Israel quiere la guerra con Irán

 

Fabrizio Casari

Como en las más previsibles historias de espías, pedir negociaciones por un lado significa impedirlas concretamente por otro. Ismail Haniyeh, jefe de Hamás, reconocido exponente del ala política más proclive a apoyar un proceso unitario de reorganización de la resistencia palestina y negociador con Israel, fue bárbaramente asesinado en un atentado de los servicios secretos de Tel Aviv.

Hanyieh se encontraba en Teherán para asistir a la ceremonia de investidura del presidente iraní Pezshkian y llevaba en dono el resultado tremendo de la cumbre de Pekín donde, gracias a los esfuerzos diplomáticos chinos, todo el abanico de formaciones palestinas había llegado a un histórico acuerdo.

Hanyieh, además, figuraba entre los candidatos más creíbles para encabezar la vía de la reconciliación unida. Su sustitución por Khaled Meshal (que sobrevivió a un envenenamiento del Mossad) supondrá una reorganización de la funcionalidad de Hamás y del actual diálogo con las demás organizaciones palestinas y sus interlocutores extranjeros.

Este enésimo atentado demuestra que Israel ha perdido ya toda dimensión estatal de acuerdo con la disciplina jurídica internacional que sustenta las actividades de los Estados y ha quedado reducido a una entidad terrorista, sólo que, con mayores dotaciones y protecciones de Occidente, cuyo brazo armado sigue siendo en Oriente Próximo. Este último asesinato, el enésimo llevado a cabo por Israel contra las cúpulas de países y partidos rivales del área, tenía varios objetivos.

En primer lugar, sabotear unas posibles (a estas alturas difíciles incluso de imaginar) conversaciones de paz que condujeran a resultados más allá de cualquier, momentáneo, alto el fuego en Gaza. Después, abofetear a China, demostrando absoluta indiferencia por su labor diplomática y los resultados políticos de la misma, reiterando que los palestinos no son una entidad política sino sólo un objetivo militar.

La tercera, no menos importante e igualmente obvia, era alcanzar Irán. La investigación balística de las autoridades de Teherán estableció que se trataba de un misil de corto alcance, lo que sólo apunta a tres hipótesis posibles: la de que se originó en una posición móvil desde el interior del país, la que lo ve partir de Azerbaiyán, que con Israel mantiene excelentes relaciones marcadas por la asistencia mutua en materia de seguridad. Luego está la interesada versión israelí, que habla de una operación llevada a cabo gracias a la colaboración interna.

Esta versión tiene el doble objetivo de abrir unos interrogantes: incluso en una situación de supuesta máxima atención, dada la presencia en la capital de varios invitados extranjeros llegados para asistir a la toma de posesión del nuevo presidente iraní, el Mossad sabe penetrar en los niveles de seguridad, ya sea infiltrando a sus agentes o sobornando a los hombres encargados de proteger objetivos sensibles. Ambas hipótesis conducen a un resultado idéntico: Tel Aviv es capaz de atacar objetivos sensibles y protegidos en la capital iraní.

Pero el objetivo principal era y sigue siendo el de arrastrar directamente a la Casa Blanca al proyecto de Netanyahu, o sea una guerra contra Irán. ¿Cómo? Con un ataque simultáneo contra Irán, Siria, Líbano y Yemen. Un ataque que, sin la cobertura estadounidense y británica, así como la ayuda de los países de la zona (Jordania, sobre todo) sería un vago intento destinado, si acaso, a producir una derrota del Estado judío.

Pero, como es bien sabido, la idea de Netanyahu es abrir una guerra en Oriente Próximo que librarían Estados Unidos y el Reino Unido. El problema es que Estados Unidos, además de tener que lidiar con la espantosa imagen de que goza Israel, a estas alturas para gran parte del mundo un Estado canalla, no dispone en este momento de las capacidades militares y, en cualquier caso, considerándolo todo, no ve la utilidad política de una guerra contra Irán; no la excluyen, pero no la buscan.

Aquí es donde se disparan las leyendas habituales que tendrían a Netanyahu en abierto desacuerdo con Biden y Blinken en el tema de la extensión de un posible conflicto a todo Oriente Medio y que tendrían al primer ministro israelí empeñado en reforzar su gobierno con purgas selectivas a la espera de que la llegada de Trump a la Casa Blanca le proporcione cobertura internacional.

Por supuesto, no sólo no hay enfrentamiento con la Casa Blanca liderada por los demócratas, sino que tampoco los gobiernos laboristas en Israel han marcado políticas diferentes a los liderados por el Likud. Los disensos son limitados a temas de oportunidad, es decir a un “cómo y cuándo” y no a un “sí”. Prueba de ello es que la Casa Blanca se apresuró a informar al mundo que ajustará su estructura militar en la zona para hacerla funcional a las necesidades de defensa de Israel y sus otros socios en la región.

¿Cómo? Enviando refuerzos, entre ellos un «escuadrón» de aviones de combate F22 y buques equipados con material antimisiles Aegis. Se unirán al portaaviones Roosevelt, que oficialmente está siendo sustituido por el Lincoln. Otras unidades estadounidenses y occidentales están en el Mar Rojo, donde protegen la ruta comercial de las incursiones de las milicias yemeníes, y en el Mediterráneo operan el buque de asalto anfibio Wasp, otras unidades y la 24ª Meu (unidad expedicionaria de los Marines), una unidad de respuesta de emergencia con helicópteros.

Queda por establecer si son suficientes para prevenir de antemano o para proteger y responder después a un posible ataque de represalia. Irán ha filtrado, a través de rumores amistosos, la posibilidad de una represalia coral con la participación de numerosas milicias aliadas.

El Hezbolá libanés, los Houthi yemeníes, las «brigadas» chiíes iraquíes, Hamás y la Yihad, las facciones menores que forman parte del llamado «anillo de misiles» en Oriente Próximo. Un eventual «enjambre» de proyectiles podría saturar la Cúpula de Hierro (el sistema antimisiles israelí) y todo el complejo de defensa que se ha puesto en marcha: tanto directamente Teherán como aún más Hezbolá, han demostrado que pueden alcanzar territorio israelí de todos modos.

En este sentido, hay que tener en cuenta que la estrechez del territorio israelí y la mayor concentración demográfica de su pueblo en tres ciudades, convierten cualquier ataque en una amenaza muy seria para su defensa. Queda por ver si Teherán decidirá reaccionar inmediatamente u optará por decidir el momento y la forma de sus represalias. Estados Unidos anuncia el ataque iraní para el lunes o el martes a más tardar.

Veremos si así será. Pero desde luego no podrá dejar indemnes los ya repetidos ataques israelí-estadounidenses dedicados a decapitar a su grupo dirigente y su imagen de potencia regional capaz de representar al interlocutor único con el universo chií y, al mismo tiempo, gracias al acercamiento diplomático con Arabia Saudí y la propia Turquía, del Islam en general.

Además, la propia dimensión internacional de los ayatolás parece ampliarse: el intercambio militar con Moscú, así como su entrada en los BRICS, dan fe de su importancia creciente y certifican la expansión de su esfera de interlocuciones.

Se trata de elementos que deberían empujar a Estados Unidos, así como al Reino Unido y a la UE, a una seria reflexión, ya que el Occidente Colectivo es incapaz de sostener los ahora múltiples frentes abiertos para apoyar sus planes de desestabilización universal como receta para el final de la irreversible crisis imperial.

Pero tocará a ellos pensarlo, ya que es difícil imaginar a los criminales gobernantes en Tel Aviv reflexionar en las consecuencias globales de un conflicto que se extendería como un reguero de pólvora por toda la región hasta el Golfo Pérsico. Aun menos pensar en la estabilidad política y militar de la OTAN que podría verse desafiada por la postura de Erdogan con Israel.

Turquía, que es suní, es el segundo ejército más poderoso de la Alianza Atlántica y los duros ataques, acompañados de amenazas militares que el gobierno de Ankara ha dirigido al israelí, deberían hacerle reflexionar sobre cómo actuar. El balance de pérdidas podría ser devastador para Tel Aviv y no habría margen para un posible reinicio.

Quizá el paraguas occidental no sea lo suficientemente grande como para cobijar todas las aventuras imperiales y el sueño de expulsar a los palestinos y robarles una buena tajada de Oriente Medio podría suponer el fin del proyecto de consolidación internacional del Estado judío. El fin, de una vez y para siempre, del sueño de la Eretz Israel.