Raúl Antonio Capote | Granma
La historia está llena de reyes, presidentes y gobernadores autoproclamados; si buscamos en la literatura también encontraremos muchos ejemplos, algunos de esos personajes reales o literarios marcaron época, otros quedaron como protagonistas de alguna anécdota hilarante, de algún chiste de sobremesa.
Cuenta la Biblia que, Adonías, hijo de Jaguit, se confabuló con Joab hijo de Sarvia y con el sacerdote Abiatar, reunió a sus seguidores y parientes junto a la peña de Zojélet en Enroguel y se proclamó rey de Judá a espaldas de David.
Don Fernando de Guzmán se autoproclamó, «por la gracia de Dios, Príncipe de Tierra Firme y Perú», ignorando la obediencia al Rey Felipe de España. Guzmán no estaba dispuesto a compartir las riquezas del mítico Dorado con ningún rey de allende el Atlántico.
La Inglaterra de la segunda mitad del siglo XV era un país sumido en un caos de intrigas y alianzas cambiantes. Dos bandos irreconciliables, los York y los Lancaster, libraban una lucha a muerte por el trono. Los reyes autoproclamados se multiplicaban; hombres y mujeres ambiciosos pujaron duramente por la corona.
En su obra El mal menor, Maruan Soto Antaki nos cuenta la historia de Joshua Abraham Norton I, quien se autotituló Emperador de los Estados Unidos y, luego, protector de México, a finales del siglo XIX.
Según reseña Misión Verdad, una crónica publicada por Orlando Avendaño en el reaccionario PanAm Post afirma que «la figura de presidencia interina de Juan Guaidó surgió en una reunión en la sede de la Organización de Estados Americanos (OEA)». Según Avendaño, en ese encuentro del 14 de diciembre, el secretario general, Luis Almagro, Julio Borges, Leopoldo López, María Corina Machado y Antonio Ledezma concibieron que la jugada maestra de la oposición antichavista sería impulsar un «gobierno de transición».
CUANDO DE TRANSICIÓN A LA MUERTE SE TRATA
Cuando se puso en marcha la farsa que tuvo como colofón la agresión a Libia y el asesinato de Muamar el Gadafi, un profesor universitario, poco conocido en los medios académicos, comenzó a denunciar en las redes sociales la «situación caótica en que se encontraba su país», cuando la guerra mediática estaba en su apogeo, el profesor, esta vez frente a las cámaras de las grandes cadenas de televisión, solicitó en pose dramática la intervención en Libia de las fuerzas de la OTAN, días después murió «a manos de las fuerzas de Gadafi», dijeron los medios, «víctima de la represión del tirano».
Contra Cuba en el año 2006 se intentó construir un escenario similar; para el 13 de agosto de ese año un contrarrevolucionario poco conocido organizaría un «levantamiento popular» en Centro Habana; no pocos conocedores del plan sospecharon, incluso, por el lenguaje usado por los medios estadounidenses, sobre todo de la ciudad de Miami, que el supuesto activista podría morir el día de la acción, «un activista defensor de los derechos humanos está dispuesto a inmolarse por la democracia», repetían las cadenas de televisión.
El día previsto para la provocación, que de eso se trataba, porque los organizadores, funcionarios de la Sección de Intereses de EE. UU. en La Habana y oficiales de la CIA, tenían bien claro que no ocurriría ningún levantamiento popular, se desataría una intensa campaña en las redes sociales y en los medios para generar la matriz de opinión de que se había creado en Cuba un estado de ingobernabilidad y caos con la enfermedad del Comandante en Jefe Fidel Castro y el nombramiento del General de Ejército Raúl Castro al frente del gobierno. Cuando estuviera bien sembrada esa matriz y posiblemente muerto el activista a manos de las «fuerzas de seguridad», un agente de la CIA, cubano, profesor universitario, solicitaría la ayuda del Gobierno de EE. UU., asistencia que se materializaría con la intervención militar en la Isla. Ese hombre entrenado por la CIA, un líder fabricado por ellos, sería un autoproclamado «presidente de la transición».
Ante la interrogante del «autoproclamado», como Guaidó, a dedo desde USA, sobre quién garantizaba su seguridad, le dijeron con fría lógica, «lo mejor que puede ocurrir es que intenten algo contra ti».
La fábrica de líderes de la derecha ¬latinoamericana comenzó a funcionar, a toda capacidad, desde antes de los llamados procesos de transición a la democracia que pusieron fin a las dictaduras en el continente. Estados Unidos necesitaba líderes de nuevo tipo que garantizaran el poder de las transnacionales, las fuentes de materia prima y el espacio vital del imperio en su «patio trasero».
En los finales de los 80, la posibilidad real de que auténticos movimientos populares progresistas triunfaran en América Latina, era más que una previsión estudiada por los laboratorios y los servicios de la inteligencia estadounidense, una nueva ola progresista podía comenzar a barrer con los intereses imperiales, ya las dictaduras no desempeñaban su papel de muro de contención, había que buscar una variante.
Un rol fundamental en la preservación del dominio yanqui en la región lo jugarían los dirigentes formados por ellos, así lo hicieron: proyectos de intercambio académico, becas de estudio, cursos de liderazgo, donde se formaron la casi absoluta mayoría de quienes hoy ocupan importantes puestos en la economía, la sociedad y la política del otro lado del Río Bravo.
EL PLAN GUAIDÓ
El 22 de febrero, pese a la orden judicial que expresamente le impedía salir del país sin autorización, Guaidó se presentó en Cúcuta en el marco del concierto que sirvió de fachada a la pretendida violación de la soberanía nacional que habían anunciado ocurriría el 23 de febrero. Desde entonces, emprendió una gira latinoamericana en la cual anunció que regresaría a Caracas, y así lo hizo.
El «autoproclamado» presidente de Venezuela, Juan Gerardo Antonio Guaidó Márquez, sabe que la condición de diputado no le otorga impunidad, tan solo inmunidad. Guaidó es un ciudadano que enfrenta un procedimiento penal, que recibió una orden clara y expresa, la cual desconoció, cuando un ciudadano ha incumplido una medida de prohibición del país, lo que corresponde al Ministerio Público es solicitar a la autoridad judicial que revoque la medida cautelar por incumplimiento, o que la autoridad judicial proceda a hacerlo de oficio, tendiendo, lógicamente, a utilizar una medida de mayor peso en contra del ciudadano que desconoció la orden recibida.
Debe esperarse el pronunciamiento de las autoridades y evitar construir un escenario sin contar con los elementos necesarios, «porque lo que se espera es una decisión de justicia, razonada y ponderada de conformidad con la ley».
El caso Guaidó reúne todas las características, tiene todos los componentes del tipo de operación preparada por la CIA para derrocar a gobiernos que no le son afines, no por gusto en la foto divulgada por Marco Rubio en Twitter aparece el rostro ensangrentado de Gadafi. ¿Amenaza o lapsus?
Ahora, como parte de la obra, un sabotaje eléctrico deja sin electricidad varias regiones de Venezuela y, sin haber pasado cinco minutos, Marco Rubio sale a la palestra a hablar de caos, de ingobernabilidad en Venezuela, esfuerzo en el que es secundado por Mike Pompeo y Elliot Abrams.