El mundo irreal fabricado en los estudios cinematográficos de los inicios, o en la meca multipantallas de estos días, es para muchos la única fuente de información de lo que sucede en el mundo
Desde su nacimiento, el cine de Hollywood se convirtió en una eficiente herramienta para «americanizar» o simplemente transmitir los valores del modo de vida estadounidense.
Los servicios especiales estadounidenses y Hollywood trabajan siempre, codo a codo, para consolidar los relatos que necesitan los actores políticos. Por otro lado, ninguna otra industria supera a la gran fábrica de sueños en el empeño colonizador de las mentes.
Durante los años 30, Hollywood produjo un número importante de películas que trataban temas laborales y sociales, enfocadas con espíritu progresista.
Un botón de muestra de esta producción es Tiempos modernos (1936), de Charles Chaplin, que expuso crudamente, aunque con humor, la situación que se vivía de crisis y desempleo.
Esta relación estrecha entre el gobierno y la industria cinematográfica no sería olvidada nunca, mucho menos cuando hace falta lanzar un mensaje optimista y esperanzador a las grandes masas, o cuando se necesita construir a un enemigo o desacreditarlo.
Las excelentes producciones de Frank Russell Capra, autor entre otros del filme ¡Qué bello es vivir! (1946), pretendían demostrar que, pese a los problemas, el sistema capitalista norteamericano era el mejor y que los valores estadounidenses siempre acaban por triunfar. De él se decía que sabía adoctrinar con suma eficacia.
Terminada la Segunda Guerra Mundial, Hollywood se alineó, con entusiasmo, con la campaña anticomunista. El ciclo de películas se inició en 1947, con un título emblemático: El telón de acero, de William Wellman.
Es conocido que, después del 11 de septiembre, el entonces presidente de EE. UU., George W. Bush, acompañado de Dick Cheney y Carl Root, se reunieron con el presidente de la Asociación Cinematográfica de Estados Unidos, Jack Valenti, en Hollywood, con el objetivo de lograr que el cine reflejara una imagen positiva de las acciones de guerra «contra el terrorismo» en las que estaba involucrado el país.
Años después, finalizada la guerra en Iraq, Washington necesitaba reconstruir la «credibilidad perdida», sobre todo ante la revelación de los crímenes de Abu Graib, la masacre de Faluya y las acciones inhumanas en Afganistán, hechos en los que estaban involucrados soldados de las fuerzas estadounidenses.
La industria del entretenimiento acudió de nuevo en su ayuda. De esa colaboración nacieron series como 24 horas, The Last Ship, etc.
El mundo irreal fabricado en los estudios cinematográficos de los inicios, o en la meca multipantallas de estos días, es para muchos la única fuente de información de lo que sucede en el mundo. Ellos construyen el relato adecuado para las grandes masas de consumidores, condicionados, desde la cuna, a creer cada imagen y cada discurso de sus héroes de ficción