Lobos solitarios que escapan a los radares

El Estado Islámico busca dar una imagen de ente omnipresente que puede golpear en cualquier momento y lugar. Por eso le son funcionales los actores domésticos que atacan prometiendo lealtad al grupo terrorista, como Oman Mateen y Larossi Abballa.

 

Dos asesinados. La cantidad de muertos que dejó el atentado perpetrado en Francia el lunes 13 de junio contra una pareja de policías en las afueras de París por un islamista radical ligado al Estado Islámico es infinitamente menor al los 49 muertos que provocó al ataque protagonizado por Omar Mateen contra un local gay de Orlando. Ambos, sin embargo, llevan el sello de una práctica que, desde hace años, viene causando estragos en varias partes del mundo: el soldado solitario, el lobo suelto, sin filiación de comando directa, impregnado en el discurso islamista de Al Qaida o del Estado Islámico, que pasa a la acción según sus propias convicciones y en el momento que lo decide. Esa jihad globalizada y deslocalizada es prácticamente invisible para los radares de los servicios de inteligencia.

Pocos horas después de ambos atentados, el EI los reivindicóy calificó a los dos autores de los mismos, el francés Larossi Abballa y el norteamericano Omar Mateen, como “soldados del califato”. El Estado Islámico opera así en dos dimensiones: con soldados de proximidad o actores domésticos, Orlando y Francia, o con comandos perfectamente entrenados en Siria e Irak y capaces de irrumpir en cualquier momento y dejar un tendal de muertos como ocurrió el 13 de noviembre de 2015 con la cabalgata sangrienta que varios comandos afiliados al Estado Islámico protagonizaron en París. El organismo policial europeo Europol advirtió que los actos terroristas de París demuestran una “elevación de la estrategia” del Estado Islámico caracterizada por la “internacionalización”. Según el organismo, ésta se apoya en “un comando operacional externo”.

Este no es sin embargo el caso de los soldados ermitaños. La historiadora y especialista del terrorismo Jenny Raflik, autora del libro Terrorisme et mondialisation, comenta que el Estado Islámico “busca dar la imagen de un ente omnipresente, que puede golpear en cualquier lugar y momento”. A diferencia de los autores de las matanzas de París, la de noviembre de 2015 y la de Charlie Hebdo en enero del mismo año, el terrorista de Orlando y el que asesinó a la pareja de policías en las afueras de la capital francesa no se impregnaron con las teorías de la jihad revolucionaria en las tierras del califato controladas por el Estado Islámico en Siria e Irak, ni tampoco en las zonas controladas por AQPA (Al Qaida en la Península Arábica). El francés Larossi Abballa había sido condenado en 2011 por integrar una red local que reclutaba candidatos a la Guerra Santa, y el norteamericano de origen afgano Omar Mateen sólo tuvo lazos con el primer norteamericano jihadista que murió en un atentado kamikaze en Siria, Moner Mohammad Abou-Salha, alias Abou Hurayra Al-Amriki, reivindicado por la rama siria de Al Qaida.

Tanto en Francia como en Estados Unidos los servicios de inteligencia descartan la hipótesis de que los dos atentados hayan sido “ordenados” desde el califato. Los dos se inscriben en lo que los especialistas han retratado como “militantes del Islam Político, estructurados en redes familiares o autoalimentados con el discurso sunnita radical”.

Larossi Abballa y Omar Mateen no son los primeros de este eslabón de lobos solitarios. En junio de 2015, Yassin Salhi, decapitó a su jefe en la planta de distribución de gas donde trabajaba en la región francesa de Isère. En agosto de 2015, el marroquí Ayoub El Khazzani trató de atentar contra el tren que unía Ámsterdam con París pero fue neutralizado por tres pasajeros. En mayo de 2014, el francés Mehdi Nemmouche ingresó con un fusil en el Museo Judío de Bruselas y asesinó a 4 personas. En diciembre de 2009, Umar Farouk Abdulmuttalab intentó hacer explotar un avión cuando el aparato sobrevolaba la ciudad norteamericana de Detroit (Abdulmuttalab estaba en contacto con la rama yemenita de Al Qaida). En marzo de 2012, el terrorista franco argelino Mohammed Merah, a lo largo de tres expediciones solitarias, asesinó a 7 personas en el sur de Francia, entre ellas tres niños de una escuela judía del sur de Francia. Aunque no esté ligado al terrorismo de origen sunnita, en julio de 2011 el noruego y ultraderechista Anders Behring Breivik ultimó metódica y salvajemente a 77 personas en Oslo y la isla de Utoya. En la amplia investigación sobre los lobos solitarios publicada por el profesor Ramon Spaaij (Understanding Lone Wolf Terrorism: Global Patterns, Motivations and Prevention), el autor los describe así: “su modus operandi está concebido y manejado por el individuo, sin orden ni jerarquías exteriores. Actúan según sus convicciones políticas, religiosas o ideológicas y planifican sus acciones con mucho cuidado”. La mayoría de los investigadores de peso mundial coinciden en señalar que la práctica del lobo solitario no es exclusiva del terrorismo islámico. Esta remonta a los orígenes del movimiento anarquista de finales del siglo XIX y se desarrolla con fuerza entre las filas de la extrema derecha norteamericana con las teorías de Louis Bearm y su principio fundamental de “resistencia sin líderes”. En septiembre de 2014, el portavoz del Estado Islámico, Abu Mohammed al-Adnani, puso en circulación varios mensajes donde incitaba a llevar a cabo la Jihad “en sus propias localidades”. Al-Adnani decía: “prepárense, estén listos para sembrar la calamidad en todas partes donde están los no creyentes. Si pueden matar a un infiel norteamericano, europeo -sobre todo esos franceses despreciativos y asquerosos-australiano, canadiense, o cualquier otro infiel (…), tengan fe en Alá y mátenlos de cualquier forma”. El dirigente del EI no estaba innovando en nada. La reactualización de ese principio del soldado solitario es, en realidad, una marca de Al Qaida y lleva el nombre de “tercera jihad”. La primera fue la que, con la copiosa ayuda de la administración norteamericana que armó y se asoció con Bin Laden, Al Qaida puso en práctica en Afganistán para expulsar a la Unión Soviética cuyos ejércitos habían invadido el país (1979-1989). La segunda jihad es un derivado de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Bin Laden llamó a sus tropas y simpatizantes a atacar al ejército norteamericano en Irak para “expulsarlo”. La tercera jihad consistió en convocar a las células locales a atentar contra los países occidentales “in situ”. Los analistas llamaron a este tipo de acciones “la jihad del pobre”. La teoría, sin embargo, contó con una sólida difusión a través de internet y de la revista de Al Qaida, Inspire, donde la organización publicó “una guía” práctica de operaciones, armas y métodos destinada a los voluntarios a esa guerra santa doméstica (autóctona diría Barack Obama).

Los servicios de inteligencia de Occidente temen hoy que el debilitamiento del Estado Islámico como consecuencia de los bombardeos occidentales, con la consiguiente pérdida de bastas zonas de su califato, conduzca a la organización o a sus simpatizantes a pasar a la acción con más frecuencia sirviéndose del eslabón de los lobos solitarios o de estructuras más sofisticadas y eficaces. Son prácticamente indetectables.

El intervencionismo occidental siempre ha creado monstruos: dictaduras espeluznantes, más tarde Al Qaida y, ahora, el Estado Islámico, el cual no existiría sin la intervención anglonorteamericana en Irak de 2003, el posterior derrocamiento del presidente iraquí Saddam Hussein y el desmembramiento de Irak. La amenaza tiene ahora dos cabezas: la del lobo solitario, y la de los 5.000 jóvenes europeos radicalizados que se unieron al Estado Islámico en Siria e Irak y son perfectamente capaces de perpetrar atentados de masas, cuidadosamente pensados y ejecutados por comandos dispuestos a morir (atentados de París de enero y noviembre de 2015). En el caso de los atentados en territorio “infiel” se produce además una paradoja: parte de los autores del atentado contra el semanario Charlie Hebdo y el supermercado judío del este de París estaban bajo el influjo de Al Qaida, otros respondían al Estado Islámico. Ambos grupos, sin embargo, combaten uno contra el otro en Siria e Irak en una suerte de guerra civil dentro de la jihad pero, en Occidente, sus soldados pueden, de manera individual, coordinarse. Las potencias occidentales pretendieron “globalizar” sus democracias con sus intervenciones militares. Acabaron diseñando una fuerza radical, contra cultural y planetaria que duerme silenciosa en el corazón de las democracias y puede propagar la pesadilla entre otros miles de inocentes.

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