Lágrimas, sangre o sudor

Juventud Rebelde

El 66 por ciento de los estadounidenses aprueba la manera en que Biden gestionó la transición, pero —¡cuántos «pero» parecen acechar el camino del demócrata!— un 53 por ciento se declaró escéptico de que pueda remediar la profunda división que muestra el país.

En otro contraste con el gruñón insensible que se niega a saludarle y a entregarle en mano «las llaves de la Casa Blanca» como nuevo inquilino el día más importante de su vida, este martes el presidente electo Joe Biden se emocionó hasta las lágrimas mientras se disponía a partir a Washington DC, donde jurará hoy miércoles como cuadragésimo sexto mandatario de los Estados ¿Unidos?

«Sé que estos son tiempos oscuros, pero siempre hay luz», dijo Biden en un breve discurso en la sede de la Guardia Nacional en Delaware que lleva el nombre de su fallecido hijo Beau. Varias veces el político demócrata pareció ahogarse: «Es algo emotivo para mí», confesó, según un reporte del sitio politico.com.

Tal pincelada se producía en momentos históricos en que, según un sondeo de SSrs conducido por la cadena CNN, el 66 por ciento de los estadounidenses aprueba la manera en que Biden gestionó esta complicadísima transición, pero —¡cuántos «pero» parecen acechar el camino del demócrata!— un 53 por ciento se declaró escéptico de que el nuevo presidente pueda remediar la profunda división que muestra el país.

En la ceremonia de hoy miércoles se espera la asistencia de tres de los cuatro expresidentes vivos: Barack Obama, George W. Bush y Bill Clinton, así como de la mayoría de los miembros del Congreso. Trump se convertirá en el primer presidente de la historia moderna en no asistir a la inauguración de su relevo en el cargo; sin embargo, el vicepresidente Mike Pence anunció que sí lo haría.

El expresidente Jimmy Carter, de 96 años, y la exprimera dama Rosalynn Carter, de 93, tampoco asistirán, pues han pasado la mayor parte de la pandemia de COVID-19 en su casa en Georgia. No obstante, la pareja, que ha estado en todas las inauguraciones desde 1977, envió a Biden sus mejores deseos.

En la ceremonia, el presidente del Tribunal Supremo, John Roberts, jurará a Biden y la jueza Sonia Sotomayor jurará a la próxima vicepresidenta, Kamala Harris.

Esta vez, la pandemia y la violencia latente han congelado el glamour. Los organizadores redujeron la asistencia: de 200 000 entradas para miembros del Congreso e invitados a poco más de 1 000 personas, con una entrada para cada miembro del Congreso y otra para que lleven un invitado.

Tampoco habrá la multitud habitual de público mirando: el Departamento del Interior cerró el National Mall hasta después de la toma de posesión y el comité inaugural de Biden instó al público a no viajar a DC para el evento.

El clima divisorio, que estalló en una violencia inusitada el pasado 6 de enero en el mismísimo Capitolio, creó un ambiente de desconfianza del que no escapa ni la Guardia Nacional encargada de garantizar, junto a otras agencias y cuerpos, la buena marcha de la toma de posesión presidencial.

El propio sitio politico.com publicó este martes que una docena de miembros de ese cuerpo de élite fueron retirados de la protección de la investidura presidencial en virtud de «problemas en su pasado».

Dos de los efectivos fueron expulsados del Capitolio por ser autores de «comentarios o textos inapropiados» denunciados por colegas y por un aviso anónimo, explicó en conferencia de prensa el general Daniel Hokanson, jefe de la Oficina de la Guardia Nacional.

Jonathan Hoffman, portavoz del Pentágono, se negó a dar detalles sobre si tales comentarios eran de naturaleza política, vinculados al extremismo o directamente relacionados con una amenaza para el presidente electo Joe Biden o la vicepresidenta electa Kamala Harris.

Durante la investigación de antecedentes, el FBI encontró problemas con otros diez soldados y todos fueron retirados de la misión «por precaución», afirmó Hokanson.

La agencia CNN refiere el nerviosismo en la capital estadounidense antes de la toma de posesión y destaca que, si bien gran parte de Washington ha permanecido cerrada tras el motín mortal en el Capitolio el 6 de enero, los funcionarios de Defensa han tratado de asegurar al público que las tropas enviadas para proteger la toma de posesión están siendo examinadas por completo.

Antes, la propia CNN había publicado las alertas del FBI a otras agencias de la ley en el sentido de que los partidarios del movimiento extremista QAnon discutieron hacerse pasar como soldados de la Guardia Nacional en Washington para intentar infiltrarse en la ceremonia, según un reporte inicial de The Washington Post.

En un informe de inteligencia obtenido por ese periódico, el FBI afirmó monitorear a personas que descargaban mapas de áreas sensibles alrededor de Washington y hablaban sobre cómo esos lugares podrían utilizarse para violar la seguridad.

Dicho informe advertía que los miembros de QAnon y los «lobos solitarios» planeaban viajar a Washington, pero acotaba que no se había identificado «ningún complot específico para atacar los eventos inaugurales» con acciones similares a la insurrección del 6 de enero en el Capitolio, en la cual participaron miembros de QAnon.

Aunque el FBI detectó «tráfico sospechoso» en los sistemas de comunicación utilizados por algunos participantes en el ataque al Capitolio del 6 de enero, nada indicaba «una acción específica», según el diario, por lo cual esa agencia federal se negó a «caracterizar la credibilidad o gravedad de las amenazas que describió».

Por otro lado, en un discurso de despedida tan controvertido como todo su mandato, Donald Trump se adjudicó «avances» como la creación de la Fuerza Espacial de Estados Unidos, la mayor aplicación de la ley en la frontera y el rol de su Gobierno en las relaciones diplomáticas recién establecidas entre Israel y varios Estados árabes.

Además, se atribuyó —sin mencionar los 400 000 muertos de entre 23 millones de casos— el mérito del rápido desarrollo de la vacuna contra el coronavirus: «Otra administración —sentenció— habría tardado tres, cuatro, cinco… tal vez hasta diez años en desarrollar una vacuna. Lo hicimos en nueve meses».

Lo más preocupante es que, ignorando la delicada situación en que se encuentra en medio del segundo juicio político, afirmó su optimismo de que su movimiento no se agotará ni siquiera bajo el inminente control de los demócratas de la Casa Blanca y del Senado. «El movimiento que comenzamos apenas está comenzando», señaló.

En un cínico lavado de manos que pudiera indignar a sus propios seguidores, Donald Trump llegó a decir que «todos los estadounidenses estaban horrorizados por el asalto a nuestro Capitolio» y que «la violencia política es un ataque a todo lo que apreciamos como estadounidenses. Nunca se puede tolerar».

¿Tendrán Estados Unidos y el planeta que tolerarlo a él, de nuevo, alguna vez? Tanto como los senadores en un juicio político, el nuevo presidente puede alumbrar, con su gestión, una respuesta: todo depende de qué hará Biden una vez secadas sus lágrimas en Delaware.

Para recuperar la estabilidad y el respeto a su país y cerrarle la puerta al trumpismo, el nuevo mandatario tendría que escoger, dentro y fuera de fronteras, el camino del sudor respetuoso y la colaboración y eludir esos atajos de sangre exacerbados por su predecesor al punto de que, por una vez en la vida y ante el espanto del mundo, hicieron al gran Estados Unidos probar de su propia pócima.

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