Edelberto Matus*
* “Había nacido la Izquierda “light”, la Izquierda “descafeinada”, la que con el tiempo “le haría los mandados” no sólo a las élites conservadoras nacionales y al imperialismo yanqui, sino también al neofascismo, supremacismo y a la contrarrevolución mundial”.
Con el devenir del tiempo y luego que el sistema capitalista y el liberalismo occidental se impusieran globalmente, inoculando sus antivalores clasistas, códigos morales egoístas y forma de vida consumista, conceptualizar el término político “Izquierda”, ya no es tan fácil definirlo partiendo de la posición de la banca en que se sentaron los constituyentes de la revolución francesa o en atención a la cosmovisión ideológica, sistema de valores, praxis política o de si se está en contraposición a lo conservador, lo reaccionario e individualista.
Ya no es tan fácil decir: “Ese tipo u organización es de izquierda o derecha” pues ahora, los matices, los adjetivos y seguramente los intereses individuales lo han complicado todo.
Ahora no se puede ser simplemente “de izquierda”, en el entendido de que “izquierdista” es un revolucionario que de manera organizada y al lado del pueblo oprimido, lucha contra el sistema capitalista en función de transformar la realidad socio-económica, política e ideológica, con el objetivo primordial de aportar a la construcción de un sistema más inclusivo e independiente, donde la igualdad de oportunidades, el humanismo, el bien común y la paz sean las premisas básicas de las sociedad. No, ya no.
Hoy en día, se tiene que aclarar si eres de la izquierda “democrática”, “moderada” o “reformista”, si eres de la izquierda “clásica” o si aún luchas con las banderas de la izquierda revolucionaria.
Y para mayores señas, debes de ser más explícito y localizar tu “izquierdismo” en la “extrema” izquierda, la “centro”-izquierda o algo parecido a una izquierda-“derecha”. Así están las cosas ahora.
Si bien es cierto que durante y en un corto periodo posterior a la II Guerra Mundial, en Europa los partidos comunistas, socialistas, los movimientos nacionalistas más comprometidos contra el nazismo alemán y contra el fascismo italiano y sus variantes continentales, pertenecieron por definición a la izquierda revolucionaria, a partir del inicio de la Guerra Fría, todo empezó a cambiar.
Los gobiernos de las antiguas potencias económicas europeas para entonces en ruinas y sus poblaciones padeciendo el hambre, desarraigo y la desesperanza, al estilo “tercermundista” de hoy en día, las élites del poder (en las que para entonces se encontraban también los partidos de izquierda) empezaron a rendirse al nuevo poder fáctico, al nuevo hegemón: El imperialismo yanqui que impuso con sus dólares los términos y ruta de la reconstrucción.
La izquierda revolucionaria mutó por necesidad, comodidad o ambición, claudicando en sus principios.
Surgiendo de interminables escisiones y canibalismo político, muchísimos partidos nombrados o renombrados social-demócratas, social-cristianos, partidos socialistas obreros y un largo etc., despojados de las antiguas banderas de lucha social y política fueron sumándose voluntariamente al establishment político de cada una de sus naciones.
Incluso algunos arribaron al poder gubernamental décadas después, siempre bajo los slogans y consignas de las antiguas luchas obreras, populares y progresistas, pero vaciadas de contenido anti sistémico real.
Había nacido la Izquierda “light”, la Izquierda “descafeinada”, la que con el tiempo “le haría los mandados” no sólo a las élites conservadoras nacionales y al imperialismo yanqui, sino también al neo-fascismo, supremacismo y a la contrarrevolución mundial.
En Europa, en los años setenta y ochenta del siglo pasado, nombres como Olof Palme, Willy Brandt, Felipe González y François Mitterrand, entre otros, sustituyeron en popularidad entre la clase trabajadora y pequeña burguesía o clase media “progre”, a los grandes nombres de los líderes de los Frentes populares y Partidos Comunistas de la Resistencia y post-guerra europeos.
Estos nuevos partidos y nuevos líderes continentales ofrecían en sus eclécticos programas de gobierno una distopía donde simultáneamente los individuos se supone puedan vivir acorde al sistema capitalista, clasista y explotador, pero con acceso a derechos sociales y políticos, propios del Estado benefactor y la misericordia cristiana.
Más tarde, en los noventa del siglo pasado, el colapso de la URSS y de los países socialistas de Europa, marcaron el reintegro o asimilación de muchos de sus viejos y nuevos partidos (de manera “independiente” o dentro de la Unión Europea) a esa nueva forma de “socialismo” eurocéntrico y a la vez sistémico.
Esta “novedad” política o píldora dorada, empujada y patrocinada por parte interesada, empezó a “gotear” hacia los sistemas de partidos políticos de las antiguas colonias, especialmente hacia Latinoamérica, donde por entonces gobernaban feroces dictaduras o grupos de la oligarquía criolla, cuyos partidos políticos no habían cambiado en nada (ideológica, política y culturalmente) desde la independencia de América.
La heroica, combativa y valiente Izquierda histórica latinoamericana empezó entonces a ser infiltrada por esa «nueva» Izquierda colaboracionista y a toda luces reformista y desprovista de entrega y consecuencia.
Esta “Izquierda” merecía entonces un nuevo concepto y los politólogos del sistema se apresuraron a dárselo. Giovanni Sartori por ejemplo escribió que: “La ´izquierda´ es (era o debería de ser) la política que apela a la ética y que rechaza la injusticia. En sus intenciones de fondo y su autenticidad la izquierda es altruismo”. Como vemos, acá no se mencionan palabras claves como “lucha”, “clases sociales”, “misión”, etc. Una definición aséptica, voluntarista, racionalista, casi mística y “descafeinada”.
Como vemos, para esta(s) nueva(s) Izquierda(s) política(s) no existe más la lucha de clases, pues supuestamente hemos llegado “al fin de la historia”, donde el Socialismo y Capitalismo se conjugan pacíficamente, entregando a la otra parte lo mejor de cada Sistema. En una simbiosis ideal, casi perfecta y sin conflictos donde cada individuo navegará en un mismo mar, pero en distintas naves (que puede ser un yate de millones de dólares o un básico cayuco misquito) y donde la religión resignará a los pobres rebeldes al misterio del amor al prójimo y la felicidad en el paraíso, después de su muerte terrenal. Parece una broma.
Para estos izquierdistas descafeinados se acabó la izquierda revolucionaria. Y esto se ilustra nítidamente con los ataques y alineamiento con los yanquis en contra de Venezuela y Nicaragua desde los partidos, coaliciones, asociaciones, comités, grupos de presión, periodistas, ONG y algunos gobernantes y gobernados autonombrados “socialistas” de España, Francia, Alemania, Italia y otros países representados en la Unión Europea, además de algunas infaltables personalidades “de izquierda” del mundillo del arte, la literatura y la farándula del viejo Continente.
La izquierda revolucionaria de principios del siglo XX o de la resistencia antifascista en Europa ha dado paso a una izquierda neoliberal, chovinista, reaccionaria que adopta discursos y prácticas xenófobas, racistas, neocolonialista y que aborrece y condena la lucha de los pueblos por construir sociedades alternativas al capitalismo salvaje.
De esta manera, en cada movimiento y organización revolucionaria han ido apareciendo individuos y grupos claudicantes que, aunque siguen hablando un “dialecto” revolucionario y ensayando “poses” revolucionarias, en realidad son reformistas, tránsfugas, inclusive traidores de la clase obrera y de sus pueblos. Líderes o militantes que olvidaron (o nunca supieron) los objetivos y la dureza de la lucha por trasformar radicalmente la sociedad a favor de las mayorías, que no se acuerdan de la solidaridad con los pueblos hermanos combatientes y en resistencia; que se pliegan a los cantos de sirena de la propaganda mediática del imperialismo yanqui y colaboran con sus planes y estrategias.
En América Latina (sin mencionar a Nicaragua, porque “nuestros traidores” merecen un artículo aparte) tenemos a Michelle Bachelet y Luis Almagro, para citar a los más recientes, quienes al arribar a cargos de importancia en la ONU y la OEA, respectivamente, se han convertido (siempre considerándose a sí mismos como militantes de la izquierda latinoamericana) en los más cercanos aliados de la política injerencista yanqui en contra de Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia.
Pero aún hay más, pues disparando hacia nuestras espaldas desde lo que en Nicaragua hemos considerado un campo aliado o al menos amigo, sin explicación coherente alguna, personajes queridos y admirados por el sandinismo como Cuauhtémoc Cárdenas o el Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, se han sumado con sus declaraciones públicas (presumimos que) inocentemente al carro de nuestros enemigos oligárquicos e Imperialistas. Algo parecido a aquellas posiciones vacilantes del ex-Presidente y antiguo militante de la izquierda revolucionaria, José Mujica, que haciendo coro con la ultraderecha internacional, enfiló sus críticas públicas, sin fundamento alguno contra el gobierno popular de la República Bolivariana de Venezuela y su Presidente, Nicolás Maduro.
Muy sabido es que los Derechos Humanos, jamás respetados por el capitalismo mundial y solamente observados como política de Estado por los gobiernos revolucionarios o verdaderamente democráticos y populares, son hoy usados como una táctica de agresión del Imperialismo yanqui y sus lacayos.
Así que aducir que este “fuego amigo” responde a su “obligación de defender (por sobre la soberanía de los Estados) los Derechos Humanos”, puede deberse a un arranque de protagonismo, a un error humano o político de ellos o de sus asesores, puede ser muy indulgente de nuestra parte.
Me parece que el asunto es todavía peor y que responde simplemente a la desvergonzada manifestación de que su izquierdismo descafeinado va decolorándose, poniéndose cada vez más chirre, hasta quizá llegar a la simple y llana capitulación ante nuestros adversarios comunes y que al igual que los “izquierdistas” europeos, estén convencidos de haber encontrado el mítico “centro político”, el escurridizo “pragmatismo” que según ellos, debe de conducir a la sociedad, sin traumas ni lucha, hacia los ríos de leche y miel ofrecidos ahora por los explotadores de siempre.
Los ataques abiertos y “criticas respetuosas”, (que merecieron una crónica impecable y contundente de nuestro hermano periodista Jorge Capelán), desde campo enemigo o patio “amigo” (sean estos Washington, Bruselas, Madrid, México o Buenos Aires) nos alertan a los sandinistas que debemos saber con exactitud quiénes son nuestros verdaderos amigos allá afuera, con qué y con cuantos aliados contamos realmente y no llamarnos al engaño por una pose y biografías borrosas “que encarnan las glorias pasadas” como escribió Darío, pues el verdadero militante de la izquierda revolucionaria jamás claudica ni traiciona a sus principios y a sus compañeros de lucha.
Es cierto que necesitamos del acompañamiento y solidaridad de nuestros hermanos de todo el mundo, pero si algunos o muchos de ellos «por el carácter que toma la lucha» vacilan, nosotros los sandinistas, los patriotas y consecuentes, nunca estaremos solos, pues luchamos con y para el pueblo nicaragüense y la patria, con la dignidad del General Sandino, la convicción del Comandante Carlos Fonseca, la valentía del Danto y la capacidad y visión del Comandante Ortega.
* Tomado de Facebook.