En mi época de mocedad existían unos cuadernillos de colores llamados suplementos en los cuales se podían leer las aventuras de diversos personajes. Estas mismas historias se reproducían en las llamadas tiras cómicas de ciertos diarios, así mismo, en unos encartados que aparecían los domingos en algunos periódicos de circulación nacional. Tales suplementos eran importados, la mayoría provenían de México, pero la autoría intelectual de las historietas que allí se mostraban era de escritores estadounidenses.
Entre los personajes que recuerdo puedo destacar: Mandrake el mago, El Fantasma, Superman, La mujer Maravilla, El capitán América, Batman, varios de los tantos imaginados por los escritores y dibujantes norteamericanos. No cabe duda que cada uno de los señalados tenían dos cosas en común: eran unos verdaderos héroes y además, representaban la justicia de la gran potencia imperial. En el caso de Superman, el escapado del planeta Kripton y adoptado por unos nobles padres norteamericanos, se disfrazaba con un traje donde el calzoncillo se lo coloca por encima de los pantalones; con algo muy particular, en su disfraz se destacaba los colores de la bandera norteamericana. Ni se diga de la Mujer Maravilla, en sus pantaletas se advierte las estrellas y los colores de la oriflama de USA. El Fantasma, conocido en los bajos fondos como el Duende que Camina, llegó a África a poner orden las tribus de salvajes de color y cuando el asunto se complica, para restablecer la armonía llamaba a su esposa Diana Palmer, una funcionaria de la ONU. Mandrake, es el propio representante del caballero norteamericano refinado, quien con sus inopinados trucos acaba con los criminales, ladrones, terroristas y afines. Para eso cuenta con un ayudante forzudo, Lotario, un africano moreno, algo así como un esclavo, el encargado de las tareas rudas.
Ciertamente, la intención de este artículo no es describir la personalidad de estos personajes, pero todos tienen algo en común, disfrutaban de una extraterritorialidad judicial. Es decir, los héroes de los «comics» pueden intervenir en cualquier país del planeta, sin que nadie reclame la injerencia de estos personajes. Superman se eleva hacia la estratosfera, con su potente mirada de rayos X echa un vistazo hacia la China donde necesitan un héroe. De inmediato, raudo y veloz el superhombre se dirige volando hacia el país de la muralla para resolver las dificultades. El hombre de hierro no necesita ni de visa ni de permiso de las autoridades para penetrar en un territorio foráneo. Como vemos, los suplementos se convirtieron en una fábrica de héroes.
Con la llegada del séptimo arte los suplementos siguieron haciendo su trabajo, así mismo, pasado el tiempo nos encontramos con una nueva fábrica de héroes: Hollywood. Tal empresa puso a la disposición del imperio y de los centros financieros internacionales toda una tecnología para glorificar a ciertos personajes, por lo general hombres duros, blancos y rubios.
Quienes son asiduos al cine habrán notado que los personajes imperiales provenientes de Asia o de otra región no europea, son tratados de criminales, dictadores, devastadores, bandidos impíos, primitivos, caricatura del hombre despiadado, algunos de los apelativos denigrantes utilizados por los guionistas del cine. Es el caso de Atila el rey de hunos, Darío (el rey de reyes de Persia), Gengis Kan del imperio mongol, entre tantos líderes del oriente. Las biografías de estos osados guerreros mostradas en el cine hollywoodense son nefastas. Por el contrario, a Alejandro Magno de Macedonia, a Julio César de Roma, al rey Arturo de Inglaterra, Napoleón de Córcega, los presentan en los filmes como exitosos conquistadores, famosos emperadores, indiscutibles paradigmas del triunfador, quienes lograron sus laureles en aguerridas batallas arrostrando con irrefutable valor los designios del destino. Lo que no muestran las cintas de Hollywood es que tantos los unos como los otros fueron unos invasores, unos sanguinarios criminales quienes mediante el usos de la fuerza y de las armas devastaron inmensos territorios, dejando en los campos de batallas y las calles de las ciudades conquistadas un terreno manchado de sangre y una población despavorida. No hay imperio ni emperadores buenos, todos son infortunados. Como vemos, Hollywood también es una fábrica de héroes.
Una de las preocupaciones de los imperios es la creación de una maquinaria para ennoblecer y enaltecer a los emperadores; de tal objetivo se encargó el ministerio de propaganda de la Alemania nazi. Parece ser que el Departamento de Estado de EEUU aprendió las lecciones del Tercer Reich para presentar la sociedad norteamericana como la sociedad ideal y para eso es necesaria la creación de héroes y antihéroes. Los primeros, son las instituciones, los gobernantes y líderes complacientes a los dictados del imperio; los segundos son los organismos, los presidentes progresistas y los dirigentes que no aceptan los preceptos provenientes de Washington. Para los primeros está los premios y los halagos; los segundos serán merecedores de la difamación y de injurias de todo tipo. Para cumplir tal objetivo el Departamento de Estado de EEUU utiliza todo el aparato de propaganda con que cuenta: Hollywood; las grandes corporaciones de prensa, radio y televisión; las redes sociales; las ONG; la tecnología informática; el espionaje; los sobornos y todo aquellos medios que sirvan para destruir la imagen de un sistema político y la de los dirigentes que no reciban la aprobación de los centro financieros internacionales.
En verdad lo anterior no es nada nuevo. Cuando a finales del siglo XIX principio de siglo XX lo trabajadores de las fábricas de EEUU se levantaban en huelga exigiendo mejores en sus condiciones de trabajo, jornadas de ocho horas, ambiente laboral adecuado entre varias reivindicaciones, de inmediato la prensa escrita y la radio tildaron a los líderes del paro de criminales, de saboteadores y de traidores a la patria. Como consecuencia de tales hechos, muchos dirigentes fueron a parar a la cámara de gas, a la silla eléctrica o, a la horca. La prensa y la radio se encargaron de fabricar los antihéroes.
El gobierno norteamericano necesita de los héroes y de los antihéroes, para eso dispone de una maquinaria para fabricarlos. El cine nos presenta al Agente 007 con licencia para matar, a un personaje femenino llamada Alias, a los Ángeles de Charlie, estos agentes pertenecen a una empresa privada que prestan servicio al gobierno de los EEUU. Todos tienen algo en común: no necesitan visa para operar en ninguna parte del mundo, al igual como lo hace el FBI, la CIA y la DEA. Aquella fue la forma para que nos fuéramos acostumbrando a la presencia de las autoridades gringas en cualquier país del planeta. Son los singulares héroes del Departamento de Estado de USA.
Alguna vez de mi vida observé una comiquita llamada «Colmillo», este personaje tenía la característica de convertir el mal en bien y el bien en mal. Desde que tengo uso de razón los EEUU intervienen en las guerras que su gobierno o sus aliados (OTAN) crean en el planeta. De tales conflagraciones resultan estadísticas lúgubres: por ejemplo de las bombas que lanzaron contra Hiroshima y Nagasaki murieron más de doscientas cincuenta mil japoneses, en su mayoría civiles; en la guerra de Correa perecieron casi tres millones de personas; en la de Vietnam casi seis millones; en la guerra contra Irak más de un millón de víctimas; en la guerra que actualmente libra Libia contra el estado Islámico (terroristas) creado por Bush (h), más de doscientos mil mártires. Pero para la prensa internacional y Hollywood los presidentes y las tropas norteamericanas, responsables de estas matanzas, son los héroes. Transformaron el mal en bien. Contrariamente, Lumumba, Fidel, Mandela, Gadafi, Sadam Husein, Bashar al Asad, son los antihéroes fabricados por una maquinaria dirigida por los laboratorios del Departamento de Estado, un malhadado y aceitado mecanismo destructor de honestidades ajena.
Con el resurgimiento de líderes y gobiernos progresistas la maquinaria propagandística del gobierno de Washington tiene su mira puesta en Vladimir Putín, Alexis Tsipras, Daniel Ortega, Evo Morales, Rafael Correa, Dilma Rousseff, Cristina Kirchner, entre otros (as), simplemente porque estos presidentes no se doblegan ante las pretensiones del imperio. Son los antihéroes. Transforman el bien en mal.
Insisto, el Departamento de Estado, a través de su maquinaria propagandística, actúa como Colmillo. Mediante una campaña internacional a favor de Leopoldo López y Antonio Ledezma, perversos violadores de los derechos humanos de miles de venezolanos, intenta transformarlos en unos héroes insignes (el mal en bien), Por otro lado, están decidido acabar con la Revolución Bolivariana y por eso la campaña de desprestigio contra Cabello, el presidente de la AN y contra Maduro, con la única intención de declarar a Venezuela un estado forajido y justificar una invasión de los marines (el bien en mal). Son los antihéroes que necesita el gobierno de EEUU, para comenzar con los bombardeos humanitarios. Esto no es comiquita, ni cine de ficción, es una aciaga realidad.