Cuando se dio la coyuntura golpista en Nicaragua, las voces de izquierda dentro y fuera del Abya Yala en su mayor parte dieron prueba de una pobrísima comprensión de las realidades de nuestros pueblos centroamericanos. Todo pudo haber terminado en un baño de sangre para Nicaragua y la región de no haber sido por la sabia manera cómo la dirigencia sandinista supo manejar la situación.
La máxima dirigencia sandinista revocó la reforma del INSS, llamó al diálogo y mandó a replegar a la Policía. Solo cuando la falta de voluntad de diálogo de los golpistas, así como su falta de propuestas políticas a problemas reales, quedaron demostradas, y cuando la exigencia de desmontar los tranques se volvió un clamor popular, fue que se procedió a hacer uso de la fuerza.
A estas alturas ya está suficientemente claro qué fue lo que sucedió y quién recurrió a la violencia. También está claro que el Gobierno sandinista tiene un respaldo popular masivo y que la oposición tiene una debilidad extrema producto de su falta de sustancia y de arraigo en la realidad nacional.
Si el Frente Sandinista y el Gobierno en abril de 2018 hubieran caído en la trampa de escalar la violencia, Nicaragua hoy se encontraría sumida en una guerra civil fácilmente alimentada bajo cuerda por Miami y por los sectores más extremistas de la estructura de poder estadounidense, así como por los carteles del narcotráfico. Sobra decir que esta guerra habría arrastrado a toda Centroamérica, sacudida por fuertes tensiones sociales.
En las semanas y meses que sucedieron al estallido de la violencia golpista en abril de 2018, masivas huelgas y conflictos de considerable intensidad se desataron en Panamá (enfrentamientos por el alza de los servicios públicos), en Costa Rica (una huelga general que paralizó al país por varios días) y actualmente en Honduras, con lo que muchos caracterizan como una verdadera insurrección contra un gobierno que es visto como ilegítimo además de privatizador.
Ninguno de esos conflictos fue provocado por Managua sino por el fracaso de las políticas neoliberales, pero sin duda que una guerra civil contrarrevolucionaria en Nicaragua habría salpicado al resto de la región:
Las maras centroamericanas probablemente se habrían establecido en el país, y el muro de contención que Nicaragua actualmente representa contra el narcotráfico habría desaparecido, solo por mencionar algunas de las consecuencias.
Desde el punto de vista del ALBA, con una guerra civil en Nicaragua se habrían desatado las fuerzas que promueven una guerra de Colombia contra Venezuela, y la Revolución Cubana estaría expuesta a una de las más serias amenazas de intervención militar de su historia.
El actual intento de cambio político que promueve López Obrador en México sería mucho más difícil de impulsar. Nada de eso habría favorecido a las fuerzas de izquierda, ni en la región ni en toda Nuestramérica.
Hay que decir que el nivel de comprensión de esta situación es mucho mejor entre los partidos y organizaciones políticas del Abya Yala gracias a décadas de presencia y trabajo sandinista en instancias como el Foro de Sao Paulo, así como a los estrechos lazos que los dirigentes, partidos y pueblos revolucionarios del ALBA, especialmente Venezuela y Cuba, históricamente han tenido con Nicaragua.
También se debe destacar la militancia solidaria de muchos activistas, tanto en el Abya Yala como en Europa y Estados Unidos que libraron una batalla a menudo heroica contra el linchamiento mediático e incluso contra amenazas directas de los agentes golpistas en el exterior.
Sin embargo, en el terreno de los formadores de opinión y de la intelectualidad que se autodefine como de izquierda, las debilidades en la comprensión de lo que sucedió y sucede en Nicaragua han sido evidentes.
Hubo quienes compraron con pelos y señales la peor propaganda de los golpistas sin siquiera reparar un instante en que estaban diciendo lo mismo que Marco Rubio, Ileana Ros-Lehtinen, John Bolton o Mike Pompeo. Hubo quienes incluso saltaron de alegría ante una nueva «revolución popular» en la región.
Otros se plegaron a alguna variante del «por algo será» (olvidando que a nadie le hacen un golpe de Estado por sus eventuales fallos, sino por sus logros) mientras que otros guardaron un doloroso silencio.
Solo unas pocas figuras, entre las que destacamos a la compañera periodista argentina Stella Calloni, con un viejo compromiso con Nicaragua, desde el inicio denunciaron que se estaba gestando un mal llamado «golpe suave» contra el pueblo de Sandino.
Obviamente, dentro de Centroamérica, los partidos de izquierda y los sindicatos más importantes no se confundieron en ningún momento con respecto a Nicaragua, y tampoco lo hicieron periodistas de izquierda con décadas de experiencia en esta región, como es el caso de Giorgio Trucci y Dick Emanuelsson.
Sobre el intento de «golpe suave» se escribieron ríos de tinta, pero paradójicamente, las voces que venían desde la propia Centroamérica en muchos casos fueron olímpicamente ninguneadas.
Por lo general, la interpretación “de izquierda” de lo que sucedió en Nicaragua quedó en manos de viejos ex-cooperantes (muchos de ellos, verdaderos turistas políticos) que hace 40 años fueron solidarios con la Revolución Sandinista pero que luego, al hacerse todo infinitamente más difícil, emigraron hacia otras experiencias y dejaron al pueblo nicaragüense solo a sacar sus propias conclusiones de la derrota electoral de 1990 y de las consecuencias de la criminal guerra de “baja intensidad” de Ronald Reagan.
Ahora vienen con aires de oráculos en retrospectiva y aires de autosuficiencia, a “confirmar” sus pequeñas teorías sobre si hay que pagar la deuda externa o no, o si hay que creer o no en Dios, sobre el fracaso de la vía electoral versus la vía armada u otro número de majaderías similares.
Esta falta de comprensión sobre Nicaragua y la región es muy seria, no solamente tiene que ver con el istmo Centroamericano, sino con la capacidad de diseñar alternativas políticas realistas y eficaces para alcanzar el poder popular y transitar al socialismo en países que no tienen considerables fuentes de renta en materia de recursos naturales ni pueden dar por sentada la subvención económica de otros países. Esa es la situación de muchos de nuestros países, no solo en el Abya Yala sino también en continentes como el África.
También tiene que ver con la concepción de las revoluciones como procesos históricos prolongados a lo largo de las generaciones y no como meras operetas que quepan en formatos de programas de televisión.
Las revoluciones son procesos históricos insertos en dinámicas regionales, continentales y globales. Implican también procesos de construcción nacional que hagan posible la materialización de la voluntad política de los pueblos.
Tiene que ver con la capacidad de construir mayorías políticas que movilicen a amplios sectores sociales hacia una agenda que vaya más allá del capitalismo pero que también dé respuesta a las necesidades de hoy, políticas que transgredan al capitalismo pero que también permitan a nuestros pueblos navegar en las inciertas aguas de la economía mundial.
La experiencia de Nicaragua no es copiable como no es copiable ningún otro proceso histórico, pero encierra grandes enseñanzas en cada uno de los territorios antes mencionados. Además, la figura del general de hombres libres, Augusto César Sandino, merece ser conocida y estudiada.
Sandino es el menos conocido de los próceres de la independencia nuestroamericana, para la mayoría solo recordado por su lucha contra los marines yanquis.
Sin embargo, el general Sandino construyó un legado de socialismo autogestionario y de proyecto integrador de Nuestra América que hoy está más vivo que nunca. Por esas y muchas otras razones, la izquierda necesita conocer mejor a Nicaragua y a Centroamérica.