campo y a las pequeñas empresas, sin apenas escolta, ni aparato estatal, le han hecho muy popular”, señala la socióloga dominicana Rosario Espinal.
En un país relativamente pequeño (10 millones de habitantes y 48.000 kilómetros cuadrados), la apuesta surtió efecto. El programa asistencial brindó a Medina un apoyo popular sin apenas comparación en Latinoamérica. Un respaldo que, pasada la mitad de mandato, le hizo tirar a la basura sus promesas y modificar una Constitución que impedía la reelección inmediata. En el complejo juego político caribeño, este movimiento lo situó en contra de su antecesor Leonel Fernández, el hombre que ocupó tres veces la jefatura del Estado y que sucedió al corrupto, maquiavélico y casi eterno Joaquín Balaguer en 1996. Fernández, que ambicionaba volver a presentarse, mostró los dientes. El conato de guerra terminó con una amigable reparto de puestos hasta el punto de que la propia candidata a vicepresidenta es Margarita Cedeño, esposa de Leonel Fernández.