Julio César Gambina | Página 12
La ultraderecha disputa consenso electoral en la Argentina, en un camino ya recorrido por Brasil, Chile, Colombia, Uruguay, Paraguay, además de Italia, Francia, Polonia, EEUU y otros territorios del planeta.
Milei es el nombre en el país y se presenta como economista de la escuela austríaca y sorprende a Benegas Lynch, el padre del liberalismo local, por el alcance electoral de sus propuestas ultra liberales.
No debe extrañarnos la sociedad con Macri, el primer no radical ni peronista presidente por elecciones en tiempos constitucionales. Milei y Macri son expresión de los cambios regresivos en el capitalismo local y mundial.
Para entender el avance de las derechas más allá de las especificidades nacionales, la pista debe buscarse en los cambios epocales del capitalismo, en una visión de largo aliento.
En efecto, durante el siglo XX, las revoluciones impregnaron el signo de época, induciendo una acumulación de poder desde abajo, con una máxima expresión en los 60/70, tiempos de revolución en la moda, la música, las costumbres, la rebeldía juvenil y la imaginación innovadora de nuevos tiempos a conquistar. Quizá Vietnam fue el último momento de ese tiempo.
Luego sobreviene la revancha, de una contraofensiva liberal que tiene ensayo desde las dictaduras del cono sur de América y se consolida en las potencias imperiales por dos siglos vía restauración conservadora británica y estadounidense, para extenderse por el mundo a la caída de la URSS, y con ella la bipolaridad mundial.
En el medio siglo transcurrido desde el golpe en Chile, las derechas resignificaron sus proyectos políticos en función de los reaccionarios cambios operados en la organización económica capitalista. En buena parte del siglo pasado, el proyecto de las burguesías locales pasaba por la industrialización y un imaginario de proyecto nacional.
Tuvieron en la CEPAL un tanque de ideas para impulsar esa iniciativa para el desarrollo capitalista. Se asumía una estratega de Estado que actuaba, incluso, como sustituto de una “burguesía nacional” con proyecto propio.
El imaginario de la industrialización y el estímulo al mercado interno mutó en un proyecto de inserción internacional, subordinado con base en la primarización de las exportaciones, extensivo a buena parte de los países en la región.
La nueva estrategia supuso modificaciones sustanciales en las relaciones sociales de producción, en el ámbito empresario, en las relaciones estatales y en las internacionales.
No solo mudó la relación capital trabajo, sino que también lo hizo la función asumida por el Estado con las privatizaciones y desregulaciones como bandera, y claro, la apertura al extranjero supuso la concentración y centralización de una inserción en la dinámica de internacionalización productiva y transnacionalización del capital.
Todo mediado por la lógica de la especulación y la deuda pública, favorecida por una legislación y política financiera como máximo logro, según pontificara el ministro emblemático de la dictadura, Martínez de Hoz.
Las derechas asumen el proyecto de máxima del capital, por eso pretenden avanzar sobre los derechos laborales y de jubilación, los de género o sociales, tales como la educación o la salud pública.
El motor de las derechas es la libertad de explotación y saqueo. No es una especificidad local, sino global, que convoca a poner un freno a esa ofensiva y recrear condiciones de lucha para retomar un proyecto político orientado a la emancipación social. Frenar la fórmula Milei–Villaruel es el punto de partida para imaginar la condición de posibilidad de una perspectiva de liberación social.