Es 21 de diciembre de 1968, 7:50 de la mañana, Cabo Kennedy, Florida. Los tripulantes del Apolo 8 -Frank Borman, Jim Lovell y Bill Anders- están amarrados en sus asientos, a unos 110 metros de altura en la parte alta del primer Saturno V tripulado, el cohete más poderoso que se haya construido en la historia.
Mientras transcurren los segundos finales antes del despegue tienen poco que decir o hacer. Unos cuatro millones de litros de combustible están a punto de hacer combustión bajo ellos.
Están, como dijo el comentador de la televisión de la BBC que presenció el hecho, «sentados sobre el equivalente a una bomba enorme».
Y hay muchas razones para estar preocupados.
Durante las pruebas previas no tripuladas del Saturno V, unos meses antes, las fuertes vibraciones y la fuerza gravitacional registradas poco después del lanzamiento habrían matado a cualquiera que hubiera estado a bordo.
Y aunque el cohete ha sido modificado desde entonces,la NASA le ha advertido discretamente a la esposa de Borman que las probabilidades que su esposo tiene de sobrevivir a la misión son de 50/50.
El funcionamiento del cohete Saturno V no es lo único que preocupa a los responsables de la NASA: Apolo 8 es una misión en la que ocurren muchas cosas por primera vez, un salto gigante en la carrera del hombre a la Luna.
Será la primera nave tripulada que saldrá de la órbita terrestre, la primera en orbitar la Luna y la primera en regresar a la Tierra a una impresionante velocidad de 40.000 kilómetros por hora.
La misión es una jugada calculada por la agencia espacial para batir a la Unión Soviética.
Competencia soviética
«Fue una decisión muy, muy atrevida», señala Teasel Muir-Harmony, curador del Apolo del Museo Nacional del Aire y el Espacio en Washington D.C.
«Todo el mundo dentro de la agencia sabía que era una misión extraordinariamente arriesgada y había muchas críticas hacia Estados Unidos por poner vidas humanas en peligro«.
De hecho, la misión del Apolo 8 nunca pretendió ser tan ambiciosa.
Originalmente estaba planificada como la primera prueba del módulo de descenso en la órbita terrestre, pero la fabricación de ese módulo iba con retraso.
Adicionalmente, la CIA alertó que había información de inteligencia que sugería que los soviéticos estaban a punto de intentar su primer vuelo tripulado alrededor de la Luna.
«Todo el mundo olvida que el programa Apolo no era un viaje de exploración o de descubrimiento científico, era una batalla en la Guerra Fría. Y nosotros éramos guerreros en ella», dice Borman.
Pese a la aprensión de sus jefes, y apenas luego de cuatro meses de entrenamiento, Borman, un piloto de cazas militares retirado, asegura que él nunca pudo en duda el éxito de la misión.
«Estábamos obligados a cambiar la misión para lograr el aterrizaje en la Luna antes del fin de la década, que el presidente Kennedy había prometido», dice.
«En mi opinión, la misión era extremadamente importante no solamente para Estados Unidos sino para los pueblos libres en todas partes», señala Borman.
Rumbo a la luna
Con los motores encendidos y el conteo en cuenta regresiva en marcha, el Saturno V lentamente se eleva sobre la plataforma de lanzamiento y acelera hacia el cielo azul de Florida.
«Me sentí como si estuviéramos en la punta de una aguja. El sonido daba la impresión de una enorme potencia – tenía la sensación de que estaba iba junto al cohete, en lugar de estar en control de algo», recuerda Borman.
«Se hace muy difícil de respirar, es casi imposible de moverse y tus ojos se aplanan por lo que tienes la visión de túnel. Es una sensación inusual», rememora.
Unos ocho minutos más tarde están en órbita. Luego, tras haber dado una vuelta y media a la tierra, encienden los motores de la tercera etapa del cohete y se alejan de la Tierra en dirección a la Luna.
Después de dos días y de recorrer 402.000 kilómetros cuadrados, a la 8:55 GMT, en la víspera de Navidad, Borman realiza la operación crucial con el módulo de servicio del Apolo que pondrá a la nave en órbita alrededor de la Luna.
«Creo que encendimos el motor durante unos cuatro minutos para reducir la velocidad lo suficiente como para entrar en la órbita lunar. Habíamos hecho como ¾ de ese proceso cuando, al mirar abajo, allí estaba la Luna», recuerda Borman.
Sus tripulantes eran los primeros humanos en ver directamente con sus ojos el lado oscuro de la Luna.
«No creo que nada de lo que había estudiado me había preparado para la realmente accidentada superficie lunar. Estaba realmente destrozado, con huecos, cráteres, residuos volcánicos, así que era una muy interesante primera mirada a un mundo diferente«, agrega el astronauta.
Una nueva mirada a la Tierra
La vista de la Luna no fue lo único que les tomó por sorpresa.
Unas 75 horas y 48 minutos después del inicio de la misión, Anders vio el mármol azul de la Tierra elevándose sobre el horizonte lunar y busca un película fotográfica en color para captar el momento.
«El contraste entre la destrozada Luna y la bella Tierra azul era extraordinaria, la Tierra era la única cosa en todo el Universo que tenía algún color. Podías ver las nubes blancas, al marrón rosáceo de los continentes…somos muy afortunados de vivir en este planeta», afirma Borman.
Una misión que había sido concebida como una arriesgada prueba de la creatividad tecnológica del hombre y de la valentía de los astronautas se estaba transformando en una inesperada experiencia emocional para los que participaban en ella.
La imagen de la «Salida de la Tierra» no sería publicada hasta que el Apolo 8 regresó a la Tierra, pero para la Navidad de 1968 la tripulación tenía otro regalo para el planeta.
Mensaje navideño
«Antes del vuelo, un funcionario de relaciones públicas de la NASA le dijo a Borman que ellos esperaban que en torno a 1.000 millones de personas, una cuarta parte de la población mundial de la época, sintonizara su especial de televisión que sería transmitido en la víspera de Navidad desde la órbita lunar», cuenta Muir-Harmony.
Su voz sería escuchada por más personas que cualquier otra voz humana en la historia, «por lo que le indicaron que dijera algo apropiado», recuerda el curador del Museo Nacional del Aire y el Espacio.
«Ese es uno de los momentos más destacados de un país libre. ¿Puedes imaginar si hubieran sido los soviéticos los que estaban allá arriba? Habríamos estado hablando sobre Lenin y Stalin«, apunta Borman.
Pero encontrar unas palabras que fueran «apropiadas» resultó ser algo nada fácil. «Nosotros tres junto a nuestras esposas intentamos pensar en algo. No podíamos», agrega.
Borman consultó a un amigo, quien -a su vez- le preguntó a Joe Layton, un veterano corresponsal de guerra.
«Según entiendo, él estuvo sentado toda la noche desechando papeles arrugados cuando pasó por allí su esposa, que era una exmiembro de la resistencia francesa, y le sugirió empezar por el principio«, cuenta el astronauta.
Con las cámaras de televisión grabando, mientras la nave espacial se acercaba al amanecer lunar en la víspera de Navidad, la tripulación comenzó a leer el libro del Génesis. «En el principio…», comenzó Anders.
Borman terminó la transmisión diciendo «buenas noches, buena suerte, feliz navidad y que Dios los bendiga a todos, a todos ustedes en la buena Tierra».
«Estábamos convencidos de que era lo más apropiado que debíamos hacer porque había una sensación de sobrecogimiento por mi parte, al menos, al considerar que el Universo es más grande que todos nosotros. Es muy ordenado y demasiado grande como para no ser producto de algún tipo de creación divina», afirma Borman.
El regreso
Pero la misión aún no había concluido. El día de Navidad, Borman encendió el motor de nuevo para abandonar la órbita lunar. «La inserción en la órbita terrestre se logró en el lado oscuro de la Luna, si hubiera fallado, yo aún estaría dando vueltas alrededor de la Luna».
«Sepan, por favor, que existe Santa Claus», exclamó Lovell en el momento en el que restablecieron el contacto con tierra. Y Santa hizo su entrega.
Cubierto con un lazo festivo especial a prueba de fuego, la tripulación desenvolvió su regalo preparado por el centro de control de la misión: un pavo horneado para la cena.
«(Nuestro jefe) Deke Slayton también había metido de forma furtiva a bordo tres tragos de brandy pero no lo tomamos. Yo no quería que me culparan si alguna cosa salía mal, así que los trajimos de vuelta a casa. No sé qué pasó con el mío. Probablemente ahora vale mucho dinero», cuenta Borman.
El 27 de diciembre, la tripulación regresó a la Tierra. La cápsula cayó tan cerca de su objetivo en el Océano Pacífico que el barco que fue a recogerlos tuvo que apartarse del camino.
Fue el final perfecto para concluir la misión perfecta, la prueba definitiva de que la jugada de viajar a la Luna iba a merecer la pena.
«El Apolo 8 no solamente fue un gran logro de la ciencia y de la ingeniería. Amplió las fronteras de la experiencia humana y afectó la forma como apreciamos a la Tierra como nuestro lugar en el Universo», afirma Muir-Harmony.
Para el coronel Borman, quien a los 90 años de edad sigue siendo un formidable guerrero de la Guerra Fría, el gran logro de la misión fue colocar a Estados Unidos un paso más cerca de la Luna.
«Seré honesto con usted, realmente no pienso sobre el legado del Apolo 8. Francamente después del éxito del Apolo 11 (aterrizando en la Luna), ya no tuve más interés en el programa. Me uní para ayudar a luchar en una batalla en la Guerra Fría y habíamos ganado», asegura.