Las guerras, el opio de las clases dominantes en EU

Juana Carrasco Marín | Juventud Rebelde

Nada como la guerra para insuflar fuerza a la industria militar estadounidense y con ello a la economía del imperio, de ahí que en el proyecto de presupuesto que acaba de presentar el presidente Donald Trump, una tajada grande de los dineros esté destinada al Departamento de Defensa.

Ello forma parte del crecimiento y la bonanza de la cual se vanagloria el aspirante a la reelección, una de sus principales cartas de triunfo en los comicios del próximo 3 de noviembre, frente a un Partido Demócrata tan dividido como la sociedad estadounidense, y que todo hace prever que no tendrá candidato cierto hasta entrado el verano.

El lunes 10 de febrero, se presentó «Un presupuesto para el futuro de América», título ostentoso en el propósito de vender los gastos del Gobierno para el año fiscal que comienza el 1ro. de octubre y que abarca hasta el último día de septiembre de 2021, y no es para menos, el proyecto totaliza 4,8 billones de dólares, lo que sería más que suficiente para solucionar los muchos problemas de salud, educación y vivienda, que tiene el país más poderoso y rico del mundo. Pero nada de eso, Estados Unidos desde hace decenas de años se ahoga en déficits y en este sigue la corriente.

El gasto militar aumenta y va acompañado de recortes siempre sustanciales de los gastos sociales. Trump explicó así los detalles: «Vamos a tener un muy buen presupuesto con una partida militar muy poderosa, porque no tenemos opción. Vamos a hacer muchas cosas positivas contra el derroche y el fraude».

Evidentemente, cuando habla de despilfarro no se refiere a las guerras y las bases militares en el exterior, pues las disminuciones van a costa de la Agencia de Protección Medioambiental, por ejemplo, con un recorte del 26 por ciento; a la Educación le reduce el ocho por ciento y un nueve por ciento a la Salud. En un país que vergonzosamente se estima cuenta con un millón de personas que viven en forma temporal o permanente en la calle, el plan de Trump destina un 15 por ciento menos al Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano.

Pero se trata de balancear gastos e ingresos y la administración recortará 13 por ciento en el Departamento del Interior, dos por ciento en el Departamento de Justicia, 11 por ciento en el Departamento de Trabajo, y 13 por ciento en el Departamento de Justicia. No se salvan del hacha ni el Transporte, ni la Agencia de Protección Ambiental, tampoco la Administración de Pequeñas Empresas.

De acuerdo con su política xenófoba, resulta que las tijeras podan en un 21 por ciento la «ayuda» externa, y es la Agencia Internacional para el Desarrollo (USAID la más afectada, aunque se duda que aquellos fondos utilizados para financiar la subversión en los países que no se pliegan a los dictados de Washington sufran merma alguna.

¿Quién gana entonces en ese presupuesto general que sigue estando en déficit? Por supuesto, el Pentágono.

El desglose de la astronómica cifra destinada al Departamento de Defensa revela las intenciones de un Trump seguro de que repetirá cuatro años en la Casa Blanca armando líos en todo el mundo. Unos 69 000 millones serán destinados a las operaciones de contingencia allende los mares, aunque se hace la salvedad de que solamente 20 500 millones financiarán «requerimientos directos de guerra». Para las bases militares en el extranjero anotan 32 500 millones y 16 000 millones estarían bajo otros requerimientos de concepción nebulosa…

Submarinos y destructores están entre las 355 embarcaciones de guerra que la Marina pretende tener navegando por todo el orbe para el año 2030; mientras la Fuerza Aérea quiere comprar 12 F-15EX de combate, modernizar la flota de A-10 y aunque reducidos se mantienen, por supuesto, los bombardeos B-1 y MQ-9 Reapers, porque transferirá 15 400 millones para la recién creada Fuerza Espacial, cuyo cuartel general y otras instalaciones requerirán mil millones adicionales para acomodar una plantilla de 1 800 personas para finales del año 2021.

De aprobarse este presupuesto por el Congreso estadounidense, a las armas nucleares irán 46 000 millones de dólares, y concretamente para desarrollar un nuevo misil balístico intercontinental que remplace los misiles nucleares Minuteman III irán 1 500 millones, mientras otros 2 300 millones de dólares serán gastados en nuevos satélites de alerta temprana.

Sin embargo, todo está en veremos por ahora. Con una visión pragmática de la situación, el líder de la mayoría republicana en el Senado, Mitch McConnell, dijo a los periodistas que no llevará durante este año a ese cuerpo legislativo la resolución sobre el presupuesto, porque no puede imaginarse que lograrían un acuerdo sobre los gastos de la nación con la Cámara de Representantes que encabeza la demócrata californiana Nancy Pelosi.

McConnell probablemente considere que los encontronazos de la Speaker con el propio presidente Donald Trump, muchos de ellos motivados por el proceso de impeachment y sazonados con insultos tuiteados o declarados de uno contra la otra y viceversa, sean un obstáculo insalvable en año electoral.

Y efectivamente, la propuesta fue rechazada con acíbar por la Pelosi, y no precisamente por su enfrentamiento con Trump, pues la demócrata alegó: «Año tras año, los presupuestos del presidente Trump han buscado infligir devastadores recortes a salvavidas fundamentales en los que confían millones de estadounidenses (…) Muestra lo poco que valora la buena salud, la seguridad financiera y el bienestar de las familias estadounidenses que trabajan duramente».

Sin embargo, Mike Enzi, quien preside el Comité de Presupuesto, sí está dispuesto a analizarlo, y aunque resulte paradójico también estaría llevado por un espíritu pragmático.

Al final, Estados Unidos sigue su espiral belicista. Año tras año, sea quien sea el que ocupe la Casa Blanca, los militares y el complejo militar-industrial —que otrora preocupara al general Dwight Eisenhower, presidente de la nación de 1953 a 1961—, obtienen siempre una buena parte del pastel pagado por los contribuyentes estadounidenses, mientras necesidades perentorias de una parte considerable de la ciudadanía son dejadas atrás.

Como ha dicho el analista y estudioso Tom Engelhardt, Estados Unidos es una nación hecha por las guerras, las hace sin fin y con ellas contribuye a un mundo cada vez más caótico, porque «en Washington hay demasiados adictos a la guerra (…) es evidentemente su droga preferida y ni siquiera nuestro presidente «contra la guerra» puede dejarla. Entonces, piense en una guerra eterna como el opioide, no de las masas sino de las clases dominantes».

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