Fabio Tomaz
Las Organizaciones Político-Militares (OPM) operan en El Salvador desde antes. Articuló todo el trabajo político de organización y movilización popular con estructuras de defensa armada, en gran parte ante la represión del régimen.
Especialmente cuando a mediados de la década de 1970 se formó FALANGE (Fuerzas Armadas para la Liberación Anticomunista de las Guerras de Eliminación), uno de los muchos escuadrones de la muerte paramilitares financiados por empresarios y terratenientes.
Bajo el lema “Sé patriota, mata a un cura”, también cometió asesinatos de campesinos, sindicalistas, profesores y estudiantes. El director de Inteligencia del régimen, mayor Roberto D’Aubuisson, fue el articulador más notable de estos grupos.
En 1970 se fundó el FPL (Fuerzas Populares de Liberación). Dos años después surgió el ERP (Ejército Revolucionario Popular). Un grupo con diferencias en la dirección del ERP funda RN (Resistencia Nacional). El histórico Partido Comunista funda las FAL (Fuerzas Armadas de Liberación).
También surge y se organiza el PRTC (Partido Revolucionario Obrero Centroamericano). Dos elementos son fundamentales para entender estas organizaciones político-militares.
El primero, que trata de su naturaleza, implica comprender su vínculo con las organizaciones populares salvadoreñas. Las distintas OPM tuvieron diferentes niveles de inserción, tanto en movimientos populares organizados (sindicatos, estudiantes, campesinos, mujeres, religiosos, partidos, etc.) como en diferentes niveles de inserción y organización en los territorios urbanos y rurales del país.
Existieron organizaciones más amplias que aglutinaron todos estos movimientos y territorios, como el BPR (Bloque Popular Revolucionario), el FAPU (Frente Unificado de Acción Popular), el LP-28 (Ligas Populares 28 de febrero), la UDN (Unión Nacional Democrática) y el MLP (Movimiento de Liberación Popular).
Esta diversidad de organizaciones y sus relaciones con la OPM nos da tanto una dimensión de la amplitud de sujetos en lucha involucrados, como el alcance que estas organizaciones, en su conjunto, tenían en todo el territorio salvadoreño.
El segundo elemento del OPM se ocupa de sus diferentes tácticas y estrategias. Algunos tenían una línea inspirada en la Revolución Cubana, otros un carácter más maoísta, otros relacionados con líneas más “clásicas” del comunismo internacional.
Estas diversas características tácticas y estratégicas se reflejan en el peso y papel de las dimensiones militar (defensiva y ofensiva), organizativa y política.
Aunque hubo consenso sobre la necesidad de una unidad de todas las MOP bajo el régimen, los términos de esa unidad aún no estaban claros. El triunfo de la Revolución Sandinista en Nicaragua en 1979 y la conmoción nacional contra el régimen que generó el asesinato de Monseñor Romero al año siguiente, sumados al cierre completo de los canales democráticos, fueron componentes que aceleraron el proceso de necesaria unidad.
La unidad habilitó una huelga general que detuvo al país por 48 horas el 24 y 25 de junio de 1980. Esta unidad finalmente se expresó en la Formación del FMLN, que rescató el nombre y la memoria del revolucionario que también había apostado por la unidad popular contra el totalitarismo décadas antes. Y el 10 de octubre de 1980, el país amanece lleno de panfletos. El silencio fue la marca de los próximos meses.
La lucha armada por la democracia
El 10 de enero de 1981, unidades insurgentes del FMLN ocuparon las estaciones de radio de San Salvador. El comunicado transmitido en todo el territorio nacional decía:
Ha llegado el momento de que iniciemos las decisivas batallas militares e insurreccionales por la toma del poder por el pueblo y por la constitución de un gobierno democrático revolucionario. Hacemos un llamado al pueblo a levantarse como un solo cuerpo, con todos sus medios de combate, bajo las órdenes de sus líderes inmediatos, en todos los frentes de batalla y en todo el territorio nacional. El triunfo definitivo está en manos del pueblo heroico … ¡Revolución o muerte! ¡Venceremos!
En ciudades de todo el país, la guerrilla y las milicias populares atacaron posiciones del ejército. Durante 48 horas, la bandera del FMLN ondeó en la capital. Luego de días de batallas y duros golpes al ejército (unos 80 soldados de la Segunda Brigada de Santa Ana incendiaron el cuartel y se unieron a los insurgentes), se anunció el fin de la “primera fase de la ofensiva general”.
En este período, Estados Unidos ya había abandonado la propuesta de la Alianza para el Progreso y apoyado explícitamente a dictaduras en toda América Latina, bajo la llamada Doctrina de Seguridad Nacional. El presidente estadounidense Jimmy Carter envió US$ 10 millones y 19 instructores militares para apoyar al régimen.
Meses después, se enviaron otros 25 millones y 65 expertos militares. Con el gobierno de Ronald Reagan, este apoyo se expande aún más y alcanza los 196 millones de dólares solo en 1984.
Para Estados Unidos, además de los ataques a Cuba, era necesario derrotar a la Revolución Sandinista en Nicaragua y a todos los movimientos insurgentes en Centroamérica, como el FMLN en El Salvador, la URNG (Unidad Nacional Revolucionaria Guatemalteca) en Guatemala y muchas otras fuerzas insurgentes que operan en todas las regiones de Centroamérica.
El régimen de El Salvador redacta una nueva constitución en tiempos de guerra, y ARENA (Alianza Republicana Nacionalista), fundada por el mismo Roberto D’Aubuisson que organizó los escuadrones de la muerte, emerge como representante de la derecha.
Sin embargo, el apoyo financiero y militar de Estados Unidos no es suficiente para derrotar al FMLN. Se ha establecido un estancamiento militar a lo largo de los años. Los consultores estadounidenses participan ahora en todos los batallones y brigadas del ejército del país.
También hay un intento de Reforma Agraria Contrainsurgente, que buscaba retirar el apoyo que el campesinado le daba a la insurgencia, que evidentemente fracasó. Como afirmó en su momento un miembro del FMLN:
“¿Quién alimenta a la guerrilla? ¿Quién les advierte sobre los movimientos del ejército? (…) No son los rusos, los cubanos o los nicaragüenses los que envían miles de toneladas de comida a miles de guerrilleros, toneladas de ropa para vestir, y una información tan veraz sobre el movimiento del enemigo. Es la gente que hace todo esto, la gente que siembra los granos básicos, que prepara la comida y teje la ropa. El Salvador no tiene montañas, pero las montañas para su guerrilla son las personas”.
Además del aspecto militar y el trabajo con la población, el FMLN también organizó una estructura de apoyo internacional que lo hizo reconocido como un grupo insurgente legítimo por varios países, lo que abrió la puerta a las negociaciones sobre la democracia y el fin de la guerra.
En la segunda mitad de la década de 1980 se iniciaron los primeros diálogos, con la mediación de otros países, por un acuerdo de paz. La comunidad internacional ya no veía el conflicto en El Salvador como una cruzada contra el comunismo, sino relacionado con problemas internos del país.
La posición del FMLN no era solo poner fin a las hostilidades militares, sino reestructurar el país y abordar las causas profundas del conflicto: desigualdad estructural, injusticia, violencia y autoritarismo. El 76% de los salvadoreños, en investigación en ese momento, apoyó las negociaciones con el FMLN.
Para poder imponerse en las negociaciones y responder a los ataques que siguieron por parte del ejército y los paramilitares (con detonación de bombas en varios sindicatos), en noviembre de 1989, el FMLN organizó una gran ofensiva de tres semanas en la que participaron 3 mil combatientes, llegando a la capital San Salvador.
Esta ofensiva demostró que el FMLN no era un grupo pequeño, sin apoyo popular ni capacidad de coordinación como propagaban el régimen y Estados Unidos.
Si bien no derrocó al gobierno, esta ofensiva tuvo muchos impactos significativos: mostró la capacidad de movilizar al FMLN, las fallas de la inteligencia estadounidense, la incapacidad y brutalidad del ejército del régimen.
Los mil 350 millones de dólares en gasto militar directo de Estados Unidos durante una década habían fracasado en su propósito. La presión internacional, sumada a las denuncias de Estados Unidos que usaban dinero del narcotráfico para combatir la insurgencia en Centroamérica, hizo que Estados Unidos suspendiera la ayuda militar directa, lo que hizo inviable cualquier posibilidad de victoria militar de los militares sobre el FMLN.
Aunque no en condiciones ideales, el FMLN había logrado garantizar el diálogo por la paz y la reanudación de la democracia en el país, siendo así la máxima expresión de los deseos de la población.
Acuerdos y promesa de paz
En 1990, las dos partes del conflicto se reunieron en Ginebra, Suiza, para avanzar y formalizar las negociaciones. A principios de noviembre de 1991, el FMLN anunció una tregua unilateral. Semanas después, el gobierno anunció el fin de los bombardeos y el uso de artillería pesada.
En enero de 1992 se firman los Acuerdos de Chapultepec (nombre de una fortaleza en México, donde fueron firmados), cuya implementación comienza el 1 de febrero del mismo año.
En general, los Acuerdos abarcaron amplios temas de la realidad del país: el papel de las Fuerzas Armadas y su reducción; creación de una policía civil; reformas en el sistema judicial; creación de una Oficina de Derechos Humanos; reformas del sistema electoral; reincorporación civil de combatientes insurgentes; y varias reformas económicas y sociales.
El FMLN se institucionalizó y se convirtió en un partido político, convirtiéndose inmediatamente en la segunda fuerza política más grande del país, ganando muchos escaños en el parlamento, además de alcaldías (ayuntamientos) en varios lugares.
La década de los noventa fue el período de mayor hegemonía neoliberal en América Latina y los gobiernos de ARENA fueron facilitando gradualmente la implementación de los Acuerdos de Paz, hasta que prácticamente los abandonaron por completo.
Además, algunos desacuerdos, disputas internas y rupturas han debilitado parte de la experiencia institucional del FMLN. Más tarde se descubrió que muchos de los que se marcharon habían contribuido al régimen, incluso siendo autores intelectuales de los asesinatos de sus propios compañeros líderes.
En particular, se abandonaron temas sociales como la Reforma Agraria y el modelo económico basado en la justicia social en favor de políticas de privatización y tratados de libre comercio con Estados Unidos.
El punto más alto de esta presentación de los gobiernos de ARENA a los Estados Unidos, fue cuando, en 2001 El Salvador renunció a su propia moneda y comenzó a utilizar el dólar impreso en los Estados Unidos como moneda local. Evidentemente, estas políticas han ampliado las desigualdades políticas, económicas y sociales.
En el contexto del auge de los “gobiernos progresistas” en América Latina, el FMLN ganó las elecciones presidenciales de 2009, rompiendo 18 años de dominio de ARENA desde los Acuerdos de Paz. También gobernó al Ejecutivo de 2014 a 2019. Sin embargo, de la misma manera.
Mientras que muchos gobiernos progresistas, si bien se han logrado avances económicos y sociales considerables, el FMLN por sí solo no ha logrado realizar los cambios estructurales necesarios para romper el dominio de las élites locales asociadas con el imperialismo. Sufre los mismos ataques que la ofensiva totalitaria y conservadora que vemos hoy en muchos otros países.
El FMLN 40 años después
El FMLN no es un partido político más en el actual sistema electoral de El Salvador. Es parte de la historia de la lucha del pueblo salvadoreño por una sociedad justa y democrática.
Una lucha de mucho tiempo. Desde Farabundo Martí y muchos otros en los años 30, desde los movimientos populares de los 60 y 70, desde la insurgencia de los 80, desde las luchas por la paz y la democracia desde los 90 y desde las complejidades de la lucha de clases en el siglo XXI.
Y como todas las luchas populares, el FMLN también sintetiza muchos avances y muchos límites. Celebraciones necesarias. Crítica hecha y no hecha. Muchas esperanzas y decepciones. Sueños y pesadillas. Más adelante, hay muchos caminos posibles.
Detrás, hay una trayectoria que simboliza la esperanza de un pueblo. Hay momentos más favorables, otros menos. Cada momento tiene su exigencia histórica y hay que estar a la altura. Pero aunque los momentos son diferentes, nunca hay un momento para dejar de luchar.
Para nosotros militantes, conocer la historia del FMLN, El Salvador y Centroamérica es un ejercicio de celebración de nuestra identidad latinoamericana, su belleza y sus contradicciones.
Un ejercicio para ver cómo lo que nos distingue no necesariamente nos separa, cuando el objetivo es una lucha por la liberación. Al mirar otras experiencias históricas, encontramos muchos procesos que tienen paralelismos con nuestras realidades.
El FMLN, en estos 40 años de historia, para seguir cumpliendo su rol en la lucha de clases, dependerá siempre de lo que lo originó: un esfuerzo por construir la unidad en la diversidad, un objetivo claro y un vínculo permanente con el pueblo hasta las últimas consecuencias. Estos desafíos y compromisos también los enfrentan muchas otras organizaciones populares en nuestra lucha.