Israel nunca tuvo derecho a existir

 

Daniel Lobato

* Hay quienes se sobresaltan al escuchar que no tiene derecho a existir. Les atenazan décadas de falsos axiomas y propaganda occidental para sostener su colonia en Palestina.

Los Estados no tienen un derecho intrínseco a existir. Ni el Imperio Austro-Húngaro, Senegambia, Checoslovaquia, ni tampoco tiene derecho a existir el actual Estado español. La existencia de los Estados es sólo una frágil condición de posibilidad en función del presunto consenso de los habitantes del territorio. Sin embargo, en el caso de las organizaciones políticas impuestas mediante la violencia por parte de extranjeros, es una obligación confrontarlas hasta su desaparición. Ya sea un régimen títere construido durante una guerra (Manchukuo, régimen de Vichy) o una entidad creada por la invasión de colonos contra las poblaciones nativas (Rhodesia, Cochinchina, Bechuanalandia, Sudáfrica con apartheid o Israel).

Sobre Israel, hay quienes se sobresaltan al escuchar que no tiene derecho a existir. Inmediatamente le atenazan décadas de falsos axiomas y propaganda de occidente para sostener su colonia en Palestina.

Manipulando las emociones

El primero, que las personas que expresamos que Israel debe desaparecer también deseamos un nuevo genocidio de las personas de religión judía que se han instalado en Palestina en las pasadas décadas. Por supuesto, Occidente siempre ha buscado sembrar el terror con la supuesta venganza de los indígenas como propaganda para sostener sus colonias. Restaurar bienes robados a los nativos ha alimentado el mito que en la actual Sudáfrica se comete un genocidio contra los antiguos colonos blancos. Incluso con Rhodesia se inauguró la estética sexualizada de las mujeres colonas para convencernos de defender el régimen de apartheid colonial. Israel ni siquiera es original en utilizar a sus colonas, fetichizándolas en Tik Tok bailando con el uniforme militar o inventando un gigantesco fraude sobre masivas violaciones de los nativos el día que se levantaron en el gueto. En este punto recordemos: todos los israelíes son colonos porque sostienen sin dudar su régimen colonial, descontando a un 20% de esa sociedad que son palestinos con ciudadanía israelí bajo discriminación legal y algunos pocos miles de genuinos israelíes antisionistas.

La ideología colonizadora de Palestina, el sionismo, fusiona los dos sujetos coloniales, las personas y la organización política, para sembrar la idea de que la liquidación del régimen incluye el exterminio de las personas. Además, lo une con el siguiente sofisma.

El segundo falso principio, más sutil, es que quienes negamos el derecho a existir de Israel también negamos el genocidio de los alemanes contra las personas judías, el holocausto. En la propaganda sionista actual (cambiada respecto a su propaganda de hace cien años) la creación de la colonia en Palestina es consecuencia del exterminio de Alemania a los judíos. Además, el sionismo se ha apropiado del rol de víctima única y ha buscado el borrado del resto de millones de víctimas de los alemanes, como los eslavos rusos y bielorrusos asesinados en mucho mayor número, u otros grupos sociales como las personas gitanas, comunistas, etc.

Por este motivo se nos impone que hay que aceptar, como un todo, la realidad de aquel genocidio a los judíos con el inexistente derecho a existir de Israel, y que negar el último significa negar el primero. O que apoyar el desmantelamiento de Israel significa desear asesinar a personas judías en lugar de eliminar su identidad de colonos supremacistas.

Lo que han hecho los colonos israelíes en Palestina ligando el holocausto con la razón de ser de su régimen, tampoco es original ni nuevo en la historia. Los colonos Boers/Afrikaners conectaron las masacres a los calvinistas en Europa con su huida y con la razón de ser de su colonización de Sudáfrica contra los nativos africanos. Cuando Occidente dejó caer a Pretoria hace 35 años, a nadie se le ocurría defender al régimen de apartheid sudafricano por las masacres que habían sufrido las personas calvinistas en Europa varios siglos atrás, o alegar que Mandela buscaba exterminar calvinistas. Sin embargo, la gigantesca importancia geopolítica que para EEUU y Europa tiene tratar de mantener su colonia israelí en Palestina, hace que los medios hegemónicos sigan reforzando esa fraudulenta necesidad causa-efecto.

Al margen de lo sucedido en Europa, los perseguidos judíos o calvinistas llegaron a Palestina o Sudáfrica convertidos en colonos armados violentos, y en ambos casos atribuyéndose el ser los elegidos de Dios. Igual que en los años 60 y 70 del siglo XX, nos enfrentamos a la realidad de que una colonización es un proceso violento y por tanto una descolonización también lo es, sin que tenga relación con la religión que profesen los colonos.

La propaganda occidental no solo ha logrado extender esa falsa vinculación entre el holocausto y la creación de Israel. También ha exportado y universalizado la culpa por el genocidio del fascismo alemán y ha conseguido convertirla en una culpa global, y que personas en India, Bolivia o Kenia sientan más horror por este que por los horrendos genocidios coloniales que sus propios pueblos sufrieron a manos de los europeos. Alemania y el resto de la Europa judeófoba se han liberado de su pesada carga por haber masacrado a las personas judías al repartir esa culpa entre todos los habitantes del planeta.

La combinación de esa sionización del holocausto y de la exportación de la culpa explica la extraña razón de que el museo mundial del holocausto (Yad Vashem) esté ubicado en Palestina y no en Alemania, que fue el país que lo perpetró. Es también la razón de que el museo tenga un muro dedicado a los palestinos como aliados de los nazis para que los visitantes asocien la lucha anticolonial de los nativos con el nazismo. Junto a esto, la reciente legislación aprobada en EEUU en la práctica define a los palestinos como antisemitas por el mero hecho de ser los habitantes autóctonos de Palestina. Los intentos de EEUU y Europa de prohibir el lema «Palestina libre del río al mar» resultan tan ridículos e inútiles como si hubieran prohibido hace 40 años «Sudáfrica libre del Atlántico al Índico».

Todo para intentar asegurarse de que los palestinos paguen la factura de los crímenes alemanes y europeos contra las personas judías y a la vez se mantenga en pie la atalaya para el dominio regional.

Al final, la propaganda se disuelve fácilmente con la historia. Por supuesto, la construcción de la colonia israelí en Palestina es anterior a los crímenes alemanes en la II Guerra Mundial. En 1920 Gran Bretaña ocupó militarmente Palestina comenzando a llevar colonos judíos masivamente, con la decisión de erigir para ellos un Estado que, en reciprocidad, ayudase a los occidentales a dominar la región del petróleo y el Canal de Suez. Diseñó los primeros mapas de partición del territorio en 1937, al ver que los nativos palestinos ponían en riesgo todo el proyecto cuando se levantaron en su primera gran revuelta de 1936 contra la colonización sionista. Una partición, crear dos Estados, siempre busca asegurar al colonizador al menos un pedazo de lo conquistado cuando intuye que puede perderlo todo.

Junto a estos fetiches emocionales que hurgan en el sentimiento de culpa por las persecuciones europeas contra las personas judías, operan otros falsos axiomas revestidos de presunta legitimidad que se utilizan para defender la existencia de Israel.

Convenciendo de que lo ilegítimo es legítimo

Por un lado, el supuesto derecho de autodeterminación de las personas de religión judía a formar su Estado. Es tan surrealista como que las personas cristianas de todo el planeta ejercieran una autodeterminación para erigir un Estado supremacista, del doble de habitantes que China, y que aplicando la lógica sionista todas invadieran Palestina por ser la cuna de Jesús y los primeros cristianos. Siguiendo esa lógica sionista también los 1.500 millones de musulmanes deberían marcharse a vivir al entorno de La Meca y Medina. Al final entre unos y otros dejarían gran parte del planeta vacío a disposición de los ateos y de los creyentes de otras religiones.

En todo caso si se aceptase que diferentes personas de distintos países con una misma orientación religiosa, política o sexual tienen derecho a la autodeterminación, éste nunca puede ejercerse a expensas de los habitantes indígenas de otra tierra en la que quieran instalarse, como Palestina. Tampoco un numeroso grupo de residentes extranjeros como los alemanes que viven en Mallorca (hasta un 30% de la población) tienen un derecho a su autodeterminación a expensas de los mallorquines, oprimiendo y expulsando después a estos habitantes autóctonos de la isla.

Frente a esta falacia impuesta como verdad, los patrocinadores de la colonia israelí, EEUU y Europa, han negado a los nativos palestinos su propio derecho a su autodeterminación en su propia tierra, que era la supuesta misión con la que las tropas británicas ocuparon Palestina hace cien años.

Por otro lado, la fraudulenta legitimidad para defender la existencia de Israel con la imposición de la partición de Palestina. El 29 de noviembre de 1947, una minúscula ONU de 57 países, la mayoría sometidos a las potencias europeas (hoy forman la ONU casi 200 países), decidió recomendar la partición de Palestina, pero sin consultar a los habitantes.

La Asamblea General recomendó dividir lo que no tenía derecho a dividir, no sólo por incumplir la propia Carta de las Naciones Unidas, sino por no tener el consentimiento de la mayoría de población del territorio, tan sólo de los minoritarios colonos europeos. Resulta asombroso cuando hoy los principios de voluntad y consentimiento se busca que sean el centro en la regulación y legislación de las relaciones humanas, por ejemplo, en las relaciones sexuales, diferenciando lo legítimo y lo ilegítimo.

Lo que hizo aquella minúscula y colonialista ONU fue aplicar a rajatabla los postulados del impulsor de la colonización de Palestina, el británico Lord Balfour, que dijo en 1919: «en Palestina no nos proponemos consultar los deseos de los habitantes del país, pues el sionismo, equivocado o acertado, es más importante que los deseos de los habitantes árabes». Se amordazó a los palestinos tal como se les silencia hoy, nada ha cambiado.

A los pocos días de esta Resolución 181 de la ONU, en diciembre, y con el consentimiento de las tropas británicas que seguían gobernando Palestina, los colonos comenzaron su brutal limpieza étnica expulsando a 400.000 palestinos de sus hogares y tierras durante seis meses. A partir de mayo de 1948, cuando se marcharon las cómplices fuerzas británicas y los colonos proclamaron su Estado, expulsaron a otros 400.000 entre horribles masacres. La limpieza étnica de casi un millón de palestinos (la Nakba) fue la primera de las vulneraciones sionistas del propio texto de la Resolución 181 y por eso la ONU tuvo que establecer después en la Resolución 194, que esos expulsados y sus descendientes debían regresar y ser compensados. Sigue desacatada hasta hoy por Israel.

Para la ONU sería mejor derogar la ilegítima Resolución 181

Y al final el fraude de la partición desapareció veinte años después. Desde 1967 el régimen israelí es la única entidad estatal que gobierna la vida en toda Palestina, entre el río Jordán y el mar Mediterráneo, de todos los habitantes, palestinos y colonos israelíes, con diferentes leyes y actuaciones según para quién y dónde viva.

Las ilegitimidades cometidas dividiendo el territorio para garantizar un trozo a los colonos configuraron el primer capítulo de la historia. El segundo capítulo se llama colonización de todo el territorio de Palestina, y no se puede explicar la realidad ni encontrar soluciones releyendo sólo el primer capítulo de los ficticios «dos Estados» sin avanzar al segundo capítulo. Incluso Occidente e Israel consiguieron cooptar a dirigentes palestinos para que en los Acuerdos de Oslo de 1993 acatasen el fraude de la partición y validasen la existencia de Israel. Da igual, Israel es un proyecto colonial fallido.

Si la ONU quiere recuperar algo de credibilidad debería derogar la Resolución 181. No es algo nuevo, pues ya revocó en 1991 una resolución que condenaba el sionismo para proteger a Israel. A continuación, debería reactivar el Comité Especial contra el Apartheid que en los años 70 denunciaba tanto a Sudáfrica como a Israel.

En lugar de eso, Antonio Guterres predica la liturgia colonial de los «dos Estados» siguiendo el guion que marcan las potencias occidentales, que insisten en agitar ese señuelo para buscar la pervivencia de su fortaleza en Palestina y de la muralla de regímenes árabes a sueldo que la protegen.

Un régimen genocida debe desaparecer

Por si todo lo anterior no bastase, nos enfrentamos a esta última verdad.

Más de cien mil palestinos asesinados, enterrados y heridos en sólo unos meses (el 5% de la población) suponen un ritmo de exterminio superior al cometido por Alemania en el frente oriental durante la II Guerra Mundial. Las más de cuatro bombas atómicas de Hiroshima arrojadas por EEUU y Europa, bajo bandera israelí, y la tortura sádica masiva por hambruna y enfermedades, nos dicen hasta dónde están dispuestos a llegar todos los gobiernos occidentales para tratar de mantener su última colonia, la cual es el epílogo de 500 años de brutalidades coloniales que no fueron transmitidas en directo.

Y frente a esto, multitud de intelectuales, periodistas y los principales partidos y sindicatos de izquierda en España y Europa se siguen sometiendo al falso derecho a existir de Israel. Incluso con un genocidio en curso, la izquierda institucional no se atreve a exigir el desmantelamiento del régimen israelí. Igual que Guterres, recitan la plegaria colonial y sionista de los «dos Estados» absolviendo a Israel. Nos señalan la añagaza del reconocimiento de un aberrante Estado palestino conformado por los bantustanes de Cisjordania y el aniquilado campo de exterminio de Gaza. En su alucinación, este régimen de Vichy con su mariscal Pétain palestino designado por occidente convivirá felizmente junto a Israel.

El hecho es que cada minuto que siguen sin exigir explícitamente la desaparición de Israel, es un minuto más de su complicidad con los crímenes de esa colonia.

En la historia, a los pueblos que han luchado por su liberación nacional no les ha importado la opinión y juicios de valor de los partidos de izquierda de los países colonizadores. Los pueblos lucharon como pudieron y como eligieron sin medir el sufrimiento y coste que esa lucha de generaciones les causaría. Los palestinos derogarán de golpe todas las resoluciones de la ONU sobre Palestina gracias a su resistencia y sufrimiento. Su descolonización llegará y se aplicará la reversión. Es el único camino para que cese la violencia que los occidentales hemos implantado con nuestro colonialismo.

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