Guaidó regresó a Venezuela y ¿ahora qué?

Marco Teruggi

El opositor Juan Guaidó regresó a Venezuela luego de una gira internacional de tres semanas que lo llevó a Colombia, Europa y Estados Unidos. Su regreso fue sin fuerza y sin anuncios contundentes. ¿Qué sigue ahora que ha vuelto? ¿Qué planes tienen desde los poderes norteamericanos?

«Solo nos falta un poquito» dijo Juan Guaidó ante una pequeña tribuna de la plaza Bolívar, en el municipio Chacao, en Caracas, el 11 de febrero al terminar la tarde. Estaba de regreso de la gira internacional de tres semanas que lo llevó por Colombia, el Reino Unido, Bruselas, Foro de Davos, París, Madrid, Canadá y Estados Unidos (EEUU).

Nuevamente apareció la imagen que no logra ocultar: la poca gente movilizada para acompañarlo. Lo mismo sucedió en el aeropuerto internacional de Maiquetía cuando llegó dos horas antes. Lo que parecía deber ser un regreso triunfal fue un ingreso al país con un pequeño recibimiento de diputados y seguidores de la oposición.

El contraste con esa presencia fue dado por seguidores del chavismo que se movilizaron para expresar el rechazo al regreso de Guaidó al país. Entre quienes le gritaron «fuera» y «vendepatria» estuvieron los trabajadores de la aerolínea estatal Conviasa, que fue sancionada por el Gobierno norteamericano durante la gira del autoproclamado presidente.

«Conviasa es una de las empresas del Estado que ha crecido, está dando resultados económicos, estamos dando dividendos al Estado, se mantiene a sí misma (…) somos 2112 empleados que estamos viéndonos afectados por estas sanciones injustas e ilegales», explica a Sputnik uno de los trabajadores de Conviasa que se movilizó contra la presencia de Guaidó.

La distancia entre Guaidó fabricado internacionalmente y Guaidó dentro de Venezuela fue entonces como se podía prever: tanto él, como los sectores de oposición que forman parte de esa estrategia golpista, no han logrado movilizaciones grandes desde hace ya casi un año. Su regreso no fue la excepción.

La gira

La gira internacional de Guaidó no fue anunciada con anticipación. El autoproclamado presidente apareció el 19 de enero en Colombia en uno de sus momentos de mayor crisis política: luego de la pérdida de la presidencia de la Asamblea Nacional el 5 de enero a manos de sectores de la oposición que decidieron alejarse de la estrategia golpista.

En Colombia fue recibido por el presidente Iván Duque, y luego por el secretario de Estado de EEUU, Mike Pompeo. Se trató del puntapié inicial de lo que fue una ingeniería apoyada sobre resortes del poder norteamericano para fotografiarlo con presidentes y dirigentes de varios países, y así legitimarlo a nivel internacional.

Estuvo, entre otros, con el primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson; el alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, Josep Borrell; el presidente de Francia, Emmanuel Macron; la ministra de asuntos exteriores de España, Arancha González Laya, y el presidente de Canadá, Justin Trudeau.

El punto de mayor fuerza de la gira sucedió en Washington, donde fue recibido y aplaudido por republicanos y demócratas en el discurso del estado de la unión, dado por Donald Trump en el Congreso, y, luego, en su reunión en la Casa Blanca con el presidente.

Fueron así tres semanas en las cuales se creó la ilusión de un Gobierno paralelo en Venezuela. El relato terminó en el momento en el cual Guaidó puso los pies en el aeropuerto internacional de Maiquetía y se encontró con un grupo pequeño de gente movilizada para recibirlo, y un grupo más grande que le expresó su rechazo.

¿Qué sigue?

«Hay cosas que tenemos que decir en su momento (…) los mecanismos de presión solo van a aumentar, por polémicos que sean», afirmó en Chacao en un discurso sin anuncios concretos acerca de próximos pasos.

Aún sin dar precisiones, es seguro que parte de los «mecanismos de presión» serán nuevos ataques sobre la economía. Esa ha sido la constante en la estrategia de EEUU contra Venezuela, una política que en sus primeros pasos no fue declarada y que, a partir del 2017 se hizo explícita hasta alcanzar el robo, por ejemplo, de la refinería CITGO en territorio norteamericano.

Sin embargo, también ha resultado claro que la política de ataque unilateral genera daños sobre el conjunto de la economía y la sociedad, pero no resuelve el objetivo central: derrocar a Nicolás Maduro.

Si la administración Trump, el acuerdo bipartidista que reconoce a Guaidó, los hilos del poder oculto norteamericanos, quieren lograr ese golpe, entonces necesitan poner en marcha otros mecanismos. ¿Cuáles son? Es la pregunta que aún no tiene respuesta y que, seguramente, lo tendrá en las próximas semanas.

Ese tiempo breve para la acción responde a dos factores centrales. En primer lugar, que lo que capitalizó Guaidó en su gira internacional puede evaporarse rápidamente si no pone en marcha un plan de acción o si no suceden hechos de contundencia. Su épica del triunfo internacional corre contra el tiempo.

En segundo lugar, porque el Gobierno de Maduro, el chavismo, un sector cada vez más grande de la oposición venezolana, tiene una hoja de ruta que avanza según pasan las semanas y tiene tres pasos centrales: modificar el actual Consejo Nacional Electoral, convocar a elecciones legislativas y llevarlas adelante este año 2020. Cuentan para eso con respaldo internacional, como quedó evidenciado en la visita de Serguei Lavrov, canciller de Rusia, a Caracas, mientras Guaidó estaba en EEUU.

La urgencia Guaidó

El respaldo internacional recibido por Guaidó no solamente contrasta con la incapacidad para lograr apoyos contundentes en Venezuela, sino que también contrasta con la situación del bloque opositor al chavismo que ha quedado dividido en dos bloques diferenciados.

La conformación de dos oposiciones tuvo tres momentos fundantes. El primero fue participar de las elecciones presidenciales del 20 de mayo del 2018 cuando la orden norteamericana fue abstenerse, en vista de desconocer el resultado y conformar como efectivamente sucedió, un gobierno paralelo.

El segundo fue con la conformación de la Mesa Nacional de Diálogo en septiembre del 2019, y el tercero tuvo lugar con el quiebre alrededor de la Asamblea Nacional ocurrido el 5 de enero de este año.

Así ha quedado, por un lado, un sector alineado, financiado y conducido por EEUU, con Guaidó como cara visible. Y otro, en diálogo con el gobierno, trabajando sobre un acuerdo para las elecciones legislativas, opuesto a un golpe de Estado y a las sanciones unilaterales.

La urgencia de la estrategia Guaidó radica, entre otras cosas, en que crece el volumen de actores de la oposición alejada de Washington a medida que el plan golpista no da resultados.

Esa tendencia podría acrecentarse en las próximas semanas, en particular cuando ya estén las fechas de las elecciones y aparezca el dilema: presentarse para ganar espacios en el poder legislativo, o abstenerse y quedar atado al plan golpista que no ha dado resultados concretos en cuando lograr el poder político.

Esta temporalidad del conflicto indica que, seguramente, habrá prontas acciones. Y así como resulta prístino que el «gobierno del presidente encargado Guaidó» siempre fue una creación norteamericana sin existencia real dentro de Venezuela, también lo es que las decisiones acerca de lo que vendrá para intentar derrocar al Gobierno de Maduro pasan exclusivamente por lo que se decida y se logre hacer desde EEUU.

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