Manuel Valdés Cruz | Granma
El tema migratorio es uno de los que tiene el poder de inclinar la balanza hacia uno u otro lado en las elecciones estadounidenses, previstas para noviembre de este año.
Así parecen indicarlo las acciones de campaña de ambos candidatos, republicano o demócrata, en cada una de cuyas intervenciones públicas salta el asunto, más para achacarse errores en la aplicación de la política que para abordar su intríngulis. Sin embargo, una coincidencia sí hay: limitar la entrada al territorio estadounidense.
La actual vicepresidenta y candidata demócrata, Kamala Harris, dijo en una reciente visita a Arizona que «la soberanía estadounidense requiere establecer reglas y aplicarlas», a lo que agregó que «el pueblo estadounidense merece un presidente al que le importe más la seguridad fronteriza que los juegos políticos y su futuro personal», en referencia a su contrincante, el expresidente Donald Trump.
Harris justificó su proyección a impulsar reformas migratorias bajo el argumento de que se rechaza la opción falsa de asegurar solo la frontera o crear un sistema migratorio seguro, ordenado y humano. «Tenemos que hacer ambas cosas», afirmó.
Nadie duda de que la dinámica electoral es lo que está detrás de su discurso, pues los sondeos muestran que Trump es percibido como más capaz de controlar la frontera sureña, opinión aún más marcada en los estados claves que determinarán el resultado electoral.
¿Y qué propone el candidato xenófobo? Sus discursos de campaña, seguidos por medios de prensa de todo el mundo, defienden la idea de cerrar la frontera para «detener la invasión de migrantes», la eliminación de programas como el «parole humanitario» y la aplicación de citas online cbp One. Propone «la mayor operación de deportación en la historia de EE. UU.»; aunque ha evadido interrogantes asociadas a la manera de deportar hasta 11 millones de personas indocumentadas.
El análisis puede resultar incompleto si no se dominan las causas del por qué el país autoproclamado «paraíso de los migrantes», haya cambiado drásticamente su visión.
El neoliberalismo, practicado tanto por republicanos como por demócratas, ha provocado que los ricos sean más ricos que nunca, aunque la cifra de pobres sigue creciendo.
El juego democrático ha desgastado su credibilidad, al prometer tanto para todos, solo para acabar entregándolo a unos cuantos. Una radiografía clara es la que revela el nivel de riqueza.
En los últimos cuatro años los multimillonarios han gozado del incremento de un 88 por ciento de su fortuna colectiva, que alcanza los cinco billones 529 mil millones.
Mientras, los deseos de las mayorías del país, de tener buenas escuelas, acceso a servicios médicos, empleos con salarios dignos, aire y agua pura, servicios básicos e infraestructuras que funcionen, se quedan en eso… en deseos.
La carencia de recursos del Estado para esos fines le debe mucho a las políticas privativas, como parte de las cuales se echa mano al migrante –último eslabón en la cadena social– para mantener el sistema a flote.
Se orquestan campañas para multiplicar el odio y se les responsabiliza de males como la droga o el tráfico humano, intrínsecamente asociados a las dinámicas explotadoras del capitalismo, que se maquilla ante la crisis evidente y su depauperación irreversible.