Elecciones 2021 en Venezuela: Entre el asedio y el cansancio

Ydelfonso Finol

I.- Ningún evento relacionado con Venezuela puede entenderse sin considerar la guerra híbrida que hemos resistido desde los inicios de la Revolución Bolivariana. La magnitud de esta resistencia puede medirse observando el poderío del enemigo que nos agrede: Estados Unidos y la Unión Europea en connivencia con una decena de gobiernos de países vecinos, muy especialmente de Colombia, pero también de Brasil y el denominado «Grupo de Lima».

Las secuelas de esta operación transnacional antibolivariana han sido demoledoras: devaluación feroz e hiperinflación continuada que provocaron la destrucción del poder adquisitivo del signo monetario y por ende, del salario de la clase trabajadora que es la más golpeada.

El imperialismo yanqui se aferró a su modelo delictivo violador del Derecho Internacional, aplicando una serie de medidas unilaterales coercitivas mal llamadas «sanciones», que han afectado gravemente nuestras actividades productivas en la industria petrolera y otras ramas económicas fundamentales.

Un grupo elite de la oposición venezolana ejecutó, bajo órdenes del gobierno estadounidense, el despojo de importantes activos nacionales ubicados en el exterior, incluidas importantes empresas y cuentas bancarias con valor estimado en tres decenas de miles de millones de dólares.

La heroicidad de nuestro pueblo se ha manifestado de diversas maneras, pero con mucho rigor en la lealtad a la soberanía de la Patria y la cotidiana capacidad de sacrificio para sobrellevar las limitaciones materiales que nos ha impuesto la persecución económica de nuestros enemigos externos e internos.

El Gobierno del Presidente Nicolás Maduro, subestimado desde sus inicios por los enemigos de la Revolución Bolivariana, quienes se lanzaron con furia calculando que la muerte del Comandante Chávez les facilitaría sus pretensiones de restauración neoliberal, ha sabido confrontar estoicamente la brutal arremetida imperialista.

Esto es tan incontrastable, que hasta personeros de esa alianza demoníaca antivenezolana, han tenido que reconocer el temple del liderazgo revolucionario que, sin dejar de cumplir las garantías constitucionales en materia de derechos civiles y políticos, han ido desmontando cada intento golpista, cada conspiración, cada acción terrorista, sin cesar en el llamado al diálogo democrático con la oposición, una parte de la cual lo ha aceptado con los frutos que ya conocemos.

La elección de la nueva Asamblea Nacional, en comicios pulcros e inobjetablemente legítimos, marcó el punto de equilibrio tan ansiado para la reinstitucionalización del Estado, que se había trastocado en el quinquenio de la locura derechista 2015-2020.

Hoy tenemos un Consejo Nacional Electoral producto de esa sindéresis política que se amalgama en la dirección colectiva de la revolución venezolana, con sus peculiaridades de pluralismo (parte de la idiosincrasia nacional) y economía de mercado (realidad dominante), en esta fase de sostener la independencia nacional y promover reformas socialistas.

El estudio de la compleja situación socioeconómica y política de la población, arroja resultados predecibles: una franja ancha cercana al sesenta por ciento, se siente agobiada por la crisis económica y manifiesta poco interés en los eventos políticos por hallarse dedicada a solventar diariamente sus problemas personales o familiares. Les indigna el asedio de gobiernos extranjeros, les atemoriza la pandemia, pero deben enfrentar la cotidianidad con resignación. Hay cansancio para todo lo demás.

Este importante segmento de la ciudadanía no apoya a la oposición, le molesta que se muestren tan egoístas y prepotentes desde otros países, mientras aquí el pueblo humilde pasa tantas dificultades. Tampoco defienden al gobierno, se quejan de la especulación, del depreciado valor del bolívar, de los malos servicios, de la falta de combustible, de la corrupción de funcionarios muy visibles, del rápido enriquecimiento de advenedizos importadores.

No están dispuestos a sumarse a llamados irresponsables al estilo guarimbas, pero algunos focos son caldo de cultivo de actitudes anómicas. En tanto, los esfuerzos solidarios del Gobierno son bien recibidos y se valora positivamente el manejo de la pandemia, en medio de las grandes dificultades presupuestarias y en comparación con países vecinos donde la desidia gubernamental raya en el crimen de lesa humanidad, como Colombia y Brasil.

El destacamento de vanguardia, representado en el pueblo chavista, núcleo duro de la resistencia antiimperialista y reserva moral de la Patria (junto a la gente honesta no militante), tiene la obligación de acercarse a esa parte de la población desanimada de la política, con humildad autocrítica, con reflexiones creíbles, con respeto hacia la disidencia democrática, para sumar fraternalmente a quienes en el seno del pueblo perdieron las esperanzas en el colectivo, y se ensimismaron en el individualismo de sobrevivencia.

II.- Desde estas consideraciones generales, me atrevo a apuntar algunas ideas sobre la estrategia del movimiento popular bolivariano en la coyuntura electoral:

• Nuestra mayor fortaleza será siempre la unidad.
• La combinación de factores cuantitativos y cualitativos en la selección de candidaturas es un método deseable para la militancia revolucionaria.
• La consulta a la militancia no necesariamente debe implicar acaloradas contiendas internas que redundarían en un desgaste de energías y en la exacerbación de diatribas competitivas nada pertinentes en las condiciones de guerra híbrida que vivimos frente a un enemigo sin escrúpulos.
• La vigilancia revolucionaria es una obligación de todos los niveles de la organización social y política, sea PSUV, Gran Polo Patriótico, PCV-APR (a quienes debemos invitar a la unión), Congreso Bolivariano de los Pueblos, o cualquier grupo o persona que se considere patriota y antiimperialista.
• Parámetros como la lealtad a la Revolución, la ética, la honestidad, la disciplina, la sensibilidad social, la eficiencia patriótica, la disposición combativa, son prioritarios, incluso por sobre circunstanciales consideraciones estadísticas o «popularidades» de pacotilla.
• La confianza en la dirección es fundamental para la victoria. No existiendo cuestionamientos insalvables sobre el alto mando que ha conducido las luchas de estos años, tanto electorales como político-militares, debemos cerrar filas en torno a dicha instancia y acatar las directrices que surjan en esta etapa.
• Las huestes bolivarianas no podemos caer en el error de considerar estas elecciones de manera parcelada; no por elegir gobiernos estadales y municipales, con sus respectivas legislaturas y concejalías, vayamos a creer que prevalezcan visiones (y ambiciones) localistas. Estaríamos muy equivocados si incurriéramos en esta concepción parroquiana. Sin desmedro de considerar las especificidades de cada región y localidad, como parte del análisis integral de la realidad nacional, la estrategia bolivariana se cimenta en el trípode: un solo territorio, un mismo ejército, unidad de mando.
• Tampoco el mando nacional debe incurrir en el centralismo capitalino, que no es igual al centralismo democrático: éste es un flujo de debate que permea toda la organización previo a la toma de decisiones, el otro –centralismo capitalino- es confundir que la Patria es Caracas, y lo demás «monte y culebra», como decía la elite oligárquica de los siglos XIX y XX. A veces se hace notable la persistencia de este prejuicio en el trato de ciertos asuntos. Es notorio en la conformación de equipos ministeriales y designaciones de altos cargos. Lo «nacional» no es lo capitalino. Ni lo local de cualquier punto de la geografía venezolana es menos trascendente que lo capitalino. La nación es un todo dialéctico que constituye unidad en lo diverso. Y en una guerra como la que libramos, hay que tener esa mirada totalizante -telescópica y microscópica a la vez- que tuvo Bolívar hace doscientos años cuando desató la espiral libertaria desde Angostura, con puntadas en Boyacá, Carabobo, Bomboná, Junín y Ayacucho.
• Nada es más nacional que las fronteras. Esta elección de gobernaciones y alcaldías, ameritan el mayor de los celos en la selección de liderazgos radicalmente patriotas, antiimperialistas y antioligárquicos, jurados en alma y sangre por la Venezuela Bolivariana. No necesitamos conserjes patiquines ni mucho menos señoríos feudales. Cada estado y cada municipio tiene que ser un bastión inexpugnable de dignidad y soberanía. Cada metro cuadrado de tierra y agua de la Patria es toda la Patria.

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