La resaca del orden internacional occidental

 

Youssef Louah Rouhhou │ La Razón

* Ucrania y su crisis ha reflejado de manera cruda las dimensiones de la soledad de la UE y, por extensión, la de Occidente. El concepto de «mundo basado en reglas» no es sino la muestra más palpable del desapego de Occidente hacia el Derecho Internacional y su voluntad por sustituirlo de facto por reglas que no son compartidas por los otros países.

A estas alturas es que la economía rusa no solo ha demostrado capacidad de resiliencia, sino también habilidad para redirigir sus flujos a través de China, India y Turquía.

La guerra en Ucrania refleja de manera cruda las dimensiones de la soledad de la UE y, por extensión, la de Occidente. Muestra que la noción occidental de la comunidad internacional en realidad se reduce a los Estados miembros de la UE, la OTAN (sin Turquía) y un puñado de socios de estos en Asia y Oceanía.

Evidencia, además, que los intereses de Occidente no son compartidos, ni son percibidos como los del conjunto del mundo por el resto de los Estados de la comunidad internacional en el marco de la ONU.

Más allá del apoyo simbólico recibido en la Asamblea General de la ONU, un órgano cuyas resoluciones no son vinculantes, las potencias occidentales han fracasado en su intento por atraer a su campo a la mayoría de los Estados que configuran la comunidad internacional.

Los países occidentales no han logrado persuadir, ni involucrar al resto de países en su objetivo, ya no solo de aplicar, sino lo que es aún más importante, ejecutar las sanciones en contra de la Federación Rusa a raíz de su invasión de Ucrania. Lo que han logrado, más bien, es todo lo contrario: profundizar la cada vez más evidente desconexión entre los países occidentales y el resto mundo (the West and the rest).

Las causas de desconexión del llamado Sur Global son múltiples: agravios históricos (colonialismo), dobles estándares (invasión de Irak), apego selectivo al derecho internacional (Kosovo), apoyo a operaciones de cambio de regímenes (Siria), patrocinio de la práctica del magnicidio (Libia), adopción sistemática de sanciones sin mandato de la ONU (Cuba, Venezuela, Bielorrusia, etc.).

De esta relación quedan fuera las consideraciones económicas, que constituyen un elemento clave para comprender, en parte, el porqué de la preferencia de no pocos países de vincularse a China como alternativa a Occidente.

En este sentido, el concepto de «mundo basado en reglas» no es sino la muestra más palpable del desapego de Occidente hacia el Derecho Internacional y, por consiguiente, su voluntad por sustituirlo de facto por un conjunto de reglas que no son compartidas por la inmensa mayoría de la comunidad internacional.

Este hecho es particularmente evidente cuando se trata de las grandes potencias emergentes. Desde esta perspectiva, la falta de apoyo internacional explica la ineficacia de las sanciones occidentales a Rusia, a pesar del carácter masivo y sin precedentes de estas.

Asimismo, el superávit comercial por cuenta corriente que registra este país hace que éstas sean ineficientes. Por tanto, se antoja difícil que las sanciones occidentales le inflijan un daño irreversible a Rusia, al menos no en el corto ni en el medio plazo. Este hecho está llevando a no pocos políticos y analistas a depositar sus esperanzas en una mayor erosión de la economía rusa en el largo plazo.

Sin embargo, cabe recordar que la esperanza no es una estrategia y, parafraseando a Keynes, en el largo plazo estaremos todos muertos. Además, tampoco es descartable la posibilidad de que en el largo plazo se manifieste el carácter disruptivo de las sanciones, en la medida en que los efectos de las mismas afecten por igual tanto a la economía del país objeto de sanciones como a las economías de los países que las han adoptado.

Lo cierto a estas alturas es que la economía rusa no solo ha demostrado capacidad de resiliencia, sino también habilidad para redirigir sus flujos a través de China, India y Turquía. No parece que haya habido improvisación alguna a la hora de circunvalar las sanciones occidentales. Esto debería conducirnos a no subestimar la disposición de los Estados de llenar los espacios vacíos que dejan otros actores internacionales.

Desde una perspectiva estatal, es lógico y racional, ya que permite maximizar beneficios (económicos) y aumentar cuota de poder (política) respecto a otros Estados, que asumen conscientemente –no hay que engañarse– un coste de oportunidades por las decisiones tomadas, aunque sus opiniones públicas no sean necesariamente conscientes de ello.

El desarrollo de la guerra en Ucrania permite empezar a entrever a los potenciales ganadores y perdedores estratégicos de esta contienda. Hasta la fecha, los actores que salen a priori más favorecidos son EEUU, China e India. La Unión Europea y sus Estados miembros, especialmente Alemania y Francia, no están ni se les espera.

En tanto que organización, la UE carece de poder político y corre el riesgo de comprometer su liderazgo económico-comercial si no logra superar su dependencia estratégica de EEUU.

Para las grandes potencias emergentes, el conflicto en Ucrania significa, de alguna manera, el fin del monopolio de las potencias occidentales para cambiar y modificar el curso de los hechos políticos en el escenario internacional mediante el recurso a la guerra.

Esta situación conduce a un escenario internacional más inestable e imprevisible ¿Sabrá la UE salir del laberinto que supondrá la rivalidad entre grandes potencias?

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