Elson Concepción Pérez | Granma
El dinero y los servicios secretos o estos últimos al servicio del dinero, y valga la redundancia, han constituido claves de la política exterior estadounidense en su afán por imponer al mundo su modelo de democracia, derechos humanos y su patrón de consumo en detrimento de quienes tienen menos o no tienen nada.
Los distintos gobiernos norteamericanos no han dejado de emplear estas máximas imperiales. En algunos países han penetrado más que en otros, quizá por ingenuidad de los anfitriones, o por ofensivas más feroces con un objetivo inmediato.
En esa política, elaborada al detalle y con dinero, hay agencias y organizaciones supuestamente no gubernamentales, pero pagadas por Washington, que marcan pautas por su apego a los servicios secretos –léase CIA– y el contenido de sus planes de trabajo concebidos por el Departamento de Estado.
Quien paga manda, es la máxima de esta estrategia, de manera que quienes más agresivos sean en lograr lo que pretende Estados Unidos, más dinero recibirán cada año para consumar sus planes.
Cuba, desde el inicio mismo de la Revolución triunfante en 1959, fue priorizada en estos propósitos.
Que a solo 90 millas de la meca imperial se instaurara un gobierno revolucionario con la proyección de construir un modelo de desarrollo socialista, era demasiada ofensa para quienes, desde Washington, movilizaron a la CIA, a las fuerzas militares, a las nacientes ONG y a otros mecanismos proclives a ser involucrados en el plan de derribar al gobierno comunista de Castro, como le llamaban.
Una de las más aventajadas de estas instituciones pagadas por las administraciones estadounidenses es la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, USAID por sus siglas en inglés.
La misma que sin reparo identifica la supuesta ayuda humanitaria a Venezuela, con letreros impresos en cada sobre de comida chatarra que envía de «regalo» la administración Trump.
Pero la Usaid ha adquirido tanto poder que de su presupuesto se desprenden otros grupos, nacionales e internacionales, que sirven de punta de lanza en el proceso de desestabilizar países, crear caos, e, incluso, incentivar invasiones militares.
El periodista norteamericano Tracey Eaton, editor del sitio Cuba Money Project, dijo en entrevista con el comunicador cubano Iroel Sánchez, que la Usaid no publica informes detallados que muestren cómo gasta los fondos por la democracia. Tampoco lo hace el Departamento de Estado.
Los funcionarios del gobierno pueden decir que un millón fue entregado a un contratista privado, pero poco se sabe acerca de si el dinero llegó a Cuba. Subcontratistas que reciben fondos por lo general no se identifican, apuntó Eaton.
Por todo eso –agregaría yo– nunca se sabrá cuántos cientos de millones han sido robados o «desviados de ruta» y han ido a parar a manos de quienes, antes y ahora, han hecho de esa política anticubana un verdadero negocio. Y por ello insisten en que nunca se cambie.
Cuba, en estos más de 60 años, se ha convertido en una especie de gran laboratorio donde Washington ha apostado con todas las variantes para hacer colapsar la Revolución.
Aquí la CIA, la Usaid y el Departamento de Estado han gastado millonarios recursos en la preparación de agentes locales, la compra de supuestos periodistas y otros profesionales, la subvención de grupos mercenarios, el envío de propaganda ilícita con el solo propósito de «cambiar» mentes y poder hablar de los «opositores» al gobierno.
La obsesión contra Cuba es tal que hasta una emisora de radio y otra de televisión han sido creadas y financiadas por Washington, a sabiendas de que no son visibles ni oíbles en la Isla. Pero de esa industria de la contrarrevolución han vivido muchos, entre ellos el Marco Rubio, que hoy se obstina en su odio contra Cuba, Venezuela y Nicaragua.
Por ejemplo, en 2009 la Usaid otorgó a grupúsculos cubanos US$ 1,033,582 para un programa de tres años titulado: Capacitar a la sociedad civil mediante el fortalecimiento de la independencia económica.
Otro ejemplo, en 2016 la Usaid le dio a EchoCuba US$ 1,179,066 para apoyar un proyecto llamado Cuba Humanitarian Support Network.
EchoCuba ha explicado sus fines: «Nuestro apoyo a las Iglesias independientes en la isla lleva la salvación a una sociedad perdida en la opresión y la persecución».
La Usaid reconoce, por su parte, que en la actualidad quiere sus propias fuerzas especiales de élite; y el gobierno de Estados Unidos se encarga de capacitarla para que estén mejor equipadas y poder operar en entornos hostiles.
Según el plan, la Usaid prepara a equipos de desarrollo de expediciones rápidas, o equipos RED, que trabajarán con o cerca de fuerzas de inteligencia y combate avanzados.
«Tenemos que estar involucrados en la seguridad nacional o la Usaid no será relevante. Cualquiera que no piense que debemos estar trabajando en elementos de combate o con grupos de fuerzas especiales es simplemente ingenuo. Vamos a ser directos o irrelevantes», reconoce la citada agencia.
Nada más parecido a un mecanismo de inteligencia que actúa junto a la CIA o asesorado por ella, y que recibe cuantiosos ingresos procedentes del Departamento de Estado.