¿La próxima crisis se llevará por delante a los más ricos?

Ante la perspectiva de una posible crisis financiera inminente, nos preguntamos si los ricos, esta vez, también tienen algo que temer. ¿O acaso vivimos en una economía estructurada para satisfacer sus intereses?

 

Cada vez son más las voces que alertan sobre el posible advenimiento de una nueva crisis financiera. Incluso en un escenario masificado de medios de comunicación, en los que cada opinador o ‘experto’ expone sus tesis influidas por doctrinas e ideologías variopintas, las predicciones y los argumentos que se escuchan empiezan a agruparse en torno a una idea común y ese coro de voces alarmadas parece referirse a una amenaza real.

Es como si otra vez estuviéramos viendo crecer un tsunami en el horizonte y, desde la orilla, se sintiera el temor a que una nueva crisis arrasará de nuevo los mercados, cuando aún estamos retirando los escombros del anterior desastre.

Rumores de un desastre inminente

Hace escasamente un mes y medio, Ignacio Crespo, el economista español que predijo con éxito la crisis financiera de 2008, ponía fecha al próximo derrumbe financiero y lo situaba muy cerca, en 2017: «Los servicios de estudios de los grandes bancos mundiales ya están empezando a percibir claros síntomas de la próxima recesión, basados en el análisis de señales como los tipos de cambio de las principales divisas y bolsas del mundo, la duración previsible de la recesión y las vías de salida».

Si esto les resulta inquietante, vean lo que opina Jim Rogers, el experto inversor estadounidense que ha sabido predecir cada una de las crisis financieras de las últimas décadas: «Esto va a ser un desastre, deberíamos estar muy preocupados y prepararnos». En declaraciones recogidas por el ‘Wall Street Daily’, Rogers afirma directamente que «la próxima crisis financiera global ya ha empezado y conllevará graves consecuencias a los países desarrollados. Se vaporizarán cientos de billones de dólares de riqueza y declinarán o desaparecerán muchas viejas instituciones, partidos políticos, gobiernos y costumbres».

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¿Tienen los ricos algo que temer?

No lo parece. A principios de este año, RT informaba de la publicación de un documento de Intermon Oxfam, cuyas principales conclusiones resultaron demoledoras. Como su propio nombre indica, todos vivimos en un sistema económico que funciona para favorecer al 1 % de la población mundial.

Las cifras son tan interesantes como desoladoras: «En 2015, solo 62 personas poseían la misma riqueza que 3.600 millones, la mitad más pobre de la humanidad. No hace mucho, en 2010, eran 388 personas».

Además, el mismo informe indica que esta abrumadora desigualdad tiene una perversa tendencia a crecer, en el seno de un sistema socioeconómico que, a todas luces, la alimenta: «La riqueza en manos de las 62 personas más ricas del mundo se ha incrementado en un 44 % en apenas cinco años, algo más de medio billón de dólares (542.000 millones) desde 2010, hasta alcanzar 1,76 billones de dólares».

El informe de Intermon Oxfam no se limita a ofrecer datos, sino que intercala reflexiones muy esclarecedoras que componen, junto a las cifras, el dibujo de una realidad exageradamente injusta: «Es innegable que los grandes beneficiados de la economía mundial son quienes más tienen. Nuestro sistema económico está cada vez más distorsionado y orientado a favorecerles. Lejos de alcanzar a los sectores menos favorecidos, los más ricos están absorbiendo el crecimiento de los ingresos y la riqueza mundial a un ritmo alarmante. Una vez en sus manos, un complejo entramado de paraísos fiscales y toda una industria de gestores de grandes patrimonios garantizan que esa riqueza no sea redistribuida, quedando fuera del alcance de la ciudadanía en su conjunto y de los Gobiernos”.

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Desigualdad-crisis-desigualdad: un círculo vicioso

Llegados a este punto, la pregunta es inevitable: ¿Están relacionadas las crisis económicas con la desigualdad global? 

En un reciente artículo firmado por el economista Vicens Navarro y publicado en la página web de la asociación Attacc se establece una clara conexión entre ambos fenómenos. Navarro afirma que «una de las causas más importantes de que ocurriera la Gran Recesión y de que ésta fuera tan larga fue el gran crecimiento de las desigualdades, resultado de la aplicación de las políticas públicas que se conocen como políticas neoliberales».

A su juicio, el diagnóstico es tan irrefutable que «incluso un gran número de organismos internacionales responsables de haber promovido tales políticas, como el Fondo Monetario Internacional o la OCDE, estén, por fin, cuestionando la aplicación de tales medidas neoliberales, que todavía se reproducen y promueven en la mayoría de países de la Eurozona». Para concluir, Navarro lamenta que «en España tal cuestionamiento no ha ocurrido todavía, en parte debido a la muy limitada diversidad ideológica de los mayores medios de información y persuasión. La enorme falta de diversidad ideológica de estos grandes medios —claramente influenciados por la banca, cuyos créditos los sostienen— explica que en España todavía la sabiduría convencional esté estancada en tal pensamiento».

En conclusión, parece que, en efecto, como se sugiere comúnmente y como la historia viene confirmando tozudamente, el sistema neoliberal capitalista, tanto a nivel local como global, está abocado a producir crisis económicas periódicas. Algunos indicios sugieren que estamos, de nuevo, al inicio de una de ellas. Y también parece que, una vez más, los más ricos no sólo saldrán indemnes, sino que probablemente se harán más ricos todavía. Así que podemos establecer que la relación entre la desigualdad y las crisis económicas no sólo existe y es directa, sino que además es circular y se reproduce constantemente. Entonces, ¿Es este sistema sostenible? Y, si no lo es, ¿cuánto tiempo le queda?  Hay quienes ya pronostican su fin, pero lo cierto es que sigue vivo. Y mientras así sea, todo indica que los ricos, ‘los del 1 %’, están a salvo.

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