El reordenamiento geopolítico global

Jorge Casals Llano | Granma

Aunque no pocos se fijaron y hasta especularon con quiénes se beneficiaban y con quiénes no ante la subida de los precios, en particular del gas, el petróleo, el trigo, los fertilizantes, los alimentos y hasta con el jugoso negocio que representaba para el complejo militar industrial norteamericano la guerra misma, nada de ello podía ocultar lo que en realidad sucedía: el nacimiento de un nuevo orden mundial.

Los entresiglos, al menos los dos últimos, han tenido efecto crucial para la humanidad. En el de los siglos XIX y XX, el capitalismo de libre concurrencia se convirtió en capitalismo monopolista; en el de los siglos XX y XXI, el orden global nacido a mediados del XX, después de la segunda guerra mundial, primero se hizo unipolar luego de la implosión de la URSS y desde los primeros años del XXI, el orden establecido comenzó a cambiar.

Sobre ello escribimos hace poco más de un año, en la revista Cuadernos de Nuestra América, del CIPI, en un artículo con el título EEUU.: del poder inteligente al poder estúpido, en el que se analizaba cómo los excesos neoliberales de la desregulación y los intentos fallidos de Obama de restaurar el capitalismo con más neoliberalismo y el «poder inteligente», habían abierto el camino a la llegada de Trump a la Casa Blanca y cómo este fue capaz de sustituir la «capacidad de atraer» de Obama por el «poder estúpido». Sin embargo, ni Obama ni Trump, ni ninguno de los dos poderes, pudieron cambiar el curso de la historia.

No podía suponerse, cuando aquel primer artículo escribía, que el sucesor de Trump, Biden, persistiría en el mismo curso que, aunque incapaz de cambiar la historia, como El flautista de Hamelín, parece hoy capaz, si no se le detiene, de llevar al río (ahora al holocausto) no a las ratas ni a los niños (en esa segunda parte del cuento que tan poco se menciona), sino a la humanidad toda.

Queda, llegado aquí, solo aclarar, siguiendo a Marx en el prólogo a la primera edición de El Capital, que todos los representantes políticos aquí son mencionados como lo que son, personificación de intereses y relaciones de clases, y también de países y grupos de países, sus intereses y clases dominantes. Y tratándose de Ucrania, el primer aspecto a tratar, sin duda, es por qué y cómo se ha llegado a la guerra; el primero nos lleva a quién o a quiénes les interesa la guerra, y también y, por último, hasta dónde nos puede llevar la guerra.

Resulta imprescindible, como punto de partida para responder las cuestiones anteriores, recordar el ideario del monroísmo y el americanismo, y su visión geopolítica basada en la supuesta excepcionalidad de los Estados Unidos de América, la que fácilmente se encuentra en los escritos de sus fundadores y –aún más evidentemente– en la lectura que de ella hace Theodore Roosevelt luego de la victoria en la que falsamente fuera llamada guerra hispano-americana, que insiste en reiterar la tal excepcionalidad.

La misma idea perdura a través del tiempo y se hace, incluso, agresiva cuando se lee que «Para los Estados Unidos, Eurasia es la principal recompensa geopolítica… En la actualidad, una potencia no euroasiática ostenta la preeminencia en Eurasia y la primacía global de los Estados Unidos depende de por cuánto tiempo y cuán efectivamente puedan mantener su preponderancia en el continente euroasiático».

Así lo afirma en su libro El gran tablero mundial el reconocido politólogo estadounidense de origen polaco Zbigniew Brzezinski, quien fuera Consejero de Seguridad Nacional de una de las naciones que ocupa el norte de las Américas. Se trata de que, en la formulación original de geopolítica, quien controle Eurasia controla el mundo.

Si, como nos recuerda Marx a modo de ejemplo, la mezquindad y las furias del interés privado podían hacer que la iglesia anglicana perdonara de mejor grado que se negaran 38 de sus 39 artículos de fe que el que se le privara de 1/39 de sus ingresos pecuniarios, nada extraño puede parecernos hoy que la corporatocracia usamericana actúe de igual manera…, juntamente con sus más cercanos socios en este mundo globalizado.

Trataremos, para no ser demasiado extensos, de eliminar lo anecdótico en estas líneas, ya que, como no vivimos en el mundo «libre», casi todo lo conocemos, a pesar de todo lo que hacen los medios al servicio de esa misma corporatocracia –de la que forman parte o son sus asalariados– por desinformarnos.

Mucho ha ocurrido desde los inicios de este siglo XXI hasta hoy. Brutales los acontecimientos y significativo el incremento de las turbulencias, las agresiones, las rupturas de las normas del derecho internacional, la proliferación de acciones punitivas; las llamadas sanciones contra todo aquel Estado que se resista al establishment leonino impuesto por el hegemón del mundo unipolar, incluyendo la violación de tratados por parte de ese mismo hegemón –y también de sus aliados– en detrimento de los menos favorecidos por el orden (¿desorden?) global impuesto.

El crimen de la invasión a Irak, basada en la mentira de la existencia de armas de destrucción masiva, con un general repitiéndola en la ONU; mentiras para tratar de ocultar el crimen de la invasión, ocupación y posterior vergonzosa fuga de Afganistán; mentiras para justificar los bombardeos indiscriminados en Libia; mentiras para informarnos sobre la implosión y las matanzas en lo que fue Yugoslavia; mentiras sobre las armas químicas en Siria y el robo de sus recursos… y muchas más, incluyendo las que, utilizando el antiguo testamento, intentan sacralizar la impunidad de Israel en la continuidad del robo de territorios y el asesinato de palestinos.

Y, aunque los anteriores son solo algunos de los momentos más significativos en el orden establecido en el mundo unipolar, pueden señalarse muchos más, como los relacionados con la globalización y el fracaso del neoliberalismo y sus secuelas: la relocalización industrial, la financiarización de la economía, el debilitamiento en la confianza en el dinero Fiat, la inflación desenfrenada y la inminencia de la estanflación, el uso y abuso del control de los mecanismos financieros internacionales para castigar a los Estados que se niegan a renunciar a sus derechos soberanos, y hasta el robo y/o congelamiento de los recursos de estos Estados radicados fuera de sus fronteras.

Y todo lo anterior, y más, juntamente con la agudización de los problemas globales –incluyendo los del calentamiento global y el cambio climático– acompañan el acelerado debilitamiento del otrora hegemón del mundo unipolar, que durante todos estos años se ha mantenido como actor principal en el intento de impedir los cambios que garantizarían un mundo nuevo, sin hegemonías, más diverso, equitativo y justo.

Para ello, EE. UU., acompañado de su cohorte de Estados vasallos, expandió y pretendió seguir expandiendo la OTAN, organización supuestamente defensiva que debió dejar de existir luego de la desaparición de la URSS, y desde entonces dirigida contra Rusia, identificada por EE.UU. como su segundo principal contendiente.

Es ese el mismo EE. UU. que, sin pudor alguno de su presidente, trata de presentarse ante la comunidad internacional y en la ONU como defensor de los débiles y agredidos, al mismo tiempo que es capaz de, crípticamente, crear otras organizaciones belicistas como la denominada QUAD (diálogo de seguridad cuadrilateral, integrado por EEUU, Japón, Australia e India), y Aukus (formada por Australia, Gran Bretaña y EE. UU.) dirigidas contra China, esta sí identificada por la nación del norte como su principal contendiente geopolítico, lo que la hace blanco de amenazas incumplibles si no acata su «ordeno y mando».

No es difícil percatarse de que la suma del «poder inteligente» de Obama y del «poder estúpido» de los que le sucedieron solo aceleró los acontecimientos que han llevado al mundo a la situación en que nos encontramos, en la que el colapso del caótico, injusto, desigual y unipolar mundo conocido nos deja sin certezas de cómo será el por conocer. Las sucesivas dosis de estupidez que día a día se acumulan, ponen hoy en peligro la propia existencia del mundo por la posibilidad real de que estalle la tercera guerra mundial.

Y las primeras de estas dosis tuvieron que ver con los intentos de mantener el mundo unipolar, a EEUU ocupando la posición hegemónica en el mismo y a Europa complaciente en su posición de vagón de cola del convoy imperial, empeñada en incumplir los compromisos contraídos luego de la disolución de la URSS.

Así, la OTAN continuó incorporando miembros con el objetivo manifiesto de acercar al corazón de Rusia las armas que le impedirían dar respuesta a un ataque sorpresivo, aunque ello eliminara la temible Destrucción Mutua Asegurada (MAD, por sus siglas en inglés), única garantía existente hasta entonces de la no utilización de armas nucleares. Ninguno de los reiterados llamados de Rusia y de su presidente Vladímir Putin al respecto fueron escuchados, la respuesta fue la conocida.

En esta nueva «guerra fría», que ya desde antes, en estas mismas páginas, avizorábamos, se calentaría, EEUU, con la máscara de la OTAN, obligaban (sic) a Rusia, para detener la expansión de la organización belicista «de occidente», a invadir a Ucrania, aunque con el sofisticado nombre de «operación militar especial».

Y, aunque no pocos se fijaron y hasta especularon (incitados por el distractivo movimiento de las manos del mago que impide ver «su» magia) con quiénes se beneficiaban y con quiénes no ante la subida de los precios, en particular del gas, el petróleo, el trigo, los fertilizantes, los alimentos y hasta con el jugoso negocio que representaba para el complejo militar industrial norteamericano la guerra misma, nada de ello podía ocultar lo que en realidad sucedía: el nacimiento de un nuevo orden mundial.

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