Jorge Capelán
Esta semana que pasó, la Nicaragua real conmemoró el 63 aniversario de la gesta heroica de Rigoberto López Pérez, que marcó el inicio del fin de la dictadura somocista. 63 años, entre el sacrificio de Rigoberto y el período 2018-2019, le tomó al pueblo nicaragüense poner fin estratégicamente a esa dictadura hecha para impedir la realización de Nicaragua como Estado-Nación, y del pueblo nicaragüense como sujeto de una vida digna y llena de esperanza.
Si 1979 marcó la derrota político-militar de la dictadura somocista y permitió sentar las bases de una nación soberana, tuvieron que pasar otros 40 años para que la sociedad en su conjunto lograra derribar los últimos vestigios de autoridad de una oligarquía decrépita, corrupta y con fecha vencida desde hace ya mucho tiempo.
Con el fallido intento de golpe del año pasado, el somocismo se mostró tal cual es: El movimiento a favor de un orden represivo, genocida y corrupto al servicio del imperio y, no de la familia Somoza, como se cree, sino de la oligarquía en su conjunto, una oligarquía que de agroexportadora se ha transformado en financiera y especulativa. No en balde, para quien tenga memoria, aquellos que en la recta final de la insurrección del 79 hicieron todo lo posible por alejar al sandinismo del poder en su momento, fueron acusados de promover un «somocismo sin Somoza».
Tras casi todas las cabezas públicas del fallido golpe del año pasado, están apellidos de las tristemente célebres «paralelas históricas», es decir, de los partidos liberal y conservador que habían pactado para repartirse los escaños del parlamento y los puestos en los tribunales de justicia. Su somocismo es inocultable. Ni siquiera los que se quieren vender como impolutos representantes de «movimientos sociales» inexistentes y diseñados por la CIA pueden hacer gala de antisomocismo, esa es la realidad.
Ahora, esas familias de la oligarquía somocista han perdido lo último que les quedaba de respetabilidad a los ojos del pueblo, que los ve como causantes de todo el daño económico y humano causado al país el último año. Y como a fuerza de andar especulando se han alejado de la economía real, también han perdido el poder económico decisivo en el país. Solo les queda seguir provocando, chillando, fregando y tratando de lastimar a Nicaragua en el exterior, pero ya sin capacidad real de incidir en la historia de Nicaragua. Solo les queda irse extinguiendo de a poco ante un pueblo que ha quedado vacunado contra el somocismo.
No todos los golpistas son oligarcas, y seguramente muchos de ellos han sido manipulados durante años, décadas, incluso generaciones, indoctrinados en el odio irracional al sandinismo. Tendrán que hacerse una limpieza, un psicoanálisis o algún otro tipo de reconciliación espiritual consigo mismos ante la realidad de que el sandinismo en Nicaragua, es un hecho sociopolítico incontestable con una mayoría política real.
El antisandinismo en Nicaragua es un callejón político sin salida por varios motivos: 1) Porque el sandinismo tiene una base social inmensa; 2) Porque el sandinismo es un movimiento compuesto de hombres y mujeres que piensan y apoyan sus liderazgos por lo que efectivamente han hecho y hacen por el país; 3) Porque en la práctica el sandinismo no tiene otro programa que no sea realizar los mejores deseos del pueblo y la nación nicaragüense y 4) Porque el concepto de libertad del Frente Sandinista prioriza las libertades positivas frente a las libertades negativas que prioriza el neoliberalismo.
El neoliberalismo (neosomocismo) se llena la boca hablando de que hay que liberarse del Estado opresor y liberarse de la reelección de los liderazgos, es decir, habla de libertades negativas (‘liberarse de’ algo) pero evita a toda costa hablar de qué libertades positivas promueve (‘tener libertad para’ algo):
No hablan de libertad para tener unas tierritas o un terrenito donde construir una vivienda digna, no hablan de libertad para tener salud y educación gratuitas, no hablan de libertad para alimentar y vestir a la familia, no hablan de libertad para ir al estadio a ver un juego de béisbol, no hablan de libertad para una mujer decidir a la par del hombre en el hogar o donde sea en la sociedad, etcétera.
En realidad, ellos saben bien que no pueden decir qué libertades positivas defienden (por ejemplo, la libertad de enriquecerse a costa de cualquier consideración, sean el pueblo o el medio ambiente) porque esas son libertades moralmente indefendibles.
Igual de convencido estoy de que las elecciones del 2021, serán las mejores que han tenido lugar en toda la historia del país, como escéptico soy sobre la voluntad de los golpistas de participar en ellas. Las elecciones van a ser limpias, no por darles el gusto a los golpistas, sino porque el pueblo de Nicaragua se lo merece y ha luchado por ello desde que Rigoberto disparó contra Somoza en la Casa del Obrero en León hace 63 años.
Si los golpistas quieren meterse en política, primero deberían abandonar el «anti» de su programa.
En política el «anti», considerado de manera estrecha, no lleva a ningún lado. En la fase final de la lucha contra la dictadura, aquellos que decían «yo solo soy antisomocista, nada más», en la práctica por lo general terminaron en el bando de los que promovían el somocismo sin Somoza. ¿Por qué? Porque sencillamente, no podía haber liberación de la dictadura sin liberación del imperio y sin liberación de la opresión oligárquica, es decir, sin justicia social.
Luego, deberían buscar algo por lo que verdaderamente estén a favor, algo que quieran construir, algo que quieran hacer mejor. Y luego deberán meterse a trabajar por ello, conscientes de que en esas cosas es muy difícil ser mejor que el Frente Sandinista.
•