El principio del fin de una política inmoral

Manuel E. Yepe

A juicio del prestigioso intelectual venezolano Luis Brito “la apertura hacia Cuba es una desesperada medida de Estados Unidos para recuperar presencia en un tablero internacional que se le escapa de las manos”.

 

Brito fundamenta su criterio en elementos tan concretos como la creación de la Zona de Libre Comercio Asia-Pacífico, que incluye las economías de los países que representan más de la mitad del comercio mundial; la fundación del Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura, virtual contrapeso del Fondo Monetario Internacional, y la decisión china de invertir 40.000 millones de dólares en “La Ruta de la Seda”, colosal red de puertos, trenes, ductos de energía y tecnología que conectarán Rusia, Irán, Turquía, el Océano Índico, y ciudades europeas, en desmedro de la “Alianza del Pacífico” que Washington anima con el propósito de bloquear a los gobiernos progresistas de América de Asia.

A estos colosales desarrollos, que apuntan a romper el bloqueo del dólar como divisa preponderante y a sustituirla por el yuan, se agrega el canal interoceánico que se construye por Nicaragua, que dará acceso irrestricto e ilimitado a este cúmulo de intereses asiáticos al Caribe y a Cuba, razón por la cual proseguir la política de bloqueo por parte de Estados Unidos a la isla equivaldría a auto bloquearse.

Es revelador, sin embargo, que el Presidente Obama no haya atribuido el fracaso de su política hacia Cuba al escaso contenido ético y moral de la política exterior estadounidense aplicada a las relaciones con sus cercanos vecinos. El mandatario reconoció que, al normalizar las relaciones con Cuba, Estados Unidos busca poner fin a “una política anticuada que por décadas no ha podido promover satisfactoriamente nuestros intereses”.

Esto equivale a una confesión en boca del Presidente de que tantas ilegalidades y vilezas que la superpotencia ha llevado a cabo contra Cuba han respondido siempre a la proyección de intereses propios de Estados Unidos y no a la promoción de la democracia, los derechos humanos, la lucha contra el terrorismo o cualquier otra parábola para justificar la intromisión en los asuntos internos de la isla violando principios esenciales de la Carta de las Naciones Unidas.

El bloqueo a Cuba, eufemísticamente calificado de embargo, se ha aplicado durante más de medio siglo no solo como castigo injustificable contra un país soberano sino también a empresas estadounidense de comercio exterior, y ha tenido alcance global aprovechando el importante lugar que ocupa Estados Unidos en la economía mundial. La prohibición de los viajes de sus ciudadanos a Cuba; la persistencia de la ocupación por Estados Unidos de la porción del territorio cubano que ocupa la ilegal Base Naval de Guantánamo; la promoción o la tolerancia de cientos de actos de terrorismo contra la isla que han dejado miles de víctimas; la vigencia de la Ley de Ajuste Cubano destinada a promover la emigración ilícita de cubanos hacia Estados Unidos con fines propagandísticos y de robar talentos a la isla que ha provocado tantas víctimas fatales; la absurda inclusión de Cuba en un listado de países promotores del terrorismo para perjudicar los nexos de Cuba con terceros países; la campaña hostil en los medios de prensa corporativos estadounidenses y globales, y tantos otros abusos contra el pueblo cubano durante medio siglo, constituyen actos hostiles contra el pueblo cubano que aún forman parte oficialmente de sus políticas vigentes y que obviamente tendrían que ser levantados sin demora.

El ofrecimiento de Estados Unidos de restablecer las relaciones que por estos días se discute en La Habana está llamado a abrir el camino a un futuro de paz entre los dos países vecinos que ambos pueblos desean vivamente, aunque no todos lo auguran.

Los muchos estadounidenses que, jubilosos, han estado llegando a Cuba o enviando mensajes de felicitación a los cubanos luego de los anuncios presidenciales simultáneos de diciembre 17 de 2014, insisten en un peligro del que los cubanos deben cuidarse.

“Beware of the Corporate America”, advierten a sus vecinos cubanos, temerosos de que la voracidad de la “América corporativa” caiga sobre las conquistas sociales de la revolución cubana en la nueva situación que ellos avizoran sin advertir que la revolución cubana no se va a enfrentar al capitalismo como algo novedoso porque la isla ha mantenido relaciones cordiales con empresarios de prácticamente todos los países capitalistas del mundo, excepto con los de Estados Unidos, sin admitir jamás injerencias en los asuntos internos del país. Y no hay motivo para pensar que los capitalistas estadounidenses sean peores ni mejores que los demás.

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