José Llamos Camejo | Granma
*La autoproclamada presidenta en Bolivia ya responde por sus delitos; al autoproclamado venezolano ha de llegarle su turno.
Miserablemente célebre, Juan Guaidó, autoproclamado «presidente» de Venezuela, por encargo de Washington, no tiene secreto en su hechura; es un híbrido de cleptomanía y sumisión, dos elementos afines al interés imperial de su fabricante.
Desde el principio, el fantoche funcionó con desfachatez, y ha tenido el cuidado de honrar su «nomenclatura», conforme a las dos instrucciones «algorítmicas» que lo mueven: «robar y obedecer».
Al pie de la letra ejecutó su primer encargo: autoproclamarse presidente encargado, ¿de qué?, ¿de quién? Las respuestas las anticiparon los hechos. La administración Trump, de manera arbitraria, se apoderó de Citgo, pujante distribuidora de hidrocarburos venezolana, e hizo el paripé de ponerla bajo la fingida presidencia del camaján Guaidó.
La marioneta simuló ejercer el control y, en beneficio de él y su banda, emprendió una piratería millonaria, aunque lo robado parecen migajas al compararlo con el valor total del activo. La tajada gorda se la disputan transnacionales gringas y canadienses.
Encargo similar acató el «interino» en relación con otra empresa: la Monómeros, a base de artimañas puesta en manos de la oligarquía de Colombia. Otros fondos de Venezuela, ilegalmente congelados en bancos foráneos, financian viajes, banquetes y lujos del «encargado» y su séquito. Cualquiera lo imaginaría ahíto de dólares sustraídos a cambio de poner en garra extranjera el patrimonio de su país.
Pero no. En 2019 el monigote, hecho en Washington, se enlazó con la autodenominada presidenta de facto en Bolivia, a partir del golpe de estado contra el gobierno de Evo Morales, y como para honrar su nomenclatura, los dos «auto…» le dieron luz verde al robo y venta ilegal de 34 autos pertenecientes a la embajada venezolana.
Según Eduardo Del Castillo, ministro boliviano de Gobierno, los vehículos fueron sustraídos de la sede diplomática por funcionarios de Guaidó, bajo la complacencia de la entonces presidenta de facto, Jeanine Áñez.
Los susodichos recopilaron documentación y copias de las llaves y sistemas de seguridad de los vehículos estacionados en el garaje de la embajada, falsificaron testimonios de compra-venta, y los vendieron ilegalmente a terceras personas. Una operación policial rescató 15 de los autos robados, y otros medios; continúan las indagaciones. El ministro boliviano lamentó «el daño que Áñez y Guaidó les hicieron a nuestros pueblos».
Una pésima marca en dos «auto-marionetas» made in usa. Autoproclamada ella presidenta en Bolivia, ya responde por sus delitos. Al autoencargado de Venezuela ha de llegarle su turno.