Manolo Monereo
* “¿Por qué este dilema se plantea ahora con toda claridad? Porque Rusia está ganando militarmente la guerra, está saliendo bien librada de la enorme batería de sanciones económicas y financieras impuestas por los EEUU y la Unión Europea y, sobre todo, se está consolidando la reorganización de Eurasia en torno al trípode Irán/Rusia/China”.
“No declararé la guerra, pero la conduciré”.
Franklin D. Roosevelt
Querida Ana:
De nuevo hay muchas preguntas y enormes demandas de información. Cada uno da lo que puede. No me gusta nada escribir en función de aniversarios, de fechas señaladas que imponen los grandes medios de desinformación y control cognitivo. Sé que es inevitable, pero, insisto, no me gusta. Mi sugerencia es la de siempre, saber leer bien los periódicos, interpretar las redes y no ver televisión. Sé también que buscar medios alternativos es difícil y que la manipulación tiene unas dimensiones desconocidas hasta el presente, como si estuviéramos ya en guerra o preparándonos para ella.
Empecemos por el presente. Se ha escrito mucho sobre el primer aniversario de la intervención rusa en Ucrania. En lo escrito no hay intentos serios de análisis, de comprensión racional de lo que ocurre y de sus derivas. La información ha sido sustituida por la propaganda, por el insulto y la descalificación. El enemigo es Putin, quien bombardea es Putin y quien agrede es Putin. Cuando se intenta ampliar la visión, aparece un régimen fuertemente autoritario que no fue “pacificado” en su trágica transición al capitalismo y, más allá, una cultura y un tipo de ser humano propenso al servilismo, a un comunitarismo despersonalizado. O sea, que no son “como nosotros”, que no valoran la individualidad, la racionalidad y la búsqueda del propio interés tan determinante en nuestra cultura. Como decía la primera ministra de Estonia, los rusos deben ser reeducados, hay que poner fin a su tipo de Estado y restablecer nuevas fronteras y relaciones con un Occidente –hay que subrayarlo– cuna de la civilización verdadera.
EEUU siempre se ha reconocido como el único y verdadero Occidente, con el derecho y el deber de construir un mundo a su imagen y semejanza. Considera que la vieja Europa vive en el pasado y en crisis permanente, incapaz de autogobernarse y necesitada de ser guiada o tutelada. Descubrieron la vitalidad y el anticomunismo de los antiguos países socialistas europeos, se dieron cuenta de que ahí había un material precioso que había que organizar y fortalecer. Muchos dirigentes norteamericanos tienen su origen en ese mundo (Brzezinski, Margaret Albright, Antony Blinken, Victoria Nuland, Robert Kagan…). Son –así se les denominó– la vieja/nueva Europa, el frente de batalla contra una Rusia a la que había que debilitar económica y militarmente, desmantelarla como Estado y desintegrarla como civilización. Porque la “tercera Roma” no tiene cabida en el nuevo orden: se debe impedir, cueste lo que cueste, una alianza entre Europa y Rusia. La “venganza de la geografía” debe ser vencida.
El 24 de febrero A. Rizzi y M. Zafra publicaron en el diario El País un largo análisis sobre lo que llaman “la guerra más global desde 1945”. Merece la pena leerlo con detenimiento. La tesis que defienden es que la intervención rusa en Ucrania significa, desde el punto de vista político, una impugnación en toda regla del orden mundial. Esto es importante, querida Ana, muy importante: ¿qué orden?, ¿cuáles son sus fundamentos? Sobre estas preguntas volveré más adelante. Putin y Xi Jinping, según los autores, defienden proyectos “revisionistas” que, de una u otra forma, cuestionan las estructuras de un poder que ha configurado nuestro mundo.
En el citado artículo se organizan una serie de datos que intentan fundamentar un argumentario sobre las dimensiones y la hondura de un conflicto en permanente escalada. Ofrece cifras, muchas de ellas conocidas, que ayudan a entender el conflicto. La primera, es que la economía de Rusia tiene un PIB de 1,8 billones de dólares; menor que Italia, menor que Francia y menos de la mitad que Alemania.; es decir, que los países que se enfrentan directa o indirectamente al gran país euroasiático determinan en torno al 50% del PIB mundial. En segundo lugar, y desde el punto de vista político-militar, los datos que aporta son significativos. La ayuda militar de Occidente equivale al 94% del presupuesto de Defensa ruso; si se suma todo, significa que Ucrania está empleando casi la mitad de su PIB en su enfrentamiento contra Rusia. El gasto militar global de la coalición contra Rusia (la OTAN Plus) equivale al 60 % del presupuesto militar mundial. El tercer dato, muy unido al anterior, es que la OTAN (30 países) está suministrando armamento, ayuda económica, financiera, logística, inteligencia y formación a Ucrania. No son en realidad 30 países, son más de 40. Rusia, según nos cuentan los medios, estaría sola, con ayuda indirecta de Irán y, más nebulosamente, de China. En cuarto lugar, Occidente, dirigido y organizado por EEUU, ha impuesto un conjunto de sanciones tan completas, tan sistemáticas y tan dañinas que convertirán a Rusia en un paria económico internacional con el objetivo –Biden lo ha repetido muchas veces– de debilitarla y desangrarla. Tengo otras cifras, pero prefiero partir de estos datos.
Analizándolos con cierta minuciosidad, no nos queda otra que llegar a la conclusión de que, como en los años 30, Rusia está perdida y condenada a la derrota. Este es uno de los misterios de la guerra en Ucrania. La correlación real de fuerzas política, económica y militar es claramente desfavorable para Rusia; siempre –tiene una relevante importancia– que no se llegue a un conflicto nuclear. Es más, como dijo no hace mucho Andrew Korybko, EEUU siempre ha ido por delante y tiene la guerra en el lugar y en el tiempo más adecuado para sus intereses. Este es un dato crucial sobre el cual se ha reflexionado poco y que no se ha tenido suficientemente en cuenta.
Desde el primer momento, Biden lo dijo con claridad: Norteamérica ha vuelto; es decir, pasa a una ofensiva global para defender su orden mundial y sus reglas. El debate en el núcleo dirigente, entre Trump y Biden, se resolvió en favor de una estrategia imperialista liberal-intervencionista que parte de la convicción de que este es el momento –su momento– para frenar y derrotar a las llamadas potencias revisionistas que cuestionan objetivamente la hegemonía de EEUU. Dicho de otro modo, el mundo tiende –lo es ya en muchos sentidos– a la multipolaridad, que supondrá, directa o indirectamente, una radical redistribución del poder mundial que cuestionará el presente orden internacional.
Querida Ana, crisis de hegemonía y ofensiva norteamericana están íntimamente relacionadas. El factor tiempo es la clave. Repito algo dicho ya en las otras cartas. El problema de la paz, eso que los académicos llaman la trampa de Tucídides, está relacionado con una cuestión central que no se puede eludir en este momento histórico: ¿aceptarán los EEUU un mundo multipolar donde ya no sean la potencia hegemónica o se opondrán a ello con todo su potencial económico y político-militar? La administración Biden lo tiene claro: pasar a la ofensiva, militarizar las relaciones internacionales, romper el mercado mundial, aislar y contener a Rusia y, sobre todo, a China. Si esto no se entiende no es posible comprender lo que está pasando y tomar una posición políticamente fundada.
Las ideas que defiende este sector (liderado por Hillary Clinton) las ha sintetizado con precisión y claridad Robert Kagan. Se podrían sintetizar así: 1) EEUU ganó la tercera guerra mundial (eso que se llamó la Guerra Fría), derrotó al “Imperio del mal”, a la URSS, la potencia mundial que le hizo sombra durante casi 50 años. 2) EEUU, vencedor de un largo conflicto, impuso un nuevo orden mundial bajo su indiscutida e indiscutible supremacía. Rusia, lo que quedaba de la URSS, estaba obligada a aceptar su derrota. Su economía, su tipo de Estado y su papel internacional tenía que someterse a esta nueva ordenación del mundo definida y dirigida por los EEUU. 3) La administración norteamericana tiene la obligación de defender este orden mundial con un objetivo preciso, a saber, impedir que emerja una potencia o un conjunto de potencias que lo cuestione. 4) EEUU debe estar siempre preparado y disponible para el uso sistemático de la fuerza y la diplomacia coercitiva. Así lo ha hecho desde su nacimiento como Estado. El orden liberal mundial necesita ser protegido, defendido, impulsado. Es una guerra permanente entre el bien y el mal, entre su democracia y los diversos autoritarismos. 5) EEUU es el “soberano” del orden mundial; es decir, tiene la potestad suprema para usar la fuerza cuando lo considere necesario; el poder para invadir cualquier país y para imponer sus intereses estratégicos sobre las reglas del derecho internacional. El comportamiento de EEUU ha sido el mismo dese 1945: interviene militarmente cuando lo considera oportuno, ya sea con acuerdo del Consejo de Seguridad de la ONU o sin él.
En los últimos 30 años –cito a José Luis Fiori– EEUU invadió sucesivamente y sin el consentimiento del Consejo de Seguridad el territorio de Somalia en 1993 (300.000 muertos), Afganistán en 2001 (180.000 muertos). Irak en 2003 (300.000 muertos), Libia en 2011 (40.000 muertos), Siria en 2015 (600.000) y, finalmente, interviene en Yemen, donde ya han muerto unas 240.000 personas. Kagan señala, con orgullo, que entre 1989 y 2001 (años de la desaparición de la URSS y de la crisis de Rusia) la Administración norteamericana intervino militarmente en Panamá (1989), Somalia (1992), Haití (1994), Bosnia (1995-1996), Kósovo (1999) e Irak (1991 y 1998). La sustancia del mundo unipolar era esencialmente esta: un soberano (EEUU) que decide quién es el enemigo y quién es el amigo, qué es democracia y qué no; tiene el poder de definición y el poder punitivo desde un control omnímodo de los grandes medios de construcción de la subjetividad y del imaginario social.
Si de algo no se puede dudar es de que Putin y el equipo dirigente ruso tienen un conocimiento geopolítico de alto nivel. Sabían perfectamente que la correlación de fuerzas le era claramente desfavorable. No tenían más alternativa que, o aceptar esta situación o plantarle cara, adelantándose. Como recientemente ha dicho el Secretario General de la OTAN, la guerra en Ucrania comenzó en el 2014, con el golpe de Estado de Maidán. Es más, como han reconocido el expresidente Poroshenko, Angela Merkel o François Hollande, los acuerdos de Minsk (I y II) sirvieron solo para ganar tiempo, consolidar un régimen nacionalista ferozmente antirruso y rearmar a un ejército que en febrero de 2022 era de los más fuertes de Europa.
¿Qué significaba aceptar la situación? Dejar que el potente ejercito ucraniano diseñado, organizado y armado por la OTAN diera el golpe final a las fuerzas prorrusas de las repúblicas del Donbass, poner en serio peligro a Crimea y aceptar la ampliación de la Alianza Atlántica no solo a Ucrania, también a Georgia. No había límites; nunca los hubo. Cercar, asediar, situar contra la espada y la pared a Rusia para obligarla a responder en el momento y en el lugar más adecuado para la estrategia global definida por la Administración Biden. Quien define el campo de batalla es quien tiene el poder y la superioridad en la relación de fuerzas. EEUU ha estado siempre a la ofensiva, por delante; llevando con mano férrea la iniciativa y situando desde el principio a Rusia a la defensiva, haciendo lo que está obligada a hacer.
La guerra en Ucrania ha sido la más anunciada desde, al menos, el conflicto de Irak. Desde el viejo Kenan, al conocido especialista de las relaciones internacionales John J. Mearsheimer, pasando por Stephen F. Cohen, Gilbert Doctorow, Kissinger…, ya lo anticiparon. La lista se podría ampliar. William Burns, actual jefe de la CIA, en su época de embajador en Rusia advirtió que la dirección moscovita no aceptaría la ampliación de la OTAN a Ucrania y Georgia; que sería una línea roja inaceptable bajo cualquier punto de vista. Benjamin Abelow en un reciente libro –que lleva el significativo título de “Cómo Occidente ha provocado la guerra en Ucrania”– argumenta que la estrategia norteamericana consistió en algo más que ampliar las fronteras de la OTAN 1.600 kilómetros hacia el este. Elementos clave fueron: a) la retirada unilateral del tratado IBM y la instalación de misiles en los países del Este europeo capaces de golpear centros estratégicos de Rusia; b) el rearme de las fuerzas armadas ucranianas, la entrega de armas letales, el apoyo sistemático en formación e inteligencia, la presencia nada disimulada de personal y voluntarios de los países de la OTAN con el objetivo explícito de aumentar la interoperatividad con las fuerzas de la alianza; c) el retiro unilateral del tratado de fuerzas nucleares intermedias (INT) incrementando la vulnerabilidad de Rusia a un primer ataque estadounidense; d) la insistencia por parte de la OTAN de que seguía vigente el Memorandum de Bucarest de 2008 en el que se afirmaba que Ucrania formaría parte de la Alianza, a lo que habría que añadir la firma de un conjunto de acuerdos bilaterales USA/Ucrania para profundizar en sus relaciones político-militares que culminarán en la realización de maniobras conjuntas en el Mar Negro.
La resultante de esta estrategia bien pensada y calculada ha sido la guerra en Ucrania, una guerra de la OTAN contra Rusia por delegación. EEUU siempre ha buscado un hecho desencadenante que los medios de comunicación puedan publicitar masivamente y que le permita justificar y legitimar su intervención armada; ha necesitado un “Maine”, un “Lusitania”, un “Pearl Harbour”, “armas de destrucción masiva”. Jordis von Lohausen distinguió con finura entre el agresor estratégico y el agresor operativo. Para el conocido geopolítico austriaco “la agresión significa cualquier forma de amenaza, de intimidación y de chantaje al adversario; cualquier intento de su debilitamiento económico, de su ablandamiento moral, de su socavamiento ideológico. La ofensiva militar es solo una forma posible de agresión entre muchas”. Biden ha tenido la capacidad de situar entre la espada y la pared, de acorralar al gobierno ruso de tal forma que no le quedaba otra alternativa que la respuesta militar o la derrota estratégica. La condición previa de todo esto es la desigualdad de fuerzas. EEUU lo puede hacer porque tiene poder para ello, poder económico, militar, comunicacional y una red de alianzas en todo el globo. Las piezas clave –como siempre– sus dos protectorados político-militares: Europa y Japón.
Nada lo explica mejor que el caso de Taiwán. Como se ve, se está forjando en esta isla un caso muy similar al de Ucrania. De nuevo se crea un conflicto, se criminaliza a China y se genera un cordón sanitario contra su supuesta agresividad. Taiwán es reconocida internacionalmente –y especialmente por EEUU– como parte de China. A la vez, esta isla juega un papel estratégico fundamental para acosarla y contenerla. Los EEUU definen una estrategia de tensión impulsando el separatismo, rearmando a su ejército y consolidando su presencia militar en el marco de una estrategia global que tiene en su centro a China. Como en el caso de Ucrania, se crea un contexto mediático, político y estratégico apropiado y se busca un hecho desencadenante que justifique y legitime el conflicto bélico. Por eso los escenarios de Europa y del Mar de China Meridional están relacionados en el marco de una ofensiva global de EEUU, cuyas líneas de fractura están en Ucrania y en Taiwán y que engarza, cada vez más, con el África subsahariana.
Querida Ana: Te he insistido mucho en la importancia del factor tiempo. El equipo en torno a Biden vive como si el tiempo se le agotara. La derrota de Donald Trump fue percibida como una victoria, sobre todo en el plano externo, en la política internacional de EEUU. Era el momento de pasar al ataque antes de que fuese demasiado tarde. Demasiado tarde ¿para qué? Para impedir que la alianza estratégica entre China, Rusia e Irán se consolide, que fortalecieran sus relaciones económicas, tecnológicas y militares, y, sobre todo, que ampliaran su marco geográfico hasta convertirse en un polo alternativo capaz de disputarle el poder. En este sentido, la guerra en Ucrania es el primer acto de un conflicto global que va a cambiar necesariamente el mundo tal y como lo conocemos hoy. Lo viejo no acaba de morir, pero lo nuevo ha avanzado demasiado para los intereses estratégicos de EEUU y había que frenarlo costase lo que costase. ¿Nos llevará esto a una III Guerra Mundial? Esa es la gran cuestión.
El debate lo ha abierto Emmanuel Todd en una entrevista que anuncia la salida de un libro ya publicado en Japón. El titular de dicha entrevista era impresionante: “La tercera guerra mundial ya ha comenzado”. Desde luego el conocido científico social francés tiene un especial talento para publicitar bien sus ideas, libros y posiciones políticas siempre a contracorriente. Como sabes, lo he seguido desde hace años. Me enseñó, sobre todo, la importancia de la demografía y de una visión histórica de la antropología. Para lo que estamos discutiendo, un libro fundamental es (el título lo dice casi todo) Después del imperio. Ensayo sobre la descomposición del sistema norteamericano. Empezaba así: “Los Estados Unidos se están convirtiendo en un problema para el mundo”. Decir esto en el 2003, primera edición del libro, tiene mérito. Cuando se lee con atención nos damos cuenta que apunta a la tendencia básica, a saber, el declive de los EEUU y sus consecuencias geopolíticas.
Todd se equivoca porque no distingue bien entre conflicto global y conflicto armado. Lleva toda la razón cuando habla de que EEUU ha iniciado un conflicto global económico, tecnológico, financiero, comercial contra Rusia, China e Irán. Parte de ese conflicto global es la guerra en Ucrania. Que esta se generalice en un conflicto mundial armado es posible. Yo diría que muy posible, pero la III Guerra Mundial aún no se ha iniciado. El peligro existe y así lo han puesto de manifiesto analistas como David Goldman, Brandon J. Weichert, Pepe Escobar, Scott Ritter… ¿Dónde está el problema? En eso que Roberto Buffagni ha llamado la doble trampa estratégica para Rusia y para la OTAN/EEUU. La primera ya la hemos analizado. Rusia tenía que elegir entre la derrota estratégica o el enfrentamiento militar con la OTAN. La segunda tiene que ver con la doble alternativa que se le ofrece a los EEUU: o reducir daños y buscar una vía de acuerdo con Rusia o una huida hacia adelante. A esto se le llama escalada. La situación la ha expuesto con claridad el Secretario General de la OTAN: “A algunos les preocupa que nuestro apoyo a Ucrania pueda desencadenar una escalada. Quede claro: no hay opciones sin riesgo, pero el mayor riesgo de todos es que gane Putin”. Estas declaraciones hechas en la conferencia de seguridad de Múnich señalan muy bien los dilemas estratégicos del occidente colectivo dirigido por EEUU.
¿Por qué este dilema se plantea ahora con toda claridad? Porque Rusia está ganando militarmente la guerra, está saliendo bien librada de la enorme batería de sanciones económicas y financieras impuestas por los EEUU y la Unión Europea y, sobre todo, se está consolidando la reorganización de Eurasia en torno al trípode Irán/Rusia/China. Dicho de otra forma, el miedo a la escalada es hoy mucho más grave que ayer. Biden está tomando ya nota que el mundo ha cambiado mucho, que la multipolaridad está más avanzada de lo que creía y que solo 39 países –y con trampas– están siguiendo las severísimas y sistemáticas políticas de sanciones. Una cosa es votar, y señalarse, en la Asamblea de las Naciones Unidas, y otras alinearse con EEUU y con la Unión Europea. No hay dos sin tres. Cuando aparece una bipolarización siempre emerge una tercera vía; es decir, países que no pueden definirse abiertamente contra el bloque de poder dirigido por la Administración norteamericana pero que aprovechan la situación para ganar autonomía estratégica, sacar beneficios económicos y financieros y apostar por un nuevo orden internacional que tiende a coincidir con las propuestas que defiende China.
Emmanuel Todd dice dos cosas interesantes. Una, que Rusia, en muchos sentidos, ha salido fortalecida económicamente del conflicto; y otra, que su capacidad militar no ha sido tan potente como se esperaba. Sobre esta segunda cuestión no hablaré, tiempo habrá. Sí me parece más interesante la primera. Michael Hudson lleva mucho tiempo indicando que la fractura entre el norte y el sur global se da también en sus economías, unas basadas en la financiarización y en la captación de rentas, y las otras basadas en economías productivas, en procesos de industrialización autocentrada y en un Estado fuerte, soberano e independiente. Pensar que el PIB de Rusia es inferior a Italia y la mitad que el de Alemania, no se sostiene. Desde las sanciones del 2014 Rusia ha ido cambiando progresivamente su matriz productiva y energética, ha desarrollado una agricultura eficiente, una gran industria de fertilizantes, ha modernizado la producción de sus materias primas minerales, ha realizado eficaz política de sustitución de importaciones y, de esto no hay dudas, ha fortalecido su complejo militar-industrial. Es una vieja historia. El capitalismo a la Occidental no parece que funcione en Rusia.
Termino, querida amiga; esta carta es ya demasiado larga. La posibilidad de una tercera guerra mundial está en el horizonte. Sigue siendo necesaria una movilización de la ciudadanía contra la guerra, por un armisticio o alto el fuego en Ucrania que permita poner fin a una guerra extremadamente cruenta y que amenaza con convertirse en global. El núcleo dirigente de la OTAN está, desde el principio, en un peligroso juego que consiste en ir hasta el límite pensando que el adversario no recurrirá al uso del armamento nuclear. El conflicto en Ucrania es existencial para Rusia, no así para la UE o para los EEUU. Para evitar la guerra habría bastado solo con asegurar la neutralidad de Ucrania, garantizar su existencia como Estado y no seguir hostigando a la minoría rusa; es decir, cumplir los acuerdos de Minsk. Este marco ya no parece posible, habrá que construir otro.
Fuente: Viejo Topo