Por Marta Martin
El milagro Bukele es un espejismo. El país está en quiebra y su gestión se basa en la represión y la persecución político
El “éxito” de Bukele sobre la violencia generada por las maras o pandillas en el país centroamericano se cimienta sobre las cenizas de la pérdida de derechos y libertades.
En un país tomado por los militares, con seis millones y medio de habitantes, el gobierno de Bukele ha detenido a 71.000 personas (el 1,7% de la población mayor de 18 años se encontraría en prisión) bajo el lema de una falsa seguridad que realmente esconde la merma de la democracia y el estado de derecho.
Los juicios masivos —el régimen ha llegado a juzgar a 500 personas a la vez—, los abusos policiales o la construcción de megacarceles son la realidad de El Salvador de Bukele.
Este es el estado de excepción decretado por el presidente salvadoreño desde hace más de un año y que se renueva mensualmente. Sus medidas “estrella” son las de ampliar la detención preventiva de 72 horas a 15 días, facilitar las escuchas telefónicas, restringir la libertad de reunión y el derecho a la legitima defensa ante los tribunales.
Además, pese a la imagen de tolerancia cero con el crimen mostrada por el Ejecutivo salvadoreño, este podría estar manteniendo negociaciones con las maras para así contener la criminalidad, lo que invalidaría las cifras aportadas por el Gobierno salvadoreño que está vendiendo una imagen de país como el “más seguro de América Latina” que no se corresponde con la realidad.
El país vive al borde la quiebra económica. Bukele es el presidente del Bitcoin considerando a las criptodivisa como moneda de curso legal y endeudando al país hasta límites insospechados.
El «milagro» Bukele es un espejismo. Su gestión se basa en la represión, la persecución política y en obviar el mandato constitucional para volver a ser reelegido presidente.
Bukele no es ejemplo absolutamente de nada para el continente. Admirador de Trump solo sirve para dar alas a los Milei o Kast de turno.
Los años de gobierno del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) hicieron que El Salvador se alineara con los países del ALBA. En 2019, y tras la asunción del poder por parte de Bukele, El Salvador no tardó en posicionarse en la OEA a favor del pacto multilateral (TIAR) contra Venezuela y que contempla “el empleo de la fuerza armada” para una eventual intervención.
En 2024 El Salvador podrá decidir ser parte de la ola progresista que recorre el continente o perpetuar a Bukele en el poder lo que significaría un retroceso inimaginable en las políticas de derechos y libertades fundamentales. Por ello es fundamental que los salvadoreños y salvadoreñas no entregan la libertad a cambio de seguridades temporales.