Youssef Louah Rouhou | La Razón
En su afán por hablar el “lenguaje del poder”, la UE ha entrado en una flagrante contradicción en todos los escenarios. A la sombra de la guerra que tiene lugar en el Este de Europa, han aflorado focos de inestabilidad política y crisis bélicas en diversos puntos del globo.
Una de las particularidades de algunos de estos puntos es su cercanía a las fronteras exteriores de la UE y, en consecuencia, su capacidad para impactar negativamente en sectores donde la UE y sus Estados miembros han identificado que son vulnerables: energía, materias primas, alimentos y tecnologías digitales.
A pesar de ello, la UE y sus Estados miembros están en un proceso de pérdida de centralidad en todas las áreas geográficas que son críticas para superar las respectivas dependencias estratégicas.
En las regiones del Sahel y el Golfo de Guinea, cruciales para el acceso a determinadas materias primas (litio, cobalto, uranio, etc.), la inestabilidad se extiende como una mancha de aceite en detrimento de los intereses comunitarios.
En el Cáucaso y en Oriente Medio, dos zonas donde se mezclan Estados productores de hidrocarburos y países que sirven como rutas de tránsito hacia los mercados europeos, los tambores de guerra están disparando los temores de un shock energético como el de 1973.
En el Indo-Pacífico y en el Mediterráneo, espacios cruciales en materia de comercio marítimo internacional, la amenaza de la inestabilidad o la del conflicto abierto permanece latente. La incógnita aquí es: ¿Qué hará la UE y sus Estados miembros si EEUU les solicita una mayor implicación para confrontar a China en el Indo-Pacífico?
O, ¿qué rol puede jugar España en el Mediterránea Occidental, con Gibraltar como elemento central, una vez que EEUU parece haberse decantado por la vía de los hechos por el Reino Unido?
Desde la perspectiva de España, la cuestión de Gibraltar genera graves perjuicios políticos y de proyección geopolítica, además de provocar desequilibrios económicos (contrabando) y financieros (paraíso fiscal). El contrabando y la laxa legislación fiscal gibraltareña limita la capacidad de recaudación del Estado y estimula el lavado de dinero y la evasión fiscal.
Entre tanto, mientras España sigue a la espera de la formación de un gobierno, el Reino Unido no ceja en reforzar su presencia militar en el Peñón, más allá de las aguas interiores. Mal haría la clase política española si no defendiera de manera clara los intereses nacionales en esta zona en todos los foros comunitarios y multilaterales, especialmente ahora que el orden internacional está en fase de transformación y el Mediterráneo recobra una renovada vigencia geoestratégica.
Al margen de esta particularidad española, las grandes potencias parecen decididas a avanzar, aun mediante la confrontación abierta, hacia un nuevo tipo de equilibrio internacional. Ningún actor —global, regional o emergente— relevante quiere permanecer al margen de la conformación del nuevo orden mundial.
Todos los actores involucrados directa o indirectamente en la guerra en Ucrania pugnan, a su vez, en las regiones donde actualmente se registran focos de inestabilidad (Sahel, Golfo de Guinea) o donde se ha producido algún tipo de conflagración bélica (Cáucaso, Oriente Medio). Asimismo, también se han posicionado o han manifestado algún tipo de pretensión respecto a las zonas latentes (Indo-Pacífico, Mediterráneo).
Ante este convulso y cambiante escenario, ¿hay alguna posibilidad de que la UE pueda tener éxito en la batalla por la opinión pública internacional y en la batalla por la legitimidad en los foros multilaterales, sin guardar una mínima y elemental coherencia discursiva?
Se antoja difícil que así pueda ser, sobre todo si no se es una gran potencia política, como es el caso de la UE, que depende del poder blando y del multilateralismo para defender sus intereses. Los relatos contradictorios o incoherentes suelen penalizar y retratar a los actores o bloque de actores como simple sociedad de cómplices, movidos más por intereses y afinidades que por las consideraciones legales o principistas que emanan del derecho internacional.
Esto es justo lo que le está sucediendo actualmente a la UE si se analiza el discurso y la narrativa comunitaria en Ucrania, en el Cáucaso, en el Sahel o en Oriente Medio.
¿Acaso no resulta del todo contradictorio e incoherente denunciar las pretensiones de una tercera potencia de establecer una zona de influencia (Rusia en Ucrania) y a la vez defender el esquema neocolonial de un Estado miembro (Francia en el Sahel), defender la suerte de los civiles en Ucrania e Israel y, sin embargo, mostrar indolencia por la suerte de los civiles armenios en Nagorno-Karabaj y la de los palestinos en la Franja de Gaza?
En su afán por hablar el “lenguaje del poder”, la UE ha entrado en una flagrante contradicción en todos los escenarios señalados. Al emplear un activismo político de corte selectivo, lo que hace es dilapidar su credibilidad como actor. Y, dadas sus características, no hay manera de que la UE pueda tener éxito en la escena internacional simplemente aplicando la política del ‘donde dije digo, digo Diego’.