El Real Madrid con crisis colectiva

Emprender el relevo de la gran estrella de un equipo de fútbol siempre ha sido traumático. Cuando la directiva del Madrid se puso en contacto con Rafa Benítez para contratarle, condicionó el acuerdo al compromiso de que el técnico emprendería la sucesión de Cristiano, que cumplirá 31 años, mediante la promoción de Gareth Bale, que tiene 26.

 

Pero aquello que los dirigentes veían claro fue percibido como una intromisión por los jugadores más veteranos de la plantilla, comenzando por Cristiano. El portugués reclamó la permanencia de Carlo Ancelotti y no fue oído. El desencuentro es el origen de las distorsiones que afectan al juego del Madrid y comprometen su nivel competitivo, como quedó demostrado ante el PSG, el Atlético y, este domingo, el Sevilla en el Sánchez Pizjuán (3-2).

Cristiano desconfía de Benítez. “Cuidado”, le advirtió a Benítez un amigo suyo que conoce a la perfección el negocio; “no vayas contra Cristiano porque tu suerte depende de él”. La respuesta del entrenador fue vaga: “Ya veremos cómo lo hacemos”. Benítez pensó que la pretemporada le proporcionaría un margen para intentar cumplir con el mandato de la directiva y propuso un intercambio de posiciones entre Bale y Cristiano. A la semana de entrenamientos estivales, para los miembros consultados de la plantilla era evidente que Cristiano había perdido la confianza en el técnico. Por más que Benítez se afanó en halagar a la estrella, la fractura fue irreparable. Cristiano no deja de expresar que se siente incómodo. Se lo dice a los compañeros, a los masajistas, o a los médicos.

La peor puntería registrada. La depresión deportiva de Cristiano se aprecia en el porcentaje de acierto a gol de sus disparos. Sucesivamente, en las cinco temporadas que van del curso 2011-12 hasta hoy, el porcentaje de sus tiros que terminaron en la red fue de 22,3%, 19%, 18%, 26,3% y 12%. Nunca desde que está en España había mostrado tan poca puntería. En Sevilla remató cinco veces pero solo una dentro del área. Bale, contra los precedentes, le superó en actividad con ocho disparos.

Los jugadores se sienten desautorizados. Ancelotti no era un simple jefe. Era el catalizador de la energía de un grupo que pensaba que con el italiano los jugadores tenían poder. Ancelotti dejaba que los futbolistas se sintieran dueños del equipo. Les permitía decidir sobre ciertos aspectos en una suerte de régimen parlamentario en el que Cristiano, Ramos y Modric eran sus ministros. La mayoría coincide que con Benítez han pasado de ocupar puestos de responsabilidad a ser meros operarios.

El carácter se disuelve. Muchos se preguntaban cómo reaccionaría el Madrid el día que se pusiera por debajo en el marcador, situación que sirve de modelo para medir el carácter de un equipo. Este domingo, en el Sánchez Pizjuán, los blancos tuvieron que afrontar por primera vez esta situación. Pese a que empezó ganando el partido, la respuesta de los de Benítez fue dejarse arrastrar. Como si los jugadores ya no sintieran el equipo como propio.

Kroos pierde influencia. Benítez resolvió hacer hincapié en el equilibrio defensivo. Para lograrlo no cambió de esquema sino de hombres: puso a Casemiro por delante de los centrales y adelantó a Kroos. La fórmula funcionó ante el Sevilla siempre que el equipo juntó a cuatro o cinco futbolistas capaces de ejercer de volantes, y así elevar la defensa al campo contrario, como sucedió en Vigo o París. Solo de este modo resistió Kroos el desgaste físico inherente al cambio de funciones. El regreso de Bale transformó el planteamiento, separó las líneas y alargó las distancias. La consecuencia fue que Kroos, agotado, perdió influencia, el equipo quedó en manos de Casemiro, más limitado técnicamente, y a los problemas defensivos conocidos añadió una novedosa incompetencia en ataque. Un empleado de Valdebeas consultado al respecto señala que esto es consecuencia de disponer de una plantilla donde conviven futbolistas difíciles de acoplar: por un lado, extremistas de la creatividad como Kroos, Kovacic, Isco, James o Modric; por otro, extremistas del fútbol directo como Bale o Cristiano.

Keylor sirve de tapadera. Cuando el modelo falla, la última instancia es el portero. Las paradas de Keylor Navas, héroe inesperado de la temporada, fueron el último camuflaje de un Madrid que hacía crisis sin que lo pareciera. El carácter infructuoso de los esfuerzos de Benítez por brindar mayor solidez a la zaga reluce en el promedio de remates en contra por jornada de Liga, desde la temporada 2011-12 hasta hoy: 10,1; 11,7; 10,8; 11,9; y 12,3. El Madrid recibe más tiros que en los últimos cinco años. Si no ha recibido más goles es gracias al guardameta.

El contragolpe es el monocultivo. Ancelotti sentía pudor de reconocer que la principal baza del equipo era el contragolpe. Benítez lo repite abiertamente. Sus entrenamientos van encaminados a oxigenar a los atacantes mediante movimientos colectivos para permitirles correr. Como dicen los jugadores: “Nos ejercitamos para retrasarnos y soltar los galgos”. Los perros corredores son Bale, Cristiano y Benzema.

Sin espacios. El problema de practicar el contragolpe como método es que precisa de condiciones que no solo dependen del propio equipo. Dependen de la posición del adversario. El domingo, cuando el Sevilla se encerró en su área, negó al Madrid los espacios. Sin praderas para correr, el conjunto de Benítez perdió el único recurso que parece dominar con eficacia, además del balón parado. El gol de Ramos llegó en un córner.

Sin Marcelo. Cuando Marcelo está bien, resulta el único futbolista capaz de desbordar a una defensa cerrada. Es el mejor regateador de la plantilla. El único instrumento que permite una alternativa ingeniosa al contragolpe. Su baja acentúa el perfil burocrático del Madrid.

Sin los pilares. Los técnicos y los jugadores del Madrid señalan casi de forma unánime que las piezas que garantizan el funcionamiento del equipo son Ramos, porque le da carácter y salida; Modric, porque es el mediocampista más completo; y Benzema, porque es el único capaz de lograr con sus maniobras que Cristiano y Bale no compongan una pareja estéril. La ausencia de cualquiera de estos tres hombres resulta difícil de superar.

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