“Hacer campaña en contra de la clase multimillonaria” de EU ha tocado un nervio, especialmente entre los votantes más jóvenes, que en el largo recorrido de Sanders ven una coherencia y sinceridad que creen le falta a Clinton.
David Usborne *
Cuando Bernie Sanders no le “pegaba” a Hillary Clinton en su último debate por ser cautiva de Wall Street y por no ser suficientemente progresista, estaba haciendo una lista de cosas que le gustaría hacer como presidente, desde la matrícula gratuita para los estudiantes universitarios hasta asistencia sanitaria gratis para todos. Luego hizo una admisión. “Para que todas estas cosas sucedan”, dijo, “la gente tendría que rebelarse”.
Esta es la “revolución política”, que es el grito de guerra de la campaña de Sanders para presidente y lo que él ha estado agitando durante toda su carrera política, desde antes de su elección en 1981 como alcalde de la ciudad más grande de Vermont, Burlington, y sus 25 años en el Congreso como independiente –prefiere llamarse socialista democrático–, mientras que se alineaba con los demócratas para las votaciones.
En parte se debe a su reputación de excéntrico –un soñador de izquierda– que la decisión de Sanders para candidatearse para presidente en 2016 apenas fue tomada en serio al principio. The Washington Post lo descalificó como “un ex hippie, socialista de los alcances más liberales de Vermont que hace campaña, con su fuerte acento de Brooklyn, traje arrugado y el pelo blanco rizado, contra la ‘clase multimillonaria’”.
Pero, de repente, su momento –sin importar lo grande que resulte ser– está aquí. Las encuestas predicen una aplastante victoria en New Hampshire el martes. Clinton lo superó apenas en las asambleas de Iowa esta semana. Los que estaban allí no va a olvidar rápidamente la cara Sanders cuando saludó a partidarios en el salón de un hotel de Des Moines después. No podía hablar por la sonrisa y la risa.
Si esta era la alegría al desnudo, ¿quién puede culparlo? Nacido en Brooklyn de padres judíos –su madre de Nueva York y su padre de Polonia– el camino de Sanders fue uno largo. Su primera campaña fue en su escuela cuando se postuló para presidente de la clase con la promesa de iniciar un fondo para los huérfanos de la Guerra de Corea. Perdió. Una vez instalados en Vermont, se presentó cuatro veces como candidato antiguerra del Partido Liberty Union, dos veces para la gobernación y dos veces a la gobernación y dos para el Senado de EE.UU., sufriendo derrotas contundentes cada vez.
Por último, en 1981, se presentó como alcalde independiente de Burlington y ganó. Hizo lo que los alcaldes deberían hacer: sacar el quitanieves a tiempo y llenar los baches. Pero ya su idealismo lo estaba impulsando a ir más allá. Decidió, por ejemplo, convertir a Burlington en un faro de la oposición a la política exterior de la administración Reagan.
Burlington, entonces con una población de alrededor de 30.000, teniendo su propia política exterior parece tan loco ahora como parecía entonces. El alcalde Sanders, que había pasado la luna de miel con su primera esposa en la Unión Soviética, viajó a Nicaragua para protestar en contra del respaldo estadounidense de los rebeldes de la Contra. Fue recibido por el líder del gobierno sandinista socialista, Daniel Ortega. No pasó mucho tiempo antes de que sus partidarios en Vermont estaban siendo llamados “sanderistas”. También como alcalde fue a Cuba para visitar al presidente Fidel Castro.
No hay nada en los libros de historia que sugieran que Burlington hizo algo para alterar el curso de la política exterior de Estados Unidos. Lo que el período muestra, sin embargo, es un líder, aunque entonces de sólo una ciudad menor, que rara vez deja que el mundo real se interponga en su camino. Incluso antes de eso él había estado a favor de la igualdad para el matrimonio homosexual, mucho antes de que el resto de Estados Unidos hubiera pensado en ello. Sus creencias, incluso como estudiante, lo metieron en problemas. Fue arrestado en Chicago por pegar afiches protestando contra la segregación escolar.
Ir contracorriente en el Congreso le aseguró repetidas reelecciones por Vermont, primero en la Cámara de Representantes (1991-2007) y luego en el Senado. Su tasa de aprobación en el estado está en torno al 75 por ciento. Con los años se ha sabido despegar de otros notables demócratas: se opuso a las reformas de bienestar introducidas por el ex presidente Bill Clinton, ha denunciado sistemáticamente la pena de muerte, votado en contra de las guerras de Irak, y se opuso a la Ley Patriota post 9/11.
El Washington Post se ocupó de Sanders de nuevo esta semana. “El éxito de Sanders hasta ahora no muestra que el país está listo para una revolución política”, opinó el diario. “Solamente prueba que a muchos progresistas les gusta que le digan lo que quieren oír.”
Eso, sin embargo, es la cosa. Una nueva encuesta marista para el Wall Street Journal y NBC le da a Sanders el 58 por ciento frente al 38 ciento a Clinton en New Hampshire. Entre los hombres menores de 45 años está en el 85 por ciento. Está, sorprendentemente, 30 puntos por delante de Clinton entre las mujeres del grupo de la misma edad. El “hacer campaña en contra de la clase multimillonaria” ha tocado un nervio, especialmente entre los votantes más jóvenes, que en el largo recorrido de Sanders ven una coherencia y sinceridad que creen que le falta a Clinton.
Pero si él tiene su revolución, ¿cuánto tiempo puede sostenerla? A continuación en el maratón de la nominación llegan estados diferentes de New Hampshire y Iowa y menos liberales, por cierto, que el primero, como Carolina del Sur. Cuando el señor Sanders les pide a los votantes que se rebelen, él sabe que si no lo hacen todo el tiempo, su candidatura se desvanecerá rápidamente. Y es por eso que si hay pánico en el campamento Clinton, por ahora permanece silenciado.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12
Traducción: Celita Doyhambéhère.