Julián Assange y el gran reajuste

Stephen Sefton

Hace poco el escritor Jonathan Cook escribió un artículo sobre el medio británico de propaganda pro-OTAN, The Guardian, en relación a las falsas acusaciones, la farsa de juicio, el abuso y la tortura sistemática de Julian Assange. Cook señala con razón que el periodismo, más que una profesión, con todo lo que ello implica, es más precisamente una actividad que se hace por cualquiera que pueda hacerlo.

La pequeña, valiente minoría de los trabajadores de los medios de comunicación que defienden a Julian Assange insisten en la importancia de defenderlo como periodista. Argumentan que, si él es extraditado a Estados Unido, significará el fin del periodismo.

Visto desde afuera de la burbuja mediática de Norteamérica y Europa y sus admiradores en otros países, el periodismo, entendido como el reportaje fiel y objetivo de los acontecimientos, falleció desde hace mucho tiempo. Durante décadas, prácticamente toda la producción de los medios de comunicación mundiales ha sido una variedad de propaganda o contrapropaganda.

Se puede discutir sobre eso, pero la discusión es prácticamente irrelevante ahora. Las élites corporativas norteamericanas y europeas son dueñas, tanto de los gobiernos de sus países como de sus medios de comunicación. También financian directa o indirectamente, de manera abrumadora, a casi todos los académicos y a las ONG que constituyen la mayor parte de la industria del conocimiento y la información de Occidente.

Entre las principales funciones de esa industria es la de promover falsas creencias a corto plazo para justificar los descarados crímenes de agresión occidentales. A mediano y largo plazo funcionan para crear falsas memorias borrando esos crímenes occidentales así como muchos otros, por ejemplo contra los pueblos de Corea, Vietnam o Argelia, del Congo, de Palestina, de Haití, de Cuba, de Libia y de Siria, por nombrar los ejemplos más obvios. Reconocer este proceso de borrar los genuinos recuerdos históricos, de fabricar falsas creencias y consolidarlas en falsas memorias, facilita la comprensión de lo que le ha ocurrido a Julian Assange.

El proceso contra Julian Assange es un claro ataque político basado en cargos falsos de los que él es, de todos modos, inocente. Pero la verdad del asunto se ha borrado por medio de más de una década de mentiras descaradas y difamaciones persistentes que han promovido la falsa creencia de que Julian Assange es culpable de algún delito, que intentó de evadir la justicia y que ahora está recibiendo un juicio justo.

Incluso en el extraordinario caso de que no sea extraditado a los Estados Unidos, esas falsas creencias se convertirán, para la gran mayoría de la gente, en una memoria bien establecida, aunque falsa. Sus perseguidores que fabricaron esa memoria serán bien recompensados mientras Julian Assange podría ser condenada a cadena perpetua en Estados Unidos.

Al final, la destrucción malvada de Julian Assange es una cruel nota a pie de página más de la guerra sin fin del imperialismo occidental contra la humanidad. Ahora, incapaces de suprimir el poder económico de China o de subyugar a Rusia por la fuerza militar, los oligarcas norteamericanos y europeos, como el Saturno de Goya, tratan de devorar lo que queda de la humanidad de sus propios pueblos.

Controlar las industrias occidentales del conocimiento y la información es esencial para facilitar la despiadada intensificación del histórico, depredador ofensiva contra la vida en todas partes por las élites capitalistas europeas y norteamericanas.

Ahora están acelerando la expansión de las fronteras de su codicia hacia adentro de la persona humana de sus propias poblaciones y en todo el medio ambiente natural de la Tierra que queda. La jerga técnica-gerencial de su cada vez más estrecha unión fascista de poder corporativo y político, habla de una Cuarta Revolución Industrial, un Gran Reajuste o un Nuevo Trato para la Naturaleza. Es una guerra de espectro completo contra la humanidad y la Tierra e implica una ofensiva de la clase dominante más agresivo en todos los aspectos de la existencia y la conciencia que nunca antes.

Las anteriores etapas de la guerra de Occidente contra la humanidad y el planeta, se hicieron en base a un acuerdo de facto entre las élites occidentales y los pueblos de sus países para saquear, timar y explotar al mundo mayoritario por medio del poder militar y económico.

Mientras los pueblos de América del Norte y Europa disfrutaron de mejores condiciones materiales de vida, no se preocuparon mucho, si acaso, por el bienestar de los pueblos mayoritarios del mundo. Por supuesto, porque el mundo mayoritario se percibía como una realidad inferior, valiosa sólamente en la medida en que podía ser tasada, posesionada y usada por Occidente.

Ahora las cosas han cambiado. Las élites corporativas occidentales se enfrentan a contrincantes muy poderosos. Así que ahora se emprenden para subyugar del modo más total posible la conciencia de sus propios pueblos porque es la opción más fácil para saciar aunque sea temporalmente su insaciable avaricia.

Quieren garantizar su control de la formación óptima y eficiente de las opiniones, los gustos y el consumo para así mantener su poder. Todo este esfuerzo de monopolizar la comprensión de la realidad implica no sólo la demonización implacable de la disidencia sino, en última instancia, la supresión de la mera idea de la disidencia. y su remplazo por desavenencias sobre qué sabor de dominación capitalista es la mejor.

En Norte América y Europa, las industrias del conocimiento y de la comunicación suprimen cada vez más la información y la opinión contraria o, como alternativa, las etiqueta como locas o deshonestas. En el proceso, las industrias del conocimiento y del entretenimiento norteamericanas y europeas han creado con éxito falsas creencias demenciales y han consolidado falsos recuerdos históricos entre la gran mayoría de su población.

Por ejemplo, la mayoría de las personas en Occidente piensan que sus naciones defienden y respeten el derecho internacional cuando en realidad ha sido constante el abuso, subversión y violación del derecho internacional de parte de sus gobiernos desde aun antes de los tribunales de Núremburg.

Los líderes occidentales hablan ahora de un nuevo «orden basado en normas» y siguen a propósito corrompiendo y abusando de los órganos de las Naciones Unidas y otras organizaciones internacionales. No quieren límites de orden jurídico a la agresión que pueden desatar contra cualquier país que defienda la soberanía nacional y un mundo multipolar, ya sea un rival mundial como China o una pequeña nación como, por ejemplo, Nicaragua. Necesitan hacer que sus propios pueblos olviden o al menos no crean lo que han hecho en sus criminales agresiones contra los pueblos.

La determinada disidencia creíble amenaza su hipócrita, anti-democrático y sádico proyecto global. Así que si alguien, desde comunicadores valientes como Julian Assange hasta gobiernos revolucionarios como los de Cuba, Corea del Norte, Irán, Venezuela o Nicaragua, se niega a colaborar, entonces tienen que ser vilipendiados y destruidos.

Por ahora, la controlada agresión estratégica de Occidente, sin llegar a la guerra, mantiene a China y Rusia a la defensiva. Mientras tanto, los oligarcas de Occidente, con la implacable guerra de clases del Gran Reajuste promovido por el Foro Económico Mundial, tratan de profundizar la subyugación de sus propios pueblos. Luego seguirán con mayor confianza su interminable ofensiva contra el mundo mayoritario y con la misma agresividad de siempre.

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